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El padre de la tercera vía, o cómo evitar la trinchera es a veces la mejor batalla
Cofiño, Cuesta y Balmori, tres aliados claves, componen la biografía política de quien supo ganar influencia usando el encanto de Llanes y tendiendo puentes
¿Quién fichó a Antonio Trevín Lombán para el PSOE? ¿Cómo se explica su salto de la política local a la presidencia del Principado? ¿Cuál ... es el legado político que deja? Ayudan a trazar la respuesta y la biografía ideológica del expresidente tres compañeros de batallas: el hoy presidente de la Junta General, Juan Cofiño; el exdiputado y vocal del Consejo General del Poder Judicial, Álvaro Cuesta y el exconcejal de Llanes José Balmori.
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«Le debí conocer en 1979, él estaba en Suatea y se movía por los ambientes educativos», recordaba ayer Álvaro Cuesta, mientras conducía ayer desde Madrid para asistir al funeral. «En 1980 estábamos haciendo enmiendas a la ley educativa de UCD y cuando llegamos al Gobierno, en 1982, el ministro José María Maravall sacó una ley para la cual Trevín se estuvo reuniendo con los parlamentarios asturianos para dar su opinión; entonces estábamos Pedro de Silva, Luis Martínez Noval, Marcelo Palacios y yo».
Hay que ponerse en situación. «Cuando salimos de la dictadura el PSOE necesitaba reordenarse con cuadros en todo el país», sitúa Juan Cofiño. «Yo estaba en el sindicalismo agrario y él en el docente, compartíamos espacios territoriales e ideológicos y nos iban captando la gente que estaba al mando de la FSA, Jesús Sanjurjo y Fran Varela», agregó.
«Le empezaron a tirar los tejos Sanjurjo y Tini Areces para que se presentara a la Alcaldía de Llanes», completa Cuesta. En 1983 no logra hacerse con el bastón de mando, pero se inicia como concejal y portavoz, pisa calle; no siendo llanisco de nacimiento, se va ganando al ciudadano en las inundaciones de ese agosto, de casa en casa y pueblo en pueblo.
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En las siguientes elecciones, 1987, gana por mayoría absoluta. Entre las prioridades está «un gran trabajo de saneamiento y abastecimiento, encauzar el río Calabres en Posada para evitar que volviera a desbordarse», menciona Balmori. «En la Federación Española de Municipios tenía gran protagonismo en la defensa de los municipios turísticos y rurales, pero también en las políticas educativas», añade Cuesta.
En 1991 repite y compatibiliza el puesto de primer edil con el de diputado en la Junta General. «Las listas se iban renovando y él se incorporó por necesidades del guión, ya tenía notoriedad y recorrido. Él quiso y el partido también», anota Cofiño. Son tiempos, cabe recordar, en los que ser diputado daba derecho a dieta, pero nada más, con lo que era frecuente tener un segundo oficio.
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Dos años después EL COMERCIO destapa el escándalo del 'Petromocho' y el presidente, Juan Luis Rodríguez-Vigil, dimite. «Tuvo un exceso de buena fe y quiso asumir esa responsabilidad», en palabras de Cuesta. «Teníamos el problema de ver a quién presentábamos a la investidura en un momento en el que teníamos tensiones entre renovadores y guerristas», agrega. Los primeros estaban liderados por Vicente Álvarez Areces y Francisco Villaverde. Los segundos eran cuencas y SOMA, es decir, José Ángel Fernández Villa.
«Esa división se daba en la FSA y a nivel nacional y ante ella Trevín, en línea con su carácter, encabezó lo que se denominó como 'tercera vía', una posición política intermedia que buscaba tejer puentes en ese esquema de bloques», describe Cofiño. «Él fue su cabeza visible, pero detrás tenía alcaldes, la UGT del metal, gente variada», amplía.
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«A Trevín le incomodaba esa división y gozaba de aprecio en el comité regional y también en Madrid», revela Cuesta. Una de las fuentes sobre las que cimentó su influencia fue «que como alcalde siempre tenía detalles con los ministros que iban a veranear a Llanes, como Alfredo Pérez Rubalcaba o Virgilio Zapatero».
En tiempos convulsos y de enfrentamiento, hacer presidente a Trevín no genera rechazo. Fernández Villa le da el visto bueno desde el Sanatorio Adaro. «Todo se hizo muy deprisa, buscando el menor ruido y salir de la situación», define Cofiño, quien para Rodríguez-Vigil fue secretario general de la Presidencia y para el sucesor su consejero de Obras Públicas y Vivienda.
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«Tenía tantas ganas de vivir, que no se enteró de que se iba»
Toca gobernar dos años en un momento difícil para los socialistas. Había saltado el caso Roldán y Antonio Rubio. El Ejecutivo asturiano afronta huelgas, se gana «al ministro Pepe Borrell, un amigo de Asturias que nos ayudó mucho con los proyectos del Muro y Poniente», señala Cofiño. «Trevín tenía buena prensa y creo que fuimos un gobierno como él, cabal, sensato y normal».
Cartas malas y sin aliado
Pero las cartas eran malas. Los socialistas ya habían perdido las Europeas y afrontaban las elecciones de 1995 con las expectativas por los suelos. Era el fin de ciclo del felipismo y eso se pagaba en todas partes. «Salíamos como partido perdedor e hicimos campaña, él como presidente y yo para Oviedo. Cerramos la campaña en el Fontán antiguo, con el todopoderoso ministro Alberto Belloch», relata Cuesta. Los socialistas perdieron cuatro escaños y quedaron en 17, el PP de Sergio Marqués captó seis hasta situarse en 21, IU atesoró seis actas y el PAS de Xuan Xosé Vicente una.
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«Con IU habría existido mayoría, pero vivía Julio Anguita y su teoría de las dos orillas. Esa actitud abrió la posibilidad de que gobernara la derecha, con el resultado que todos conocemos: cuatro años después el PSOE sacó mayoría», resume Cofiño.
Esa travesía en el desierto la hace Trevín volviendo a dar clases y liderando la oposición en la Junta, esto es, corriendo de nuevo hacia su destino preferido: presentarse en las siguientes como alcalde y logrando el bastón de mando.
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Quedaría hablar del Trevín que cambió Llanes, del delegado de Gobierno que ponía la cara por las políticas de José Luis Rodríguez Zapatero, y de su etapa en el Congreso de los Diputados, cerca de su amigo Alfredo Pérez Rubalcaba. Capítulos para otra crónica en los que se amplía lo que ya se ve. Un legado político «de alguien que es hijo de la Transición, y por tanto buscaba acuerdos, entablar relaciones con todo el mundo y asumir la discrepancia como algo natural, no llevándolo al terreno personal», resume Cofiño.
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