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P. A. MARÍN ESTRADA
Domingo, 25 de noviembre 2018, 02:03
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El sábado 15 de diciembre se estrenará en el Teatro de la Universidad Laboral de Gijón 'El Faro', un espectáculo dramático musical de Manuel Paz y Javier Blanco, protagonizado por Ana Belén, el actor Alberto Rodríguez y la Orquesta de Cámara de Siero (OCAS). Una canción inédita de Víctor Manuel sobre un poema del mexicano Hugo Gutiérrez Vega y un texto escrito para la ocasión por el poeta Luis García Montero servirán de soporte literario a este montaje. El escritor granadino nos habla en esta entrevista de esta colaboración y de su experiencia como actual director del Instituto Cervantes.
-Víctor Manuel hizo de intermediario en la invitación de Manuel Paz y Javier Blanco para escribir un texto poético. Me sumé encantado al conocer esta historia de un farero que se siente desplazado en los tiempos modernos por el uso de la tecnología y aporto un texto en el que se reflexiona sobre lo que significa el progreso, la melancolía de mundos que van cambiando, de gente que se encuentra fuera de lugar y los conflictos que le produce: la tentación de sentirse embrujado por la modernidad renunciando a una historia de siglos o, por el contrario, caer en una nostalgia paralizadora que lo desconecte con el futuro. Acepté por amistad y porque me sentí identificado con el proyecto.
-Me vino inevitablemente al recuerdo 'El soliloquio del farero' de Luis Cernuda, un poema muy importante. Habla de una soledad que no significa renuncia al mundo de alguien que vive apartado de la ciudad, en un faro, pero comprometido en su trabajo para que la sociedad no naufrague o no se estrelle el barco en los arrecifes. Me parece muy importante esa manera de reivindicar, de una parte lo individual y por otra la conciencia de que somos seres sociales.
-Claro, yo no creo en las soluciones fáciles, suelen ser un engaño, creo en la manera de asumir los conflictos y asumirlos en las relaciones del individuo con la sociedad. En mi poesía reivindico un individualismo que no se convierta en egoísmo y que no signifique tampoco disolver esa conciencia individual en un totalitarismo o una consigna. Es también el propio conflicto de la relación con el tiempo, un respeto a las tradiciones que permita mantener el fluido de la experiencia humana y que evite al mismo tiempo la parálisis de un mundo que se niega a cambiar. De eso habla mi texto.
-Me cuesta mucho, es una institución grande, tenemos más de 80 centros en 44 países y más de 2.500 personas que trabajan en sitios muy dispares, con situaciones laborales y poder adquisitivo muy distintos. Aparte de los programas culturales que uno quiere llevar adelante, están los recursos humanos, las condiciones laborales y de vida de los trabajadores. En ese sentido es una responsabilidad muy absorvente. Al principio piensas que tal vez poniendo el despertador dos horas antes, tengas tiempo para escribir, pero el problema es que la cabeza no descansa, está uno pensando en un conflicto en Brasil o en la seguridad social en Berlín.
-Está siendo muy buena. El Instituto Cervantes tiene muchas posibilidades para construir una imagen positiva de España en el mundo. Los españoles representamos el 8% de los 600 millones que hablamos el mismo idioma, por eso tenemos que trabajar en común, sentirnos participantes de una perspectiva hispánica, una convivencia de esa comunidad que sea fuerte en la globalización. Un idioma no es solo un vocabulario, es un patrimonio histórico común, una memoria, algo prioritario en un mundo con tantos intereses enfrentados. La comunidad hispánica puede ser una perspectiva importante para el desarrollo humano de nuestros países.
-No solo yo, en las normativas del Instituto Cervantes se dice que tiene como misión defender y divulgar todas las culturas de las nacionalidades y regiones que se integran en el estado. En España conviven varias lenguas y el castellano surgió como una lengua vehicular para comunicarse gentes de comunidades bilingües. Desde sus orígenes siempre ha sido así y estoy convencido de que el respeto a las lenguas maternas es fundamental para la convivencia, y para nosotros es una riqueza poder convivir entre español, catalán, gallego, eusquera o asturiano.
-Estamos preparando un acto poético para principios de año donde queremos que tenga presencia el asturiano. Nuestro director de actividades culturales, Martín López-Vega, ha escrito en esa lengua y me siento amigo de escritores como Xuan Bello. En lo que me pregunta creo que la naturalidad es lo más responsable, respetar las lenguas maternas es fundamental. Nos socializamos en una lengua, aprendemos a decir 'yo' o 'madre' o 'te quiero', en una lengua y ya lo decía Cervantes por boca de don Quijote: quien no respeta las lenguas maternas ofende, genera ofensas muy graves que sienten desde la intimidad las personas. En ese sentido, si se sacan las peleas lingüísticas de las situaciones políticas, más en estos tiempos, será un buen paso adelante.
-Es una riqueza y debería ser un punto fundamental de la convivencia. En la propia relación de España con el exterior, hay una nostalgia colonial e imperialista de querer ser dueño del idioma que deberíamos superar, comprender que tenemos una navegación común y que el español no es solo nuestro, el idioma de todos se hace entre todos. Ese trabajo común que enriquece a todos debería trasladarse también al interior. Es necesario un espacio democrático y de convivencia de lenguas para construir un proyecto cultural iberoamericano en un mundo globalizado y en el que lo hispánico se enfrenta a actitudes agresivas como las del presidente Trump.
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