Manuel Vilas, escritor: «El único territorio seguro donde hay verdad y belleza en la vida es el amor»
«Mi literatura está obsesionada con la cotidianidad: ahí tiras del hilo y aparece la civilización que tenemos delante»
Manuel Vilas (Barbastro, 1962) presentó este domingo en la Semana Negra su última novela, 'Los besos' (Planeta), una enjundiosa historia de amor ... sobre el telón oscuro de la pandemia.
–¿Esta es una novela sobre el sentido de la vida?
–Es una búsqueda de ese sentido a través del sentimiento del amor y el recordatorio al lector de que si venimos a este mundo será para encontrar algo que nos realice y que además sea hermoso, que te haga sentir que has vivido. Esto es difícil. La literatura va siempre a las zonas de oscuridad, se alimenta del conflicto y lo que sí dice la novela es que el territorio seguro donde hay verdad y belleza en la vida es en el amor.
–Un amor romántico, pero real ¿no?
–Uno de los temas fundamentales aquí es la fricción entre deseo, sexualidad y relaciones de larga duración. La dificultad que después de tres mil años de historia seguimos teniendo en vivir una pasión y que se pueda mantener en el tiempo angustia a todos los seres humanos. El personaje protagonista habla de oxidación del erotismo, se gasta como unos zapatos, se siente que se ha ganado un territorio a la nada: amistad, complicidad, ser dos contra el mundo, pero el nutriente erótico ha desaparecido y eso la gente lo lleva mal.
–En todas tus novelas centras el interés en la importancia de las relaciones y los afectos que nos definen.
–Es que una de las cosas más terribles es que te puedes ir de la vida sin saber qué es. A medida que cumples años la experiencia te puede servir para conocer los sentimientos, cómo funcionan las cosas, por aquello de que más sabe el diablo por viejo, pero creo que el único territorio seguro es el del amor porque no hay relaciones de interés en él. En 'Ordesa' y 'Alegría' trataba del amor en familia, me faltaba el romántico y es del que hablo aquí. La novela viene a decir: si tienes un amor, cuídalo y nútrelo, y si no enamórate porque es lo único que te va a dar placer, conocimiento y fuerza de haber vivido.
–El protagonista llega a ver el Quijote como una historia amorosa.
–Sí, le fascina que don Quijote sea tan apasionado, su vida es intensísima y con todo eso se la ha creado él con su imaginación y su voluntad, se ha inventado un mundo y una mujer de la que está profundamente enamorado. A nosotros nos parece una chaladura más del personaje, pero si lees la novela desde el pensamiento de don Quijote es una historia de amor, si entras en su cerebro, todo lo que hace, sus aventuras están pensadas para que su amada se sienta orgullosa de él. Llamarle loco es una afrenta más que le hacemos.
–¿El propio enamoramiento tiene también algo de locura, no?
–Tiene esa parte de 'amour fou' que te puede destruir. Hay gente que vive amores de juventud y dice: 'No quiero sufrir más'. ¿Qué haces entonces? ¿Envejecer jugando a la petaca o en viajes del Imserso? La gente no quiere sufrir y el idealista acaba decepcionado, vale, pero una vida sin ideales también decepciona. En esa paradoja se mueve la novela.
–Tanto en su poesía como en su narrativa, los detalles cobran un valor crucial. ¿La literatura nos recuerda que todo es complejo?
–Me interesa una literatura de volver a mirar, fijarte en los detalles que pasan desapercibidos en una primera vista. La mía está obsesionada con la cotidianidad: tú tiras ahí de cualquier hilo y te sale la civilización que tenemos delante, por eso para mí ningún detalle es trivial, todo está cargado de significación.
–¿Y el sentido final de por qué escribe?
–La defensa de la vida. Soy un vitalista acérrimo. A mí esto me parece una maravilla, la putada es que te tienes que ir. La existencia está llena de cosas dolorosas pero hay que afrontarlas, vivir es un prodigio. Ese es el nutriente de mi literatura, una defensa del triunfo biológico de la vida.
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