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La delicadeza oriental se advierte en cada trazo, en cada color, en cada blanco y cada vacío. Covadonga Valdés Moré, la artista gijonesa que heredó ... apellido y arte de su abuelo Mariano, llega al Museo de Bellas Artes de Asturias, donde ya estaba representada, con una muestra individual que la dibuja en plenitud, que la cuenta en su pasión evidente y vibrante por la naturaleza. Los árboles, las plantas, las orquídeas, las aves, los jardines se asoman al papel, el material elegido, a través de 38 dibujos –gouaches en su mayoría–, dos estampas, ocho libros de artista y una intervención mural específica en una de las paredes de la sala 10 que, junto a la 11 del edificio Oviedo Portal, acoge hasta el 31 de agosto 'Covadonga Moré. Estaciones interiores', que así se titula la exposición comisariada por Laura Baños.
El título dice mucho de ese viaje visual en el que la creadora, en palabras de Gabino Busto, el director en funciones del museo, derrocha luminosidad en su flora y en su fauna, que conduce a Piloña pero también a Las Landas, que evoca pinos, manzanos, magnolias. Ella, así lo confesaba en la presentación de la muestra, ha buscado la belleza a través de la armonía y el equilibrio, a través también de la intensidad y la delicadeza. Y lo ha hecho con el ánimo de propiciar una mirada calmada sobre su obra, con el fin de invitar a todos a «mirar alrededor», a alejarse de las pantallas para descubrir el paraíso asturiano en el que se inspira. Emocionadísima, con la lágrima latente y presente, la artista llamaba a la búsqueda de esa felicidad y de ese bienestar que aporta el arte y a disfrutar de la propuesta absolutamente contemplativa que ella presenta. El lado luminoso y optimista de la vida se despliega en dos salas.
En la primera, dibujos y estampas revelan ese gusto por el preciosismo oriental al que asoman sus clases de pintura china. Los lirios se hacen tríptico, los árboles, mural y componen un colorido mosaico. Juega y gana.
En la sala siguiente, las estaciones se dejan ver en cuatro piezas que retratan manzanos, una frutal que «está en nuestro ADN» y que adquiere protagonismo especial, como lo hace también una serie de obras realizadas en formato redondo de gran y pequeño tamaño que retornan una y otra vez a esa naturaleza, a esas plantas, a la botánica y la vida que la circunda de una manera mágica y siempre con un lápiz en la mano, el arranque de la creación que luego toma color. Así ocurre en sus singulares y hermosos libros de artista, desplegables o en fuelle, que se dejan ver en peanas y vitrinas.
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