La mímesis de Miguel de Molina
Ángel Ruiz borda la recreación del célebre artista comprometido y valiente | El público del Niemeyer agradeció con sinceros aplausos la entrega de un actor brillante que se funde con su personaje
DIEGO MEDRANO
AVILÉS.
Domingo, 5 de agosto 2018, 01:29
Ángel Ruiz cristaliza en escena un Miguel de Molina absoluto (premio Max). Ayer en el Niemeyer, sin velos, en completo caleidoscopio, aparecieron todas las aristas principales del personaje: homosexual, exiliado, izquierdista, divertido, valiente, entregado, inteligente. Una avanzado a su época (1935). La obra es un paso siguiente a la conocida película de Chávarri «Las cosas del querer» (1989). No solo muta en exteriores y traslados sino que es también un viaje interior desde la amargura, dolor o felicidad. Tragicomedia, biografía lírica y musical, monólogo dramático, risa de viento y pasado, enfado de porvenir y emoción, historia mínima de la copla entre la guerra y el franquismo, ajuste de cuentas desde el arte a todos aquellos mártires sufridores del fundamentalismo en sus carnes sin posibilidad de rebelión o justicia.
Ángel Ruiz canta como Miguel de Molina, se mueve como Miguel de Molina, ríe o sufre como Miguel de Molina: el personaje devora al actor y el resultado no puede ser más brillante. Los palos mayores del flamenco se atienden y aplauden en completo desmayo por parte del público entregado: no es solo una forma singular de bailar sino el mismo modo de moverse de la época. La evocación de la poesía popular es completa, el desparpajo absoluto, los golpes y humillaciones que fortalecen al personaje enervan del mismo modo al patio de butacas. Se muestra el concepto integral de espectáculo, también otro Molina: el empresario, el compañero de creadores, el artista inquieto, el afeminado confeso en busca de la libertad, el bailarín apto a todos los registros. Ángel Ruiz es intérprete, director y dramaturgo con la sola compañía del pianista, César Belda.
La obra vira en dos direcciones: la ruta de leyendas del personaje y la copla en la historia mínima de su fuerza desde sus maestros a la condición ya de pleno símbolo del cantante. La humanidad del personaje es fuego herido en mitad de su carrera profesional donde no todo fueron rosas y premios. No es vulgar imitación ni recreación sino pura resurrección del Miguel de Molina de la fama y estrecheces. El espectáculo es puro detalle, minucioso seguimiento de los pasos de Molina, entre el humor de su vida y el romanticismo negro de la copla como gran aliada; en mitad de ambos: el ingenio, el azar, un arte del pueblo, la lucha por ser uno mismo.
Otros dos polos en escena, igual de espléndidos, serían el exilio unido o separado del dolor de huir de un pueblo en guerra mancillado de crueldades. El recurso de la rueda de prensa a título de confesión acerca de su vida es prodigioso: se destapan rivalidades con otros creadores, se burla del maltrato de la censura, se habla de la España siempre llevada en el corazón, del éxito al que condujeron temas inolvidables como 'Ojos verdes', 'La bien pagá', 'Me da miedo de la luna', etcétera. A trazos, a sorbos, el republicanismo como veneno y vida que comienza a crecer bajo la hierba y el valor represaliado que ya no conocía obstáculos para hacerse fuerte. Rabia, remordimiento, miedo... exhibe Ángel Ruiz en escena de modo privilegiado. Será difícil olvidarle. Los aplausos del público avilesino premiaron su entrega con profusión.