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'Maharajá' hizo disfrutar al público, pero también pensar.

De la tierra de Gandhi y Tagore a la de los osos y los salmones

El estreno absoluto de 'Maharajá', la zarzuela de Maxi Rodríguez y Guillermo Martínez, en el coliseo ovetense, estuvo lleno de humor amargo

RAMÓN AVELLO

Viernes, 16 de junio 2017, 00:11

La taquilla sirve de medida sobre las expectativas y el interés previo que despierta un espectáculo. Ayer, las localidades para 'Maharajá' estaban prácticamente agotadas. Un público más variopinto que el habitual de las zarzuelas acudió a este estreno absoluto que conmemora los 125 años de la inauguración del Teatro Campoamor y cierra la XXIV Temporada de Teatro Lírico Español de Oviedo. Si habitualmente los estrenos en el campo de la lírica y de la música conllevan varios riesgos, entre otros el de cierto retraimiento de los espectadores ante la novedad, no fue el caso de 'Maharajá'. El público aplaudió con generosidad después de una representación de casi dos horas.

¿Qué es 'Maharajá'? Formalmente, la obra se puede relacionar, con un siglo por el medio, con una transposición del género chico a la sociedad de ahora. Así, la acción se desarrolla en un acto y varias escenas, como el género chico. El casticismo se sustituye en este caso por un costumbrismo asturiano, con gotas de esperpento. El texto mantiene el humor y la ironía característicos de Maxi Rodríguez. En realidad, es una sucesión de 'sketchs' sobre una breve trama: una asturiana, Vanesa, Vanuisha, o la Vane de Vallobín, viaja a la India para encontrarse con ella misma y se enamora de un joven hindú que es el hijo del magnate del acero. Y, sobre eso, se abordan problemas como el envejecimiento de la población, la deslocalización industrial o el cierre de la minería propios de una región en declive con un poso de cierta amargura, pero también con humor.

La mezcla de esencias hindúes y asturianas del libreto se proyecta en una partitura amplia, ecléctica, en la que se fusionan sonoridades hindúes, elementos característicos de la música folclórica asturiana, incluso con la presencia de la gaita, aires latinos característicos de la música popular de hoy en día y un cierto grado de nacionalismo musical español propio de la zarzuela. Frente a lo escueto de algunas músicas del género chico, la partitura de Guillermo Martínez contiene veinte números, lo que hace que la música esté sonando la mayor parte del tiempo.

La puesta en escena, bajo la dirección del propio Maxi Rodríguez y con el colaborador de EL COMERCIO Alejandro Carantoña como ayudante, es ágil y continua y se basa en juegos de luces y proyecciones de paisajes asturianos sobre los que se van sucediendo esos 'sketchs'.

Musicalmente estuvo en su sitio Marzio Conti, al frente de Oviedo Filarmonía, que suena con color y ritmo. Especialmente, los derivados de la salsa y las parodias sobre otros números de zarzuela. El coro también tiene una presencia continua.

La mayor parte del elenco interpretativo está formado por buenos cantantes y actores asturianos, lo que imprime cierto carácter autonómico. Beatriz Díaz, en el papel de Vanuisha, está correcta, simpática.

El más aplaudido fue el barítocono David Menéndez, como Mishka, que tiene una buena vis cómica y un sentimiento muy lírico al cantar, incluso en números un poco paródicos como 'Tengo de subir al árbol'.

María José Suárez, en Ana, también excelente, con una comicidad muy espontánea y algunas arias muy bonitas como 'Niebla', uno de los puntos más sugerentes de la obra. Juan Noval Moro, en el papel de novio asturiano de Vanesa, representa a la clase obrera asturiana con los problemas de mileurismo y de paro que la aquejan. El aria 'Dumping' o la voz cantante en el coro 'Manifa' fueron sus mejores momentos.

Francisco Sánchez, como Orlando, también con una gran vis cómica. Y entre los actores destacaron Fernando Marrot y Roca Suárez. Una imagen de la Asturias actual algo dispersa en lo musical, pero con humor ácido que el público agradeció.

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