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Sanz Montes, en la misa del Día de Covadonga: «Los jóvenes son la esperanza del futuro, saben distinguir la verdad»
El arzobispo invita a «pasar página de tantos incendios de tipo ideológico que se llevan nuestro pasado, complican nuestro presente y difuminan nuestro fuguro, pero que no destruirán el mañana de la esperanza»
Un tímido paso hacia la conciliación sin renunciar a los principios, pero sí reduciendo el nivel de conflictividad respecto a días de Covadonga anteriores. Llamadas a entender que el Día de Asturias lo es en el 8 de septiembre precisamente porque coincide con el Día de Covadonga y, en ese sentido, «era ya el día de Asturias antes de que los legisladores lo confirmasen», según indicó momentos antes de la misa el presidente del PP asturiano, Álvaro Queipo.
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Su mensaje y el del arzobispo han tenido mucho de confluencia y bastante de llamadas a la reducción de la conflictividad. La presencia del presidente de la Junta General del Principado, Juan Cofiño, fue la única de relevancia de representantes de la izquierda, y el propio Cofiño prefirió quedarse en el simbolismo de los gestos ante la cámara de fotos y no dar pie, con declaraciones, a posibles malinterpretaciones. Lo que sí hizo Cofiño fue, en el momento de la ofrenda de paz entre los fieles, acercarse al arzobispo y darle el apretón de manos que simboliza el perdón y la paz entre los fieles católicos. Fue al pie del altar, a la vista de todos los presentes en la misa de Covadonga. Simbolismo claro y de ningún modo gratuito.
Por parte de la Iglesia católica, otro símbolo como es la presencia del conservador cardenal Rouco Varela, se quedó en eso, en un símbolo de la importancia del Día de Covadonga, donde el arzobispo emérito de Madrid asistió en los días pasados también a la Novena de Covadonga.
Como queda dicho, con presencia aplastantemente mayoritaria de los representantes políticos de centro y de derecha, la homilía de Jesús Sanz era muy esperada. Él mismo, momentos antes de la Misa, indicaba a EL COMERCIO que «todos los asturianos están invitados a venir aquí, las puertas están abiertas. Quien no está es porque no quiere o no puede».
Y comenzó la homilía con una llamada y un agradecimiento «a la gente de bien» que «venimos a rendir el sentido homenaje a Nuestra Señora desde esta identidad religiosa y asturiana».
La ausencia de la televisión regional
Ya antes de la homilía de Sanz Montes era palmario en Covadonga el malestar entre los presentes por la ausencia de la televisión pública autonómica. Un alto representante de la Iglesia asturiana indicó a este periódico que «parece que si no viene el presidente del Principado, a esa televisión no le interesa el día de todos los asturianos en Covadonga», en referencia a que este año la retransmisión en directo de la misa de Covadonga no estuvo en la televisión que se paga con los impuestos de todos los asturianos. El comentario era uno de los más habituales en los corrillos previos a la celebración eucarística.
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El propio arzobispo, ya en la misa, optó por subrayar la ausencia por contraste, dado que, sin mentar a la televisión regional, sí que destacó que «a través de 13TV estamos en toda Asturias y en toda España, llegando incluso a la América hermana con la retransmisión de MaríaVisión, y con el canal del Santuario en YouTube, en toda Europa. Cuando se cierran algunas puertas, se abren otras«.
El mito fundacional de Covadonga estuvo, eso sí, muy presente tanto en el discurso del arzobispo como en el de los representantes de PP, Vox y Foro. El arzobispo lanzó una carga de profundidad desde esa mezcla de historia y leyenda, afirmando que en Covadonga, en «la aparente dureza infranqueable de una montaña se hizo sitio la oquedad como refugio en medio de las tempestades, como lugar seguro cuando por doquier surgen las hostilidades que pretenden acallar nuestra voz y censurar nuestro mensaje».
