El maquinista del Palacio Valdés
Acumula anécdotas de un trabajo que le encanta y al que llegó por casualidad. Firmó su pasión por él en una escenografía que ahora es leyenda
Desde hace un año el Teatro Palacio Valdés está un poco más silencioso. Los ritmos de trabajo siguen igual, pero ya no se oye tan a menudo la voz de Laureano. No solo no se le escucha, sino que hasta se echan de menos sus gritos y alguno de aquellos improperios con los que, todo sea dicho de paso, salpicaba su jornada de montaje teatral. Lo suyo es puro teatro, para bien y para mal porque si curtido está en esa representación de malhumorado maquinista que ya no cuela, también en la de avezado técnico y amigo de sus compañeros con los que forma un equipo sin fisuras. Alejado del día a día del teatro avilesino desde hace un año, sigue cumpliendo como responsable de escenario en las funciones teatrales. Y eso, por suerte para el mundillo, significa que seguirá firmando todas las escenografías que pasen por su teatro. Aquel muñeco que un día dibujó en el revés de una de ellas junto a la frase «me encanta este trabajo» ha viajado por toda España y Europa y se ha popularizado hasta tal punto que una página de Facebook le rinde homenaje y las compañías piden su rúbrica en cualquier caja si no llevan escenografía. Esta es la huella que ha dejado Laureano. En su casa y en la de sus amigos, la de esas compañías que desde hace veintidós años visitan un Teatro Palacio Valdés que, a decir de todos, se ha convertido en una gran familia, acogedora y trabajadora.
Laureano Váez Rodiz nació en Sama de Langreo en 1942, en el seno de una familia minera. Mellizo con otro hermano varón, comenzó a trabajar con diecisiete años en una empresa nacional de componentes electrónicos de Gijón, ciudad a la que se había trasladado la familia y en la que siempre ha residido. Cuando cerró veinte años después, pasó algún tiempo en el paro hasta que entró en la empresa de servicios de mantenimiento que trabajaba para el Ayuntamiento de Avilés. Era el 3 de enero de 1995.
Él quería trabajar y hubiera aceptado casi cualquier destino, pero le tocó en suerte uno que ha derivado en pasión. No se le olvida la impresión al entrar por primera vez en el Teatro Palacio Valdés. ¿Podía haber sitio más bonito para trabajar? Sin embargo lo mejor, como descubrió después, no fue el continente sino el contenido. Pocas experiencias laborales podrían haberle dejado tantas y tantas anécdotas. Aunque la esencia del trabajo responde a una rutina, cada compañía y cada representación son diferentes. Antes con más medios y actores, ahora cada vez más reducidas. En cualquier caso, interesantes siempre.
De los cuatro técnicos que trabajan en este teatro, él es el encargado de la escenografía. En cuanto llega el camión o furgoneta de la compañía y se descargan las cajas, le toca comenzar a montarlo en un escenario que no tiene secretos para él.
Ha habido montajes desafiantes como los de las óperas, 'Ricardo III', con un Kevin Spacey ahora caído en desgracia, o 'Almacenados', con José Sacristán como protagonista en una obra cuyo hilo argumental dependía del tiempo marcado por un reloj automático. Había tormenta y uno de los rayos afectó al ordenador que estaba conectado a ese reloj. Tras unos angustiosos momentos de tensión hubo que suspender. José Sacristán tenía función al día siguiente en Madrid, pero se comprometió a regresar al inmediatamente posterior a Avilés. Y así lo hizo. Él ha sido uno de los grandes profesionales con los que, desde la boca posterior del escenario, ha disfrutado del teatro con mayúsculas. Porque, entre otras cosas, cree que su 'butaca' ha sido la mejor. Esa puesto en la parte posterior del escenario y en diagonal a la acción asegura que es desde donde más intensamente se disfruta la historia.
Es su obligación estar ahí, a pie de obra, por si surge alguna emergencia. La única vez que abandonó el puesto surgió. No fue porque él quisiera, sino por imperativo de la actriz protagonista, una Aitana Sánchez-Gijón que se desconcentraba con su presencia. Se fue para atrás y justo ese día surgió algo. No recuerda el qué, tantos son los momentos que se le agolpan en la memoria, pero sí que desde aquella nunca más, bajo ningún concepto, volvió a irse lejos del escenario durante una función.
Si aquel incidente fue un auténtico mal trago, tampoco fue nada agradable la amenaza de bomba en una gala de coronación de las Xanas y Xaninas de Pascua presentada por Norma Duval. Fue un falso aviso, pero suficiente para alterar el guión del día.
Si tiene que elegir una escenografía que le haya impresionado se queda con 'El lector por horas', en la que Juan Diego leía para una chica ciega. La elige por la impresionante biblioteca que se recreaba sobre el escenario con una señorial chimenea que costó lo que no está escrito montarla. Él lo cuenta en varas: dos o tres para sujetarla desde arriba.
Tensión y camaradería
Y de lo más laborioso a lo más sencillo que, por otra parte, es lo más habitual en los últimos tiempos. Claro que entre lo mucho y lo poco hay un término medio y cuando un grupo teatral les pidió una mesa y dos sillas casi que se quedaron a cuadros. En realidad, a él eso le soluciona mucho el trabajo. Igual que lo monta, lo tiene que desmontar, luego a mayor montaje, mayor tiempo. No son raros los días que sale de madrugada tras una función.
Laureano, que por si no quedó claro al principio tiene carácter, ha tenido también que poner un poco de orden en el seno de una compañía. Cierto es que lo recuerda como algo inusual, pero aquella vez que los actores estallaron en discusión entre ellos tras llegar derrengados de un viaje nocturno en furgoneta desde Murcia, apenas sin dormir, o intervenía o se levantaba el telón sin escenario colocado.
Esas y el nerviosismo e incertidumbre propia de un estreno son los únicos momentos catalogados en el apartado de tensiones porque el buen ambiente reina en la casa y entre los compañeros de trabajo. No hace falta que lo diga Laureano, lo sabe y lo nota todo el que trabaja con ellos. Por eso los Premios Oh de Teatro, concedidos por la Asociación de Compañías Profesionales de Teatro y Danza de Asturias, les otorgaron el galardón de honor en 2016.
Por eso Laureano echa (un poco) de menos su trabajo. En realidad, las charlas y comidas con sus compañeros. Siempre juntos en La Eritaña, principalmente, o en cualquiera de los restaurantes de alrededor de los centros en los que trabajan. Porque cuando no mantienen la caja escénica, luz y sonidos del Palacio Valdés, hacen lo propio en la Factoría Cultural o en Los Canapés.
Y en ninguno de ellos se escuchan ya los gritos de Laureano, pero en todos queda su huella.