Una casa abierta entre los 'bardios'
Volvemos a la localidad de Vendillés, uno de los cientos de lugares que se han quedado en Asturias sin habitantes, con los que una vez fueron sus vecinos | Esta aldea de Yernes y Tameza, el concejo con menos población, tiene siete vecinos censados, pero ninguno vive allí en la actualidad
PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
VENDILLÉS/VINDÍAS.
Martes, 11 de febrero 2020, 14:28
Nicolás Fernández García, Colás, señala frente a la casa que su padre levantó en el barrio de El Fradeiro hace más de medio siglo los prados llenos de 'bardios' que se extienden entre las dos vertientes de Vendillés/Vindías: «Todo eso eran tierras de sembrar, llegaban arriba, hasta la sierra. Se plantaba maíz, escanda, patatas, berzas. No había un palo para coger por aquí y ahora ya ves, ni por los caminos se puede pasar». Ha venido desde Oviedo, la ciudad a la que se fue con su familia a los quince años y donde reside. Las estadísticas hablan de que son 755 pueblos deshabitados los que colocan a Asturias en el mapa de la España vacía. Sin embargo, tal y como demuestra este caso, tienen que ser muchos más. En Vendillés hay siete personas censadas, pero ninguna vive de forma permanente en la aldea. «El último paisano que quedaba matóse hará cuatro años. Ahorcóse», apunta Balbino García, su primo político y natural de Fuxóu, que lo acompaña hoy.
La conversación de ambos evocando otro suceso trágico acontecido tiempo atrás y los ladridos de 'Cobo', el perro de Colás, devuelven a la aldea abandonada un rumor de vida ilusorio. Es la misma impresión falsa que producen algunas casas rehabilitadas por sus antiguos vecinos para volver de vez en cuando, algún fin de semana o durante el verano, o las placas, aún relucientes, que señalan los barrios del lugar: El Pládanu, Las Rabas, Las Quintanas, Llobendu, El Cogordal, La Gargantiella. La propia pista asfaltada por la que paseamos en este último barrio es otro espejismo: concluye bruscamente tras la última casa y más allá la maleza cubre el camino que llevaba a El Llanón para bajar a la villa de Grao. «Por ahí fue subiendo mi padre el material para la casa nueva: ladrillos, arena, cemento. Todo a caballo, porque hasta Vindías no había carretera», relata Colás. «Tres años después de hacer la casa marchamos pa Oviedo. Por esa época empezaron a irse unos cuantos. Aquí había demasiados habitantes y poco terreno para sembrar o mantener el ganado, la mayoría tenían 6-7 vacas y llegó un momento en que aquello no daba para vivir. Yo creo que acertaron en marchar», explica ahora, ante el asentimiento de Balbino.
Noticia Relacionada
Asturias, en alerta demográfica: tendrá casi 90.000 habitantes menos en 2033
Vindillés/Vindías cuenta, según el INE, con 7 habitantes censados. Colás es uno de ellos. Estar empadronado aquí, como los otros seis antiguos vecinos, representa su forma de seguir fiel a las raíces de los suyos y de contribuir a que las estadísticas no acaben por ahogar el presente de Yernes y Tameza. Con una superficie de 31,63 kilómetros cuadrados, es el concejo con menor población de Asturias: aunque los últimos datos oficiales dan una cifra de 140 vecinos, en la actualiad hay 132 habitantes empadronados (73 hombres y 59 mujeres), de los que solo residen de forma permanente unas 46 personas, la mayoría en la capital, Villabre, y en Yernes; el resto se reparten entre Villaruiz/Villuarrí y Fojó/Fuxóu. Es también el municipio que registra la tasa de natalidad más baja, con el último niño nacido en 2007. Otros datos oficiales retratan su panorama socioeconómico: 3 personas desempleadas, una sola transacción inmobiliaria registrada en el último año y ninguna nueva matriculación de vehículos. La cifra de los presupuestos municipales la da el alcalde, José Manuel Fernández Tamargo (PSOE): «Son 320.000 euros. En realidad funcionamos gracias al Principado, si no sería inviable mantener servicios». Son los planes de empleo financiados por la administración regional los que sostienen los 3 únicos empleados municipales: dos peones y un técnico, además de la funcionaria que completa la plantilla, ocupándose de la secretaría, intervención y tesorería del Consistorio. «¿Que cómo nos las apañamos con ese presupuesto? Bueno, un Ayuntamiento pequeño es como una familia: entra en casa tanto dinero, pues hay que arreglarse con eso».
Fernández Tamargo gobierna una corporación con otros tres concejales de su partido y uno del PP («es un vecino más, aquí fuimos elegidos todos por listas abiertas»). Sus planes para intentar revertir el principal problema del concejo, que es la escasa población, pasan por la mejora de las comunicaciones viarias y la conexión a internet, además de buscar la atracción de visitantes señalizando rutas y fomentando el interés por su entorno natural. «En internet estamos en zona blanca (conexión inferior a los 30 megas por segundo) y sé que eso podría hacer que viniese gente a instalarse. Conozco a varios que lo harían para trabajar desde casa», cuenta. Otro logro sería, añade, una residencia geriátrica que retuviese a los mayores, ahora obligados a irse a Grao: «Estarían aquí con su calidad de vida y los familiares subirían a verlos, con lo que se produciría una reinversión para el concejo», apunta.
A Colás le gustaría que los planes del Consistorio sirvieran para ofrecer a la tierra de los suyos al menos la oportunidad de recuperar algo de vida. Tiene dos nietos de 3 y 4 años. Desearía verlos corriendo por estos caminos y que algún día pudieran disfrutar de la casa familiar. Él comenzó a volver a Vindías ya cumplidos los treinta años. Ahora, ya jubilado, procura hacerlo una o dos veces por semana. Es viernes y llegan en un coche Medalina Tamargo y su hija Gertrudis, desde Grao. «Nos criamos aquí y eso no se olvida, así que venimos siempre que podemos y abrimos la casa para que respire», expresan. En pleno reencuentro aparece Manolo Patallo, ganadero de Yernes que tiene por aquí algunas reses. Todos hablan de «los ataques del llobu» y de un oso al que han visto rondando «por ahí mismo entre los bardios», indica Manolo. La maleza crece y con ella los animales dañinos: «No podemos hacer quemas controladas y está lleno de jabalíes», añade Balbino.
Frente a las antiguas escuelas, quienes asistieron a ellas echan cuentas de los niños que llegaron a ver sentados: «Más de veinte éramos». Señalan los 'fornos' perceptibles en los muros de varias casas. Medalina y Gertrudis aún encienden el suyo, al lado de un 'mulín' que siguen usando. «En cada casa un fornu y cinco personas por lo menos. Seríamos unos 70 vecinos por lo menos», recuerda Colás. Hoy siente la necesidad de seguir volviendo al pueblo, aunque recalque que el día que se fueron «mi padre acertó».