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Carmen Suárez, en una imagen reciente. FOTO CEDIDA POR LA FAMILIA

La víctima: «Me tocó a mí como le podía haber tocado a cualquiera»

Los médicos aplazan la intervención de la cadera rota de Carmen S. La familia descarta que coja miedo al bosque «porque nunca lo tuvo»

R. M.

GIJÓN.

Miércoles, 2 de junio 2021, 05:00

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Tiene ganas de volver a sus paseos y su huerto, pero por ahora a Carmen Suárez, la mujer de 75 años agredida el domingo por un oso, le toca ser paciente. En el Hospital Carmen y Severo Ochoa la siguen atendiendo. «Está estable, animada, con ganas de retomar su rutina», confirman sus familiares. «Me tocó a mí como le podía haber pasado a otro», les ha repetido durante los horarios de las visitas.

Los facultativos tenían previsto ayer intervenirla por la rotura de cadera que padece tras el suceso, pero han resuelto no someterla a más estrés y esperar a que se siga reponiendo del resto de sus heridas. El zarpazo le dio en el lado izquierdo de la cara y le desgarró parte de la piel sobre el labio.

Carmen es, según coinciden familiares y amigos, fuerte, segura, afable. El día se le va entre hortalizas, tertulias con los vecinos y paseos por la zona. Su única queja eran dolores de rodilla y en los dedos de tanto trabajar. «No creo que ahora le vaya a coger miedo, ha estado toda la vida por el monte cuidando animales y nunca lo tuvo», reflexiona uno de sus parientes.

Natural de Sonande, se crió cuidando las ovejas y vacas. A la escuela fue, primero en La Regla, luego en Llamera. Se casó con un minero del que enviudó hace unos años y con el que tuvo una hija. «De niñas ya había osos, pero cuando se veía que iban a por el maíz se los asustaba con petardos o piedras», repite su hermana. «Ahora parece que son ellos más importantes que las personas», considera.

Ambas siguen en el pueblo de su origen, donde quedan de continuo otros 25 vecinos entre los que queda solo una niña. «Tiene que caminar 300 metros para coger el transporte escolar por nosequé lío con que no cumple la distancia», lamenta José Rodríguez.

«Esto es un paraíso natural, pero nadie se quiere quedar», cuenta Vicente Rodríguez. «De niños éramos 40 en la escuela, ahora son siete», detalla. Mantiene precioso uno de los caserones de Sonande «porque es lo que tienes que hacer con lo que recibiste de los tuyos». Repite, como los demás, que en la zona queda cada vez menos personas y más osos.

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