Mucho más que uno de los nuestros
Director, compañero, amigo... Marcelino Gutiérrez deja un hueco imposible de llenar en EL COMERCIO, su casa durante toda su brillante y dedicada carrera, el periódico de sus alegrías y sus desvelos, su otra familia
Cuando Ryszard Kapuscinski acuñó aquello de que «para ser un buen periodista hay que ser ante todo una buena persona» no estaba pensando en Marcelino Gutiérrez porque no le conocía, pero si lo hubiera hecho la frase sería sin ninguna duda para él. Pocas afirmaciones se ajustan más a la persona, a la personalidad de un hombre bueno por encima de todas las cosas que tuvo en el periodismo una profesión y una pasión a la que entregó su vida y, en EL COMERCIO, su casa, su equipo, su camiseta, su lugar en el mundo.
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Marcelino, Marce, era, es nuestro director desde 2016, pero nunca, ni por un instante, dejó desde entonces de ser nuestro compañero, el mismo que entró siendo un guaje por la Redacción a hacer sus primeras prácticas en 1998, recién acabada la carrera, y ya nunca más se fue. Delegado en Llanes, responsable de Gijón-Asturias, jefe del área de internet, en el equipo que impulsó las webs de todo Vocento... Marcelino era la esencia misma de la cantera de esta casa, una suerte de Quini en el Sporting, un líder nato, pero un líder mucho más a gusto con el mono de trabajo que con la corbata.
Dialogante, conciliador, respetuoso hasta el último extremo, alguien que cuidaba de los suyos, un paraguas en el que resguardarse cuando arreciaba la tormenta, como siempre decía cuando recordaba a Carantoña. Había mamado la vieja escuela y la aplicaba siempre. En las duras y en las maduras.
Dialogante, conciliador, respetuoso hasta el último extremo, era, como le gustaba recordar de Caratoña, un paraguas para la Redacción
Trabajador hasta límites insospechados, riguroso, capaz, con esa visión que solo tienen los grandes de esta profesión, en su vida impuso su criterio ni levantó la voz por nada ni a nadie. Con convencimiento, pero no como el poeta, también con esperanza, apuntaló una carrera construida sobre el esfuerzo, la verdad y una profesionalidad a prueba de bomba.
Cuenta su mujer que, cuando estaba a punto de dar a luz a su única hija, tuvo que esperar a que Marcelino terminase de escribir un reportaje que tenía entre manos para salir pitando para el hospital, porque, sin acabarlo, él no se iba. Así era. Una fuerza de la naturaleza capaz de encadenar un día de trabajo con otro.
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Adoraba el periodismo, sentía verdadera devoción por el periódico, olía una noticia a kilómetros, paría mil y una ideas, visualizaba ese enfoque certero que nadie había visto antes y, entre tanto, nunca le faltaba tiempo para el trato directo, para preguntar a cada uno por sus problemas, por sus desvelos, por su familia. Siempre tenía tiempo para un café, no le decía 'no' a nadie y tenía una capacidad asombrosa para ponerse en el lugar del otro, también de los protagonistas de la noticia, incluso o especialmente cuando lo que protagonizaban eran sucesos.
La familia era para Marcelino un pilar fundamental, su otra gran pasión. La persona más humilde de este mundo, el que sufría cada vez que tenía que aparecer en una foto, solo se atrevía a hacer algo parecido a presumir para hablar de los dibujos de su hija, estudiante de Bellas Artes; de la fuerza inusitada de su mujer, de la integridad de su añoradísimo padre, de la bondad infinita de su madre... de la su hermana y de la última incorporación de la saga, el pequeño Teo, un bebé que algún día, más pronto que tarde, sabrá que es sobrino de un hombre gigante.
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La puerta del despacho de Marcelino siempre ha estado abierta. Para lo que haga falta. Para quien quiera entrar. Lo sigue estando ahora, con la luz encendida, porque nadie se ha atrevido a apagarla, porque no queremos que deje de iluminarnos. Nadie ha querido cambiar de sitio ninguno de los bolis sobre la mesa, ni los papeles, siempre apilados, siempre ordenados, a pesar del caos. Alguien ha dejado unas flores, dos rosas rojas que se empeñan en recordarnos que Marce no está, aunque todos estamos haciendo el periódico, su periódico, pensando en que en el momento menos pensado va a entrar por la puerta y va a abrir la primera página para cambiar algo y va a levantar la 18 porque tiene una errata y la 25 porque el titular no está bien enfocado. Y se va a remangar la camisa y se va a poner manos a la obra con esa media sonrisa de satisfacción de estar haciendo lo que ama, para lo que ha nacido.
No queremos usar el pasado, no podemos para alguien tan presente, tan lleno de vida, de proyectos, de ideas. Alguien que, aunque suene a tópico, no podrá ser nunca sustituido en esta Redacción, porque su fuerza es irremplazable. Ahora, director, ahora, Marce, solo podemos prometerte que tu fuerza es y será siempre la nuestra. Podemos jurarte que, con los dientes apretados, el corazón roto y el alma hecha añicos, seguiremos informando. Por ti. Siempre.
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