¿Quieres despedir a tu mascota? Puedes hacerlo en el nuevo canal de EL COMERCIO
Gretel Piquer posa con el Palmaroli de gran formato que inunda la sala principal de la primer planta. Jesús Manuel Pardo

El Revillagigedo abre sus puertas a 'La pintura contemporánea en la Colección Unicaja'

Inaugura este jueves la exposición que se quedará hasta fin de año

M. F. Antuña

Gijón

Sábado, 11 de octubre 2025

Para este hermoso viaje no es necesario recurrir a Picasso, aunque su aliento sí se siente y se advierte. La exposición que el próximo jueves ... abre sus puertas en el Palacio de Revillagigedo de Gijón muestra el camino emprendido por el arte desde el realismo del cambio de siglo del XIX al XX hasta prácticamente la llegada del siglo XXI a través de las obras –en su inmensa mayoría pintura, aunque también algún pastel, dibujo o acuarela– de autores representados en la colección Unicaja, que incluye algunas piezas de la colección Cajastur y de autores asturianos que van de Dionisio Fierros a Pelayo Ortega pasando por Aurelio Suárez, Vaquero Palacios, Vaquero Turcios, Alejandro Mieres, Miguel Galano y, por supuesto, los dos grandes renovadores de la pintura asturiana, Nicanor Piñole y Evaristo Valle.

Publicidad

Javier Barón, jefe de la colección de pintura del siglo XIX del Museo del Prado, es quien ha hecho la selección de las 84 obras que encuentran acomodo en las dos plantas del palacio de la Fundación Cajastur hasta que finalice el año y la doctora en Historia del Arte Gretel Piquer es quien se ha ocupado de darle forma a un relato que es cronológico, aunque se permite ciertas licencias en aras de enriquecer la muestra, que lleva por título 'La pintura contemporánea en la Colección Unicaja (1865-2000)'.

Anda azorada estos días Gretel Piquer dando los retoques finales a la distribución de las obras mientras que Clara y Amelia se afanan en ponerlas a punto, puesto que algunas han requerido de retoques o retensados de los lienzos. Andan unas y otras observando ese discurso que se articula conforme a los dictados del almanaque y que se sirve de obras llegadas de Asturias, Castilla y León, Castilla La Mancha y Cantabria para colgar sobre las paredes a nombres tan ilustrísimos como los de Solana o Benjamín Palencia. «No tenemos por qué tener un Picasso o un Dalí para hacer este relato, en el que vemos cómo afectan las grandes corrientes del arte a esos artistas de los extremos», cuenta Piquer, quien considera inmensamente interesante esa visión que ella recomienda al público que haga comenzando por el cambio del realismo al simbolismo en la primera de las salas, en la que llama especialmente la atención la presencia de una obra de Vicente Palmaroli de gran formato. «Aquí tendríamos la modernidad que aporta la idea del paisaje, cómo esos artistas posrománticos o realistas comienzan a viajar por Europa y España», cuenta Piquer, que quiere hacer ver a quien mira cómo los autores españoles conocen la modernidad de la pintura francesa o belga a través del paisaje y la introducen en España. Hay grandes cuadros de género y, entre sus autores, muchos discípulos del círculo de Madrazo llamados a triunfar por Europa. Aquí se puede contemplar un magnífico lienzo de Augusto Junquera que retrata al padre Vinjoy en el asilo de huérfanos de Oviedo o la copia que Dioniso Fierros hace de las Meninas de Velázquez llevando al lienzo exclusivamente al mastín. Otra maravilla.

El relato es general. No hay geografías ni banderas. Y eso ha permitido mezclar a artistas asturianos bien conocidos con otros de otras comunidades, como Cantabria, que serán en estos lares un descubrimiento. Cántabro por ejemplo es Rogelio de Egusquiza, que con otra obra de gran formato representa la llegada del simbolismo en una alegoría de la música que es pura lindura en la que resuena su amor a Wagner.

