La siderurgia se reinventa en Asturias
El Principado será protagonista de la mayor transformación del sector en siglos, con la descarbonización de la producción de acero
Arcelor va a reinventar en Asturias el proceso siderúrgico integral con una apuesta de mil millones de euros. «Los hornos altos ya no tienen ... futuro en Europa», asegura la compañía sobre unas instalaciones a las que se lleva recurriendo desde el siglo XVIII. El que la multinacional apagará en Gijón como muy tarde en 2024, el 'A', se puso en marcha en 1971. Se terminará así con 54 años de producción que dejarán a su gemelo, el 'B', como único exponente en España de una actividad que ha sido básica en la comunidad en las últimas siete décadas. Su futuro no se augura mucho mejor, ya que el grupo también le ha puesto fecha de caducidad: entre 2030 y 2032.
El primer horno alto de Asturias fue el que Fernando Casado Torres puso en marcha en Trubia en 1797 con el objetivo de producir munición. Con él se iniciaba la larga tradición siderometalúrgica de la región que llega hasta hoy. Tras la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial, las necesidades de acero en España eran acuciantes. Así, el 28 de julio de 1950, el miércoles hará 71 años, se constituye en escritura pública ante notario la Empresa Nacional Siderúrgica Sociedad Anónima. Nacía Ensidesa. Tras muchas vacilaciones se decidió instalar la factoría en la margen derecha de la ría de Avilés. La villa entonces apenas tenía 21.000 habitantes, pero su población se duplicó en apenas ocho años con la llegada de miles de técnicos y obreros de toda España atraídos por la oferta de trabajo.
En 1957 Franco inauguró el primer horno alto, llamado 'Carmen' en honor a su mujer. El segundo fue 'Joaquina', que entró en servicio en 1958, y después llegaron 'Rosario', en 1966, y 'IV Carmen', en 1969. En el suministro de materias primas, pronto empezaron a ganar terreno las procedentes de la importación, mientras que la electricidad se producía en la propia central térmica de la planta. El agua, como ahora, provenía de los pantanos de La Granda y Trasona. También de la ría. Si en 1951 Ensidesa tenía 19 trabajadores, en 1975, ya unida con Uninsa, llegó a 27.244. Entonces salían 5,7 millones de toneladas de las factorías asturianas.
En mayo de 1966 arrancó la primera acería LD de conversión por oxígeno, también la laminación en frío. Se lograba así el equilibrio entre la producción de acero y la transformación de desbastes. La segunda acería LD llegó en 1969 y, entre 1971 y 1973, se ponen en marcha las líneas de hojalata y galvanizado.
Mientras Ensidesa recorría este camino, las siderúrgicas asturianas históricas, Duro Felguera, Fábrica de Mieres y Moreda-Gijón (antes Industria Santa Bárbara), negociaban una alianza. Llegó en 1961, para constituir Uninsa, en principio para explotar un nuevo tren de laminación, pero su éxito las llevó a decidir crear en Veriña otro gran complejo industrial. A partir de 1966 se convirtieron en una única empresa.
La construcción de la planta gijonesa era vertiginosa. En año y medio estaban en marcha todas las instalaciones, excepto las baterías de cok, ya que los hornos se abastecían con el procedente de otras factorías. Sin embargo, pronto los costes superaron las previsiones y se agotó la capacidad de endeudamiento. En marzo de 1970, el Instituto Nacional de Industria, el INI, toma el control del 68% del capital y en 1971 se ponen en marcha el primer horno alto y la acería gijonesa. Será, precisamente, en estas dos instalaciones en las que se fije el gran plan descarbonizador de Arcelor para los próximos años, al sustituir ese horno alto por una planta de reducción directa del mineral de hierro (DRI) y cambiar los convertidores de la acería por un horno de arco eléctrico híbrido. Se abandonará así el proceso LD, cuyo nombre procede de las ciudades austriacas Linz-Donawitz, donde se desarrolló.
Apenas dos años después, en 1973, llega la fusión de Uninsa y Ensidesa.La integración supuso una capacidad conjunta cercana a los seis millones de toneladas. 1974 fue un año de récord para el negocio. A la vez que se decía adiós a la dictadura se estaba fraguando la crisis del sector. La siderurgia española entra en declive. De ser calificada como estratégica durante el franquismo y los primeros años de la democracia, pasa a ser considerada un enorme problema. A mediados de los años ochenta, en la primera legislatura socialista y siendo ministro de Industria Carlos Solchaga, se intenta reorganizar la actividad en el país. Fue la primera y más dura reconversión, que supuso la supresión de millares de empleos y un coste directo superior al billón de pesetas.
