Un 'Lohengrin' de acento coral
Miren Urbieta interpretó a una convincente Elsa para la ópera de Wagner, que cierra con aplausos en el Campoamor la 76 temporada ovetense
Un espectador, no especialmente wagneriano, comentaba a la salida de la función de ayer de 'Lohengrin' que si «este punto», es decir el Caballero del ... Cisne, se hubiese presentado debidamente diciendo quién es, de dónde viene y a qué dedica el tiempo libre -«Yo soy Lohengrin, hijo del Parsifal, y vengo de la montaña del Grial en Montserrat para socorrer a una mujer indefensa»-, nos hubiésemos ahorrado dos actos. La observación es cierta en el sentido en que el drama gira en torno a la pregunta sobre la identidad del héroe, pregunta cuya respuesta le acabará derrotando. Sin embargo, resulta una genialidad que algo con tan poca acción dramática se desarrolle en tres actos -de los cuales el acto intermedio, el de la siembra de la duda en Elsa por parte de las fuerzas oscuras encarnadas en Ortrud, es especialmente tenso-, dure cuatro horas e, incluyendo los dos descansos. 'Lohengrin', la única ópera de Wagner que se representó en las temporadas ovetenses en el siglo pasado, es un drama operístico, anterior al propio concepto de 'drama en música' definido posteriormente, en el que el envoltorio musical y los simbolismos religiosos, mitológicos, artísticos y políticos, están muy por encima de la trama que se puede reducir a una pregunta.
La representación de ayer, que volverá a verse en el Campoamor el 28 y 31 de enero y el 3 de febrero, está coproducida por la Ópera de Oviedo y el Auditorio de Tenerife. El director de escena Guillermo Amaya, que sin duda se sumergió en los escritos de Wagner sobre el tema, plantea un escenario que evoca al teatro griego. En primer lugar, una zona semicircular diseñada por gradas, y que es la que utiliza en 'Lohengrin' pero también en Sófocles, el coro. En medio, la 'Skené' o escenario, lugar en el que se desarrolla la trama. En el segundo acto, una pasarela en forma de puente sobre el graderío sugiere la subdivisión de dos mundos. En la parte de abajo, el mundo de la magia, los ritos paganos y las fuerzas oscuras que encarna Ortrud. En la pasarela, el mundo ideal, puro, representado por Elsa. Amaya cae, seguro que intencionadamente, en cierto estatismo escénico. Personajes mirando al frente y, salvo alguna excepción como la relación de Ormud y Federico Telramund, incomunicados, fríos, distantes. Es una versión escénica como esculpida en piedra. Algo hierática y a la que se podría sacar más movimiento, pero correcta, clara y bien llevada.
El director de orquesta Christoph Gedschold es un wagneriano de pro, al que ya habíamos escuchado en Oviedo, también al frente de la OSPA, en 'El ocaso de los dioses', la ópera que cierra la tetralogía de 'El anillo de los nibelungos'. Gedschold es un director que subraya la intencionalidad de las ideas o de los leitmotivs, y además concibe la orquesta como el otro protagonista esencial. Tal vez en la primera función pudo haber algún leve desajuste, como los violines en 'divisi' no del todo afinados que significan el Grial y representan a Lohengrin, pero la dinámica, las intervenciones dificilísimas de los metales, la plasticidad de las maderas de la OSPA estuvieron al máximo nivel. Bellísimo el preludio del tercer acto, y sobresaliente esa manera de implicarse la orquesta en la obra. Gedschold no solo arropa a los cantantes, sino que expresa con la orquesta y los coros, el drama de la obra.
El Coro Lohengrin Global Atac (Coro Intermezzo), que dirige Pablo Moras, sin ser exactamente profesional posee una profesionalidad de excelencia unida a un entusiasmo sin límites. Aclaramos que Global Atac es la empresa asturiana que patrocina las actividades corales de la Ópera de Oviedo. Tanto en afinación, proyección de voz, saber estar en escena, los coros de hombres guerreros y damas de la corte estuvieron al más alto nivel. Tanto en escenas concertantes con los protagonistas, como en las escenas en las que el coro, a la manera del teatro griego, se hace partícipe de la acción.
En este apartado coral destacamos la breve y afinada intervención de la 'Escuela de Música Divertimento', formado por adolescentes de esta academia ovetense y que se llevaron uno de los más calurosos aplausos de la representación.
De los protagonistas vocales, comenzamos por un papel menor pero que el barítono gallego Borja Quiza supo engrandecer: el del heraldo del rey. Borja posee un atractivo timbre de voz media y grave, pero también elasticidad, buena proyección y cierta llaneza nada afectada pero sí solemne con la que abordó este rol. Sin duda, Borja Quiza está destinado a papeles mayores que con su voz y talento sabrá interpretar.
Entre las voces graves, Insung Sing, en el papel del rey Enrique el Pajarero, administrador de Justicia en el ducado de Brabante, posee dignidad y veracidad en el porte, además de una voz sólida en el registro medio, cómoda en los más agudos y forzado en los graves. Más que bajo, Insung es un barítono con cierto timbre heroico. En las notas graves estuvo algo forzado, lo que no ha empañado una buena interpretación.
Bien, tanto dramática como vocalmente el barítono americano Simon Neal interpretando a Friedrich Telramund, el envidioso noble dominado por su pérfida mujer. Un papel bien templado, especialmente en el primer y segundo acto, con emisión poderosa.
Excelente Stéphanie Mutter en el papel de Otrud, el personaje que representa el lado oscuro de la ópera: la envidia, la brujería y el paganismo de los viejos dioses. La cantante suiza recrea con una voz de soprano dramática este rol. En el segundo acto, es la protagonista absoluta, con una vocalidad rotunda que respalda a su malvado personaje.
Samuel Sakker es un Lohengrin algo envarado teatralmente. Vocalmente, tiene un timbre opaco, poco brillante, pero siempre afinado. Es un papel terrible para un tenor y Sakker especialmente en el final lo defiende con pulcritud.
Miren Urbieta -Vega es una Elsa de cuento. Posee fuerza dramática, especialmente en el segundo acto, pero también un lirismo limpio de voz de soprano. Su interpretación en el primer acto de 'El ensueño de Elsa' fue deliciosamente sugerente, y una interpretación dramática fascinante. Tan seductora que acabó convenciendo a Lohengrin de que le diga quién es y de dónde viene, con lo que, colorín colorado, la estancia de Lohengrin en Brabante se ha acabado.
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