«La crianza debería ser cuestión pública, no es un capricho»
El ovetense publica 'El padre del fuego', en el que narra la pérdida de su madre, la llegada de su hija y los malabares para estar en todas partes
Los padres se mueren y los hijos nacen. Ya está. No hay más. Ese es el curso natural de la vida, el que cualquiera querría ... seguir. Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) se adentra en 'El padre del fuego' en ese proceso, en el relevo generacional abrupto que se produjo en su casa. Su madre murió cuando su hija, Candela, tenía diez meses. Y él estaba ahí en medio, entre medicinas y sonajeros, asumiendo al mismo tiempo la orfandad y la paternidad, diseccionando un mundo que de pronto le parecía diferente.
–Murió su madre, nació su hija, ¿cómo llevó estar viviendo al mismo tiempo un final y el principio de todo?
–Fue una cosa muy extraña porque tuve que compaginar la infinita alegría con la infinita tristeza. En la casa de Oviedo donde vivíamos, estaba mi madre en una habitación en el que estaba siendo su lecho de muerte, y en la de al lado, estaba Candela. Yo pasaba de poner inyecciones de heparina a cambiar pañales, estaba allí contenido el alfa y el omega del mundo. Luego ya, cuando mi madre falleció, noté una cosa muy rara. Cuando estaba con Candela, su alegría se me hacía muy molesta porque interfería con mi duelo. Eso me duró unos días y tenía miedo de que se me quedara para siempre.
–¿Perder a una persona fundamental y recibir a otra hizo que se replanteara su manera de vivir?
–Yo soy un poco cronófobo, el paso del tiempo me obsesiona y entonces, cuando viví eso, era como ver en directo las hechuras de la vida: vi nacer a alguien con mis propios ojos y vi morir a alguien con mis propios ojos. Eso me colocó en el mundo porque, de pronto, se te hace muy visible que eres un eslabón y, por un lado, eso te hace sentir muy indispensable porque eres el nexo entre dos personas; pero por otro lado, te hace sentir muy poca cosa porque al final somos meros eslabones de la cadena de la vida.
–En ese momento en el que se vio como padre, sabiendo que ya no había vuelta atrás, ¿sintió algún atisbo de arrepentimiento?
–Arrepentimiento, no. Es verdad que ahora estoy viendo en muchos artículos de prensa a madres que dicen que se arrepienten de haber tenido hijos, pero a mí me parece que eso es bastante improbable. Yo creo que biológicamente estás programado para amar a tus hijos con toda la fuerza, pero sí que se siente la responsabilidad y te abruma pensar que es para siempre y muy grande. Ya no eres el que eras antes, hay muchas cosas que ya no puedes hacer y ves la vida de otra manera.
–¿Cómo encajaron en la pareja el tener de repente una niña en medio?
–Un niño es como una bomba nuclear en la pareja porque de repente todo gira en torno a él. El gran tema es la corresponsabilidad, en nuestro caso, intentamos repartir las cosas a la mitad porque yo veía que, si no se repartía cada tarea, era probable que las acabara haciendo Liliana por una inercia cultural. Los hombres no hemos sido educados en esto de la crianza y nos cuesta más, entonces estamos ahora –algunos– intentando responsabilizarnos más, aunque con un éxito moderado. La mujer se ha incorporado al trabajo, pero el hombre no se ha incorporado del todo a las tareas del hogar. Muchas veces tenemos que entender que, cuando hay problemas por los hijos dentro de la pareja, no es tanto un problema de los adultos, sino de que es muy difícil criar. Es normal que haya problemas, pero no es el fin del mundo, es porque es un cambio muy grande. Nosotros lo vemos así y también vamos a terapia, que ya habíamos ido en más ocasiones. Ahora dicen que quien no va a terapia es como quien antes no iba al dentista, es una cuestión de higiene mental.
–¿Este mundo está preparado para conciliar?
–La conciliación es complicada porque descubres que el mundo laboral y la ciudad no están preparados para ella. Cuando yo salí del hospital con mi hija en brazos y llegué a mi barrio, Lavapiés, lo que antes me parecía romántico y bohemio, de repente me dio un asco máximo. Me pareció una porquería comparado con mi hija, que es un ser angelical. La ciudad no está hecha para los niños y lo del trabajo es la leche. Los horarios laborales son muy incompatibles con la crianza y parece que nadie ha reparado en ello. La crianza debería ser una cuestión pública, no es un capricho, alguien tiene que crear las nuevas generaciones y los nuevos trabajadores. La sociedad debería poner más facilidades, en cuanto a horarios y en cuanto a la baja de maternidad, que solo dure cuatro meses me parece terrible. Me revienta cuando veo que las medidas de conciliación que se ofrecen no son reducir el tiempo de trabajo, sino lo contrario, aumentar el horario escolar y hacer campamentos de verano. La idea de fondo es que tenemos que supeditar la crianza al trabajo y tiene que ser al revés.
–¿Qué cree que pensará Candela el día que lea este libro?
–Lo suelo pensar y no lo sé. Una vez oí una historia que no sé si es real, que decía que Julia, la de Goytisolo, la de 'Palabras para Julia', no estaba muy contenta porque todo el mundo le decía que era «la del poema». Así que no sé, si este libro es un 'best seller', Candela será la del libro, pero como no creo que eso ocurra, supongo que le gustará. Hablo de una época de su vida que no va a recordar, entoces todas esas cosas que hemos pasado con ella, nuestra experiencia como padres, le gustará ver cómo fue.
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