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Allí, en Covadonga, se «repite una y otra vez» la «historia de aquella primera victoria sobre los que intentaron someter a un pueblo, borrar su pretérito e imponer un presente ajeno a cuanto representaba su sentimiento, sus creencias y sus venideros desenlaces». Y todo ello, en un momento en el que «parece que lo sórdido, lo zafio, lo injusto, lo violento y lo corrupto y ceniciento han ganado la batalla a la verdad, a la bondad y la belleza, introduciendo una maldición de la que no es posible salir». En ese momento de la homilía, y remedando un discurso habitual de los líderes nacionales y regionales del PP, que suelen usar el latiguillo de que «del socialismo también se sale», el arzobispo postuló: «hay maldiciones de las que se sale. Y, por eso, la tradición cristiana sabe resistir con paciencia y valor, nutriendo a diario lo que sabemos que es fuente de nuestra esperanza, que no defrauda ni engaña».
De jóvenes, incendios forestales y llamas internas
Los recientes incendios forestales en los montes asturianos se tornaron en e discurso arzobispal en un trasunto de la situación general, también. Indicó Sanz Montes que «en nuestro inmediato presente no podemos dejar de pensar en los incendios que nos han asolado».
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Frente a esa gris situación, el arzobispo abogó por «mirar al futuro con esperanza». Y ahí comenzó a aludir a la savia negra de una juventud que él ve adicta a la causa. Así, recordó a los «más de 400 jóvenes que acompañé subiendo al Santuario de la Santina adentrándonos por los bosques el primer sábado de mayo. O los casi 2.000 que llenaron de algría este bendito lugar a primeros de julio en unas jornadas inolvidables, o aquellos más de 2.000 que desde Oviedo peregrinaron a Covadonga a finales de julio».
Y es que el arzobispo aludió a la importancia que el nuevo Papa, León XIV, le da al impulso de los jóvenes, con el «jubileo de los jóvenes a comienzos de agosto con aquel millón de chavales que dijeron sí a las propuestas cristianas del Evangelio de Cristo» o, muy significativamente, los «45 jóvenes que están en nuestro Seminario preparándose para ser sacerdotes el día de mañana», una cifra que contrasta en positivo con las de años anteriores.
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Todos ellos son «jóvenes que creen en la verdad y saben distinguir a los que a mansalva mienten, jóvenes que creen en la justicia y reconocen a los que torticeramente la usan; jóvenes que creen en la honestidad y se distancian de los que de tantos modos se corrompen, jóvenes que creen en la belleza y evitan a los que la manchan con sus perversiones inmorales».
Esa juventud, predijo el arzobispo, «tiene otra mirada y se separa de los dioses falsos que denunciaba T. H. Eliot cuando señalaba los tres ídolos los que adoran los que se alejan del verdadero Dios: el dinero, el poder y la lujuria».
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Es esta una juventud que se encarna, en la perspectiva de Sanz Montes, en los jóvenes que «ayer fueron canonizados en Roma, Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, que fueron capaces de escribir otra historia desde la bondad, la verdad y la belleza».
Porque, frente a éstos, hay en su visión un grupo social opuesto, del que dijo que «los mentirosos que engañan pasarán, los violentos que matan pasarán, los prepotentes que se empoderan pasarán, los que dividen y enfrentan pasarán, y surgirá de esta generación de jóvenes una nueva sociedad, una nueva Iglesia también, que llenarán la ciudad de alegría y la vida de esperanza«.
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No perdió el arzobispo la oportunidad de salir al paso de su propio desliz cuando recientemente calificó de «rifirrafe» lo que está ocurriendo entre Israel y los palestinos en Gaza. Hoy, en la homilía, pidió que se imponga «la fraternidad» en la que «los hombres intercambian ideas y sentimientos sin renunciar a sus convicciones». Por ello, «pedimos por la paz como nos repite el Papa León XIV (por dos veces mencionado en su discurso) cuando, pensando especialmente en los escenarios de Gaza, Ucrania y Sudán, nos dice que 'la guerra no resuelve los problemas, sino que los amplifica y produce heridas profundas en la historia de los pueblos que tardan generaciones en cicatrizar. Ninguna victoria armada podrá compensar el dolor de las madres, el miedo de los niños, el futuro robado».
Una llamada, pues, a la responsabilidad social e histórica de los gobernantes a todos los niveles, que se extendió a los demás presentes. Incluso en las preces, el diácono que las pronunció solicitó a la divinidad que «los gobernantes del Principado trabajen por solucionar los graves problemas que sufre esta nuestra tierra». ¿Crítica implícita? Todos los presentes respondieron, como es menester, «te rogamos, óyenos».
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