Solchaga se encontró con dos grandes compañías, la pública Ensidesa y la privada Altos Hornos de Vizcaya (AHV), ambas poco competitivas, con exceso de plantilla y grandes pérdidas. A la vez, en Sagunto se desarrollaba Altos Hornos del Mediterráneo. Fue en la localidad valenciana donde se libró la primera batalla de la reconversión en la que las plantas asturianas salieron victoriosas. En un clima de grave tensión social, a pesar de que el llamado Informe Kawasaki priorizaba los Altos Hornos del Mediterráneo, se decidió desmantelarlos, mientras en Ensidesa se ponían en marcha planes de jubilación anticipada y para Altos Hornos de Vizcaya se aprobaban créditos en obligaciones convertibles para que siguiera funcionando. Así, la siderurgia vasca pasaba al control del Estado. Pese a las circunstancias, en 1989, el Rey Juan Carlos I inauguraba la nueva acería LD-III de Avilés. Un par de años después, en 1991, Ensidesa y AHV se unen para crear la Corporación de la Siderurgia Integral (CSI).
El Gobierno pone sobre la mesa un conflictivo plan de viabilidad, una nueva reconversión que desata las hostilidades de los trabajadores, que emprenden la 'Marcha de Hierro', bautizada así por este periódico. Más de 700 trabajadores recorrieron a pie la distancia entre Oviedo y Madrid y entre Bilbao y la capital de España para llamar la atención sobre el ajuste.
Una abultada cifra de fondos públicos permitió la salida de 10.338 de los 25.431 trabajadores que entonces sumaba el conglomerado vasco y asturiano. La negociación con Bruselas fue dura, pero se logró una inyección de 400.000 millones de pesetas para Ensidesa y 250.000 millones para AHV.
Eran mediados de los noventa cuando la Corporación de la Siderurgia Integral optó por concentrar la producción de arrabio en Gijón, que mantiene la capacidad de producción de acero, la laminación en caliente de largos y chapa gruesa, mientras que Avilés se dedica a la producción de acero en la acería LD-III y fabrica bobina laminada en caliente, a partir de la que se obtiene el producto frío, hojalata y galvanizado. Se trata de la configuración actual de la producción de las plantas. Se cierran los hornos altos vascos y los avilesinos. En Sestao se constituye la Acería Compacta de Vizcaya (ACB).Esta instalación, que durante los últimos años llegó a estar prácticamente cerrada por el alto precio de la electricidad, encuentra ahora una nueva vida con el plan de Arcelor, ya que recibirá prerreducidos del mineral de hierro de la planta DRIasturiana y se convertirá en la primera factoría del mundo del sector neutra en carbono.
El primer Gobierno del PP incluyó en su programa la privatización de la siderurgia. El grupo francés Arbed, a pesar de tener capital público, entró en el accionariado con un 35% y fuertes compromisos de inversión. La luxemburguesa Usinor fue descartada, aunque no por mucho tiempo. El 31 de julio de 1997 la siderúrgica pasó a llamarse Aceralia y tres años después se fusiona con Arbed y Usinor para formar Arcelor. Sin embargo, su tamaño no impediría que volviera a participar de otra gran operación. Hace 15 años, en junio de 2006, y tras cinco meses de disputas, Arcelor aceptaba la oferta presentada por Mittal Steel para crear un nuevo gigante de la siderurgia mundial. El grupo angloindio elevaba su oferta en casi 2.000 millones más, a 40,40 euros la acción, se excluían reestructuraciones y expedientes de regulación en Europa y Lakshmi Mittal pasaba a ejercer el control pleno de la compañía. Comenzaba la era de ArcelorMittal.
En estos 15 años, ha habido épocas de récord de producción, de anuncios de inversiones y también de vacas flacas, sobre todo en los años centrales de la Gran Recesión y en 2019 y 2020, con la crisis del acero europeo, primero, a la que se sumó después la derivada de la pandemia. Por el camino se ha ganado en competitividad, aunque se han perdido un tercio de los empleos: de 7.500 de entonces a unos 5.000 ahora.
Además, se han hecho importantes mejoras. La gran inversión hasta ahora puesta sobre la mesa por Mittal eran los 300 millones del plan ambiental presentado en 2017 para un periodo que abarcaba hasta 2022 con 25 medidas correctoras, entre ellas, la reconstrucción de las baterías de cok de Gijón, que habían dejado de funcionar en 2013. Las de Avilés se apagaron de forma definitiva en octubre de 2019, tras estar operativas durante 63 años y ocho meses.
Ahora, justo cuando se espera que las de Gijón logren la plena capacidad productiva, se plantea el fin del cok. Aún tardará en llegar, pero para 2025 la multinacional prevé que la nueva planta DRI esté abastecida con hidrógeno verde, que llegará a Gijón de instalaciones de fuera de Asturias a través de tuberías. El cok asturiano se seguirá empleando en el horno alto 'B', que ya utiliza menos porque está preparado también para quemar gases generados por las propias baterías. El excedente se exportará. Y todo con la vista puesta en 2030, a más tardar 2032, cuando se espera que también se apague esta instalación y finalice para siempre la era de los hornos altos.
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