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Ruth Arias
Lunes, 16 de marzo 2015, 18:58
«Las gorras volaban por el aire. Esa imagen no se me borra de la cabeza», cuenta Juanita Prieto. El 12 de marzo de 1965 pasaba por delante de la comisaría de Mieres, situada entonces en un primer piso de la calle Ramón yCajal, muy cerca del Ayuntamiento. Allí se encontró con miles de manifestantes, liados a palos con la Policía. «Yo estaba con un rapacín de año y medio en el cuello y pillóme eso», recuerda. La Policía la increpó, le recomendaban que se fuera, pero ella les dijo que se quedaba, «para contarle a mi hijo lo que allí estaba pasando».
Lo que ocurría es que el movimiento obrero mierense había organizado una concentración en pleno franquismo, cuando no existía el derecho a manifestarse. «Trataban de forzar los márgenes de la dictadura», señala el historiador Rubén Vega. Se revolvían contra la situación de más de 400 mineros despedidos cuyo nombre figuraba en una lista negra y trataban de liberar a sus compañeros detenidos. De aquello, del asalto a la comisaría de Mieres, se cumplieron esta semana 50 años, y para recordarlo se organizó el día de la efeméride, el pasado jueves, un recorrido por los enclaves principales en aquella jornada: la casa sindical, la antigua escuela de capataces y la comisaría, hoy desaparecida.
«Había mucho que reivindicar y carecíamos de tanto...», suspira Aquilino Fernández. Él estaba allí aquel día y de aquello le han quedado «secuelas en un oído». Ya había pasado por la huelgona de 1962, por la de 1963 y la de 1964. «En cada una el régimen aplicó distintos métodos represivos», señala Vega. En 1962, la deportación; al año siguiente, la tortura; y, en 1964, se optó por «descabezar al movimiento obrero». Sus líderes perdieron su empleo y la posibilidad de encontrar otro, subsistían gracias a la solidaridad del resto de trabajadores. «En los días de paga se recogía dinero», recuerda el historiador.
El asalto a la comisaría fue el fruto de años de represión. Multitud de personas se calcula que unas 5.000 se concentraron en la casa sindical de la villa. No solo eran de Mieres, también habían llegado de otros puntos de Asturias como Sama de Langreo e incluso Gijón. Aquello llevaba ya algunos días organizándose. Algunos de los despedidos estaban detenidos en Oviedo y la Policía volvió a actuar, arrestando a algunos de aquellos manifestantes, entre los que se encontraba Ramón Teverga. «Nosotros vinimos a recuperar a nuestros camaradas», rememora FlorentinoFernández, otro de quienes estuvo allí.
Los manifestantes se dirigieron a la comisaría desde la plaza del mercado y, en la antigua Escuela de Capataces, sita donde hoy se ubica la Casa de Cultura, se les unieron los estudiantes. «La Policía entró a cargar», relata LaudelinoSuárez. La violencia iba en aumento. «El enfrentamiento abierto con la Policía es excepcional», asegura Vega. No se habían registrado episodios similares hasta entonces, cuando Mieres se levantó en pie de guerra pidiendo la readmisión de aquellos despedidos.
Punto de inflexión
«Hubo muchos palos. Vinieron los de Oviedo y nos cogieron por detrás», relata José García Páramo. En Ramón y Cajal les dejaron «entre dos fuegos». No lograron su objetivo: la Policía consiguió frustrar el asalto a la comisaría y en los días siguientes se produjeron nuevas detenciones tanto en Mieres como en Sama.
Pero las cosas comenzaron a cambiar. Al año siguiente hubo elecciones del Sindicato Vertical y, por primera vez, los miembros de Comisiones Obreras se presentaron públicamente, empezaron a formar «con nombres y apellidos», detalla Vega. Algunos, como Gerardo Iglesias, fueron a la cárcel, pero ya no había marcha atrás.
De aquello hoy quedan recuerdos aún muy vivos. «Fue una gran manifestación», afirma Florentino Fernández, quien aún conserva en la memoria las puertas y balaustradas rotas en la comisaría, como Prieto no ha podido borrar la imagen de aquellas gorras volando. «Yo estaba plantada en medio de la plaza y ellos dando palos», rememora.
Mieres fue todo un ejemplo para el movimiento obrero. En ningún punto de España nadie se había atrevido a tanto. Los trabajadores se mostraron capaces de organizarse a pesar de las dificultades y arriesgaron su integridad física y su libertad por la defensa de los derechos colectivos. «De aquellos palos de hace 50 años, hoy ya no se atreven», sentencia José García.
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