«Quería llenar aquel silencio atronador»
En el primer aniversario del confinamiento en los domicilios, dos de los músicos que amenizaron aquellos meses evalúan lo que aquello les supuso
BORJA PINO
AVILÉS.
Sábado, 13 de marzo 2021, 03:54
Resulta sencillo compartir instantes con Iván Fernández Arrimada (León, 1981). Su carácter, cercano y afable, está marcado por cierto toque risueño, que le lleva a matizar con naturalidad que «todo el mundo se deja mi primer apellido; para los que siguen mi música, soy solo Iván Arrimada». Y, cuando se le pregunta por qué, al poco de decretarse el confinamiento domiciliario hace ahora un año, optó por montar su equipo de música y cantar para todos sus vecinos, es esa misma naturalidad la que guía su respuesta. «Fue por el silencio... Por aquel silencio que estaba por todas partes. Quería llenar ese silencio atronador y, también, mi propio silencio interior.».
La suya fue solo una de las voces que, en aquellos meses de encierro, salieron a ventanas y balcones para tratar de imprimir un poco de alegría y energía a una vida que parecía haberse detenido. Ese reto fue el que se marcó el cantante y actor Maxi Mendía, en el barrio de La Luz. Y también Asun Marruecos y Víctor Manuel Calero, el veterano Dúo Sueños, que regalaron su talento a sus vecinos de La Carriona.
En el caso de Arrimada, su feudo fue el cruce de las calles Pelayo y Paz, en Versalles, donde reside desde hace años, compaginando su amor autodidacta por la música con su profesión de autónomo montador de muebles. Cuando, el 15 de marzo de 2020, se decretó la cuarentena, «a los tres días me llegaron 10.000 euros en equipo. Y, como los casi 140 conciertos que tenía apalabrados estaban suspendidos, decidí amortizar la inversión».
Así fue como un buen día, al poco de iniciarse el encierro en los hogares, colocó altavoces y mesas de mezclas en su ventana, se vistió con su americana blanca bordada en dorado, e interpretó la primera de las canciones con las que llenó cada tardes. «No tengo un estilo definido; tanto te canto cumbia y bachata, como rock. Salía a las siete, cantaba una hora y enlazaba con los aplausos, a las ocho. Era la mejor franja para molestar lo menos posible».
Sus actuaciones no tardaron en granjearle cierto protagonismo en las redes sociales. «Me hacían muchísimas peticiones de canciones a través de Facebook, de WhatsApp... También hubo algunos comentarios críticos, pero la mayoría de la gente estuvo encantada». De hecho, el único percance serio lo tuvo el primer día, cuando la Policía Local acudió a clausurar su actuación tras una queja particular. «Subieron protestando porque les estábamos echando a la gente encima, pero siempre recibimos mucho apoyo de la Policía Nacional».
Al fin, poco antes de que, el 21 de junio, llegase la ansiada autorización para salir al exterior, Arrimada ofreció su último concierto, ataviado de gala y presa de sentimientos contradictorios. «Por un lado, me entristecía que se acabase algo tan bonito y tan emotivo, pero, por otra parte, había muchas ganas de salir».
Desde entonces, sin embargo, ni el tiempo, ni la suerte han sido amables con este padre de tres hijos, de cuyo domicilio, en el que también vive con su mujer y su hermano, amenazan con desahuciares el jueves. Con su negocio de montaje reducido al 25%, y la música aún paralizada, «esto me ha confirmado lo que ya intuía: que, muchas veces, el que puede, no quiere, y el que dice que quiere, no puede».
Aun así, muchas de las muestras de apoyo recibidas por su música en aquellos meses de clausura se han traducido en ayudas actuales por su situación presente. Y, en cualquier caso, no duda en afirmar que, «si tuviera que volver a sacar el equipo a la ventana, lo saco. Aquello que vivimos mereció la pena».
Voces desde el centro
Pero no solo en los barrios se dieron aquellas expresiones de solidaridad musical. El centro de Avilés contó con sus propios artistas del encierro, como Sara Iglesias y su familia, en la calle Pruneda, o Ariane Valdivié y Rubén Álvarez, profesores de la Fundación de Música Moderna, en la plaza Maspalomas. Y, en Rivero, el protagonismo lo acaparó Emilio Menéndez Bolaños (Avilés, 1959), uno de los rostros más conocidos de la recuperación del longevo patrimonio musical local.
«Que me decidiese a salir fue algo muy simpático», rememora este siderúrgico de profesión, pero comprometido con la música con todo su corazón. «Al ir a trabajar, en la calle, un amigo me contó que acababa de ser abuelo, y le prometí que, esa tarde, cantaría una canción desde mi ventana, para celebrarlo. Lo hice... Y, como se salía a aplaudir, la gente decía que por qué no cantaba otra al día siguiente. Y así fue».
Desde aquella jornada, cada día una canción, y un atuendo acorde, llenaron de sonido y de color la sombra de la pandemia que se cernía sobre Rivero. Y, de entre todas las vivencias de esos meses, Menéndez recuerda con especial cariño en Viernes Santo. «Canté 'Estrella de los mares', y un vecino me pasó una nota por debajo de la puerta, diciéndome que acababa de fallecer su madre, y que me agradecía aquella canción. Quedé impresionado».
En su caso, no hubo problemas; solo ánimos y aplausos a diario. Y, al final, optó por dar la última nota el Día de la Madre. Esa jornada «me vestí de esmoquin, para dedicar una canción a mi madre, que está en el cielo, y a todas las madres.... Sin darme cuenta de que ya habíamos salido, y que la calle estaba llena de gente».
Ahora, al echar la vista atrás, no cree que se hayan aprendido todas las lecciones necesarias. «Veo mucho desmadre, mucha irresponsabilidad. Y, sobre todo, tristeza. Yo daría prioridad a ayudar a las personas que lo están pasando mal. Aquello fue bonito, pero ya pasó; ahora hay que arrimar el hombro y enfrentar la realidad