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Antonia Martínez, Nuria Bravo, Leticia Álvarez, Mercedes Cruzado y María Calvo, durante la mesa redonda en el Antiguo Instituto. :: JORGE PETEIRO

El techo de cristal, hecho añicos

María Calvo, Mercedes Cruzado, Nuria Bravo y Antonia Martínez, profesionales con cargos de responsabilidad, comparten en una mesa redonda sus experiencias

LAURA CASTRO

Viernes, 30 de noviembre 2018, 04:10

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Decididas a demostrar que podían hacerlo tan bien como un hombre o, incluso, mejor, dispuestas a romper cuantas barreras les pusieran por delante y sin miedo a mostrar su opinión. Este es el aplomo que llevó a María Calvo, Mercedes Cruzado, Nuria Bravo y María Antonia Martínez a lograr el éxito siendo pioneras en sus respectivos sectores. Su carácter, que no entiende de techos de cristal ni de estereotipos impuestos, impregnó ayer el Antiguo Instituto durante la mesa redonda moderada por Leticia Álvarez, jefa del Área de Gijón-Asturias de EL COMERCIO.

Tras una semana «dura» en la que Asturias clamó contra la violencia machista que ya se ha cobrado en lo que va de año la vida de 46 mujeres, era el momento de dar aliento y pensar en un futuro que comienza a escribirse, no sin dificultades, con acento femenino. «Hay que naturalizar la situación», insistía Nuria Bravo, la capitana Bravo, primera piloto militar. Entró en el Ejército del Aire en 1992 con otra compañera y supuso un choque para un estamento tan fuerte como este. Desde entonces han pasado más de 26 años, pero aún «hay caras de sorpresa» cuando la capitana Bravo rescata a algún hombre en el Helimer Cantábrico de Salvamento Marítimo. Los primeros años en el Ejército del Aire se sentía «de manera permanente en el filo de la navaja. Siempre estábamos a prueba a ver cuándo rechazábamos alguna situación».

La pelea, dijo, «es dura. Es más, sigo aún luchando día a día porque en mi entorno todavía no es normal la presencia de la mujer, pero compensa el esfuerzo», aseguró la piloto, quien reconoció que el apoyo familiar fue clave para perseguir el sueño profesional que tenía desde los 11 años.

También para María Calvo, vicepresidenta de Fade y presidenta de los promotores en la CAC-Asprocón, fue fundamental que en su casa no hubiera «cortapisas». «Asumí con total naturalidad el relevo de mi familia de empresarios», relató. No fue así, en cambio, cuando se incorporó a la compañía pues estaba «formada exclusivamente por hombres». Se propuso cambiarlo y lo hizo. «Sin proponérmelo contraté a dos jefas de obra que eran las que mejor se adecuaban a las ideas que quería en mi empresa. No creo que por ser mujeres tengamos unas cualidades distintas, pero está claro que la mezcla de sexos siempre enriquece», defendió. También «se ha ido avanzando» en Fade, donde cuentan con unas seis mujeres en el equipo directivo compuesto por 18 personas.

Más igualadas están las cifras en las instituciones forenses de España. Así lo confirmó Antonia Martínez, directora del Instituto de Medicina Legal, quien explicó que «la buena capacidad de organización» de las mujeres propició que hubiera cada vez más en los altos cargos de estos centros. Y lo que compete al suyo, afirmó que «el trabajo es igual para todos y no hay ninguna excepción por cuestión de género». Tampoco en su casa, donde en ningún momento surgió el debate. «Nunca me planteé que por ser mujer no podía hacer algo, no había ninguna decisión que sopesar en ese sentido», indicó. Y transmitió el mismo mensaje a sus hijos, ambos varones, quienes aprendieron pronto que «es natural que una mujer trabaje en cosas duras y se ausente del domicilio».

«Hasta aquí llegamos»

De las cuatro participantes en la mesa redonda de ayer, quien tuvo más dificultades para hacerse un hueco entre los hombres a lo largo de su vida profesional fue Mercedes Cruzado, secretaria general del sindicato agrario COAG. «El mundo rural es mucho más machista», lamentó, pero ella nunca se sintió discriminada, principalmente, porque no lo permitía. «Cuando me casé tuve que ir a vivir a casa de mi marido, con mis suegros y dos tíos solteros. Eso fue complicado, pero todo empeoró cuando nacieron mis hijos y mi suegra quiso influir en su educación», relató. «Ahí fue cuando dije hasta aquí llegamos», agregó Cruzado.

Y en lo profesional, en la ganadería, hizo lo mismo. «Mi generación rompió moldes. No nos comportamos como esperaban de nosotras, no fuimos sumisas, nos negamos a seguir el camino de nuestras madres y abuelas», contó orgullosa. Su determinación la llevó a ponerse al frente de su propia explotación y puso en marcha medidas nuevas que hicieron que el sindicato COAG se fijara en ella. «Les debo muchísimo, me dieron la oportunidad de pelear por lo que tanto me gusta. Nunca pensé que iba a ganar las elecciones porque había otra candidatura encabezada por un hombre muy conocido en el sector», expuso Cruzado. Pero lo hizo, ganó y desde entonces no ha hecho más que luchar por conseguir un futuro para la profesión que tanto le apasiona.

Sin autolimitarse

Cruzado dio la vuelta al debate e invitó a las mujeres a reflexionar. «Debemos hacer autocrítica, porque a veces nos discriminamos nosotras mismas», apuntó. «¿Es cierto? ¿En ocasiones es la mujer la que se pone límites?», planteó la moderadora Leticia Álvarez. La cuestión arrojó luz a un problema que parecía que únicamente venía impuesto de fuera. «Creo que en esto influye mucho la educación», apostó Calvo, quien ilustró su argumento al indicar que «los hombres se presentan a un puesto de trabajo cuando cumplen aproximadamente el 66% de los requisitos que se piden, pero las mujeres solo lo hacemos si llegamos al 100%». Por lo tanto, concluyó, «es verdad que a veces nos autolimitamos, nos ponemos barreras y por eso es importante visibilizar la situación y demostrar que las mujeres pueden hacer todo lo que se propongan».

Antonia Martínez compartió la postura de Calvo, aunque consideró que en la actualidad esta tendencia está cambiando. «A nosotros nos evalúan tribunales, la prueba es la misma para todos. Sin embargo, antes muchas mujeres directamente no se presentaban y se frenaban a la hora de acceder porque pensaban que no podrían tener familia. Ahora esto se está descartando casi por completo», explicó.

Ellas son el ejemplo de que el techo de cristal está cada vez un poco más cerca de hacerse añicos, aunque recuerdan que aún queda camino por recorrer e instan a las generaciones futuras a «ponerle valor y enfrentarse» a lo que venga. «No hay que tener miedo, solo es cuestión de dar el paso», incidió la capitana Bravo. El mensaje es claro: «Las mujeres podemos hacer todo lo que queramos, igual que ellos».

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