Publicidad

La siguiente escala en este periplo se hace en una sala pequeñita que alberga solo tres obras pero que es parada obligada y calmada. Alberga un Solana muy poco Solana, que es pura luz y belleza, que contrasta con la oscuridad de un lienzo de Darío de Regoyos más expresionista que impresionista y un Valle con ninfas que es absoluta luminosidad. Piñole, y Valle de nuevo, encuentran acomodo en una sala dedicada al posimpresionismo con un Solana muy Solana (que tiene historia, está recortado porque se quemó una parte), Romero de Torres y Federico de Madrazo y Ochoa. Están juntos porque muchas cosas les unen: «Eran hijos de familias industriales burguesas que se pueden permitir ser artistas y que viven todos ellos el mundo de las tertulias madrileñas».

Llegan después las vanguardias. Maravillosa y exquisita esa sala con un obra de pequeño tamaño de Aurelio Suárez y que sirve para contar cómo se introduce en España esa revolución pictórica de los años veinte y treinta. Esa temporalidad no es estrictamente real sobre la pared, pues se muestran también obras de los cincuenta. La razón: primero absorben y luego lo llevan a su territorio. Autores como Delhy Tejero o Daniel Vázquez Díaz se codean con dos obras deliciosas de María Blanchard, un pastel de una cabeza de muchacha y dos niñas leyendo. Benjamín Palencia y Pancho Cossío encuentran aquí su lugar antes de llegar a la pintura de posguerra, esa que buscaba no molestar ni ofender, representada, entre otras piezas, por un retrato de Paulino Vicente. «Los artistas influenciados por las vanguardias tienen que reciclarse», cuenta Piquer. El paisaje también se revela como poco conflictivo y en él emerge una obra de Trinidad Fernández (no proviene de la colección asturiana, sino de Salamanca, de modo que muy posiblemente sea la primera vez que se pueda ver en Asturias). Hay vistas urbanas, obras de Miquel Villà, Rufino Ceballos, Díaz Caneja, Francisco Arias, Álvaro Delgado...

Publicidad

Llegan después el informalismo y la abstracción a España, con nombres mayúsculos de la pintura asturiana, como Orlando Pelayo o Antonio Suárez. Lucio Muñoz con una obra en madera, Saura y el gran Bernardo Sanjurjo mirando a Rothko se dejan querer. «Practican la abstracción pero siempre hay algo de asidero real», anota Piquer. Aquí se insinúa ya la influencia del expresionismo abstracto estadounidense. Zóbel y Torner, del grupo de Cuenca, tienen también su espacio en este periplo que ilumina y culmina la primera planta.

Hay que subir a la siguiente para ver en la escalera una obra de gran formato de Xesús Vázquez, antes de admirar a Cruz Novillo o una técnica mixta de Alejandro Mieres para continuar por la senda de la abstracción que está llamada a estrecharse. «Después de las décadas de los cincuenta y sesenta, los artistas empiezan a trabajar con temas figurativos». Ahí está Úrculo para demostrarlo y revelar rebosante de color la influencia del pop americano, está también Isabel Villar, con una pieza naif un tanto inquietante dedicada a la España cañí.... Y están Miguel Ángel Lombardía, Genovés, Ferrán García Sevilla o Pelayo Ortega, que aparecen para relatar la vuelta a la pintura a partir de los setenta. Jorge Galindo, Miguel Galano, Pelayo Varela, Vaquero Turcios, Carlos Coronas y Melquíades Álvarez se suben a las paredes en esa misma planta antes de llegar a la sala de mayor tamaño con presencia de grandes artistas internacionales de la talla de Sol LeWitt, del que se presentan unos bocetos que hizo para un mural en el Revillagigedo. Josep Kosuth, con un fragmento de un relato de Borges, abre la puerta del conceptualismo y el arte minimal norteamericano, al tiempo que se da pábulo a autores de la nueva figuración alemana con obras de gran formato de los años ochenta y con ellos, Morjardín y Pablo de Lillo. Siglo y medio de un periplo pictórico ecléctico sin fronteras.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

1 año por solo 16€

Publicidad