Desenterrando a Lorca en 'Una noche sin Luna'
Juan Diego Botto emociona y convence al público del Palacio Valdés con su reivindicación del poeta asesinado en Granada
P. A. MARÍN ESTRADA
AVILÉS.
Sábado, 23 de enero 2021, 02:10
El teatro de Lorca pertenece siempre a la actualidad de la cartelera. Raro es el momento en que sus textos no estén rodando por los ... escenarios de cualquier lugar del país en manos de una compañía profesional o de aficionados. La vigencia y popularidad de su obra sigue en contacto muy estrecho con el atractivo de su figura, mito e icono de lo mejor y lo peor de nuestra historia. Ayer llegaba al Palacio Valdés, 'Una noche sin Luna', en la que el tándem Juan Diego Botto y Sergio Peris-Mencheta (al que debemos funciones tan extraordinarias como 'Un trozo invisible de este mundo') han querido poner sobre las tablas al propio Federico García Lorca construido desde sus mismas palabras como protagonista de un drama vital que trasciende inevitablemente en colectivo, tal como confiesa el propio personaje en el libreto y la piel del actor hispano-argentino: «A mí me mataron cuando el rumbo que fue tomando el país y las decisiones que fui adoptando a lo largo de mi vida colisionaron en un punto».
La clave y el acierto de este trabajo, que hoy llega al Teatro Jovellanos de Gijón (19.30 horas) residen en gran medida en contarnos un argumento de tragedia conocido por todos no desde el ayer, proclive a la hagiografía y los homenajes (sobre los que también bromeará el Lorca de Diego Botto), sino desde el hoy. Ya el sorprendente comienzo de la función nos pone en las coordenadas desde las que la voz del poeta nos cuenta su historia estableciendo un diálogo directo con los espectadores. Sin más artificio que el de la propia realidad nos lleva con él a un ayer que se parece demasiado al tiempo de nuestros días, a pesar de las muchas vueltas que ha dado el mundo desde entonces. Su asesinato fue incómodo para quienes lo promovieron como ahora lo sigue siendo su condición de desaparecido en una fosa común. Desde debajo de ese trozo de tierra aún por hallar nos habla este Lorca. Y no lo hace como un fantasma de aliento shakespeareno, sino con la naturalidad de las confidencias compartidas, el lenguaje más poético y eficaz que puede adoptar la verdad.
El mismo actor protagonista se pone al servicio de ella al desenterrar a este Lorca que nos habla de tú a tú, o de tú a nosotros, construyendo un personaje sin máscaras, vivo, en un trabajo de interpretación tan esmerado y potente como el mismo monólogo. La dirección de Peris Mencheta confluye admirablemente en una puesta en escena que se nutre de un esfuerzo y un propósito comunes por llegar de la manera más honesta y cercana al público con las herramientas de la magia del teatro: las palabras desnudas, el gesto que las vive y la emoción que produce todo ello en juego.
Ese es el verdadero éxito de una función, de cualquier obra de creación, conseguir ese nudo en la garganta que nos dejó a todos el final de un drama que apela a la memoria como única cura contra el horror y la barbarie, como la única seña de identidad por la que vale la pena vivir y luchar. Sobre las tablas y fuera de ellas. Así lo aprobó el Palacio Valdés, puesto en pie para celebrar esta obra, también ella memorable.
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