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Luis Alberto Martínez, Andrés Llano, Abel Terente y Pedro Aibar, con un cocinero vallisoletano y el jefe de sala de Casa Gerardo. PALOMA UCHA
Viejas viñas vencen en nuevas batallas

Viejas viñas vencen en nuevas batallas

Tr3smano muestra la delicadeza y la potencia de los vinos veteranos de Ribera, México y un Oporto de 1927

Octavio Villa

Gijón

Sábado, 25 de mayo 2024, 02:00

En ocasiones, un acto que en principio sería una presentación comercial se convierte en toda una disertación no ya sobre los productos que se presentan, sino sobre el sector al que estos ennoblecen.

Así fue, la semana pasada, en el restaurante Casa Gerardo, en Prendes, la magnífica sesión de presentación de los vinos de la Bodega Tr3smano, cuyos responsables también quisieron exponer ante el selecto grupo de restauradores de todo el noroeste peninsular que congregaron a la mesa excelentemente servida por el equipo de Pedro y Marcos Morán. El hijo, por cierto, dio muestras de una asentadísima madurez ante los fogones, con un menú que, siendo creativo, supo también ser de honda raíz asturiana sin estridencias folclóricas, sino dignificando el producto, la elaboración y la presentación. Un 10 rotundo.

Pero vayamos con los vinos. Con su origen. Y con el efecto que ese origen tiene en los sentidos de los afortunados que los degustan. Bodegas Tr3smano es la apuesta del empresario asturmexicano de Colombres José Ramón Ruiz, el enólogo navarro Fernando Remírez de Ganuza, productor de grandes vinos en Rioja y lamentablemente fallecido hace medio año, y también de Pedro Aibar, impulsor de la Denominación de Origen Somontano. En Casa Gerardo estuvo este último presentando los vinos, y explicando cómo las viñas viejas aportan complejidad y favorecen a los enólogos que se enfrenten al reto de darle a sus vinos una buena estructura. Eso se pudo apreciar en particular en dos de los vinos de Ribera del Duero que se pudieron degustar. El Tr3smano cosecha 2016, elaborado con Tinta del País de viñedos de entre 35 y 80 años (muy escasos y sobre suelos calizos muy pobres, que fueron clave, paradójicamente, para que esas viñas se conservasen mientras que otras, situadas en parcelas más fáciles de trabajar, fuesen sustituidas por viñas nuevas). Y, sobre todo, el TM tinto de 2016, de viñas de Tinta del País y Tempranillo más que centenarias en terrenos pobres a más de 1.000 metros de altitud.

Complejos sin estridencias y muy evocadores ambos, resaltaron el primero, el mero con escabeche de pitu caleya, y el segundo, la siempre nueva y siempre clásica fabada de Prendes y el solomillo de xata roxa (un brindis por la carne de vacuno que no apuesta sólo por la potencia del rojo, sino por una suavidad en absoluto simple).

Tr3smano, más allá de Ribera, también tiene intereses en México. Allí cuida y vendimia la explotación vitivinícola más antigua de las Américas, Casa Madero, fundada en 1597 con una carta de licencia datada en Valladolid en pleno reinado de Felipe II. Desde las alturas del Valle de Parras mexicano (1.500 metros sobre el nivel del mar) llegaron las botellas de Casa Madero 3V que se pudieron degustar junto a un repollo en curry marino con anchoa del Cantábrico que merece subir a los altares. El vino, de uvas Cabernet, con sorprendentes toques de eucalipto y también muy redondo, ayuda a comprender que hay vida más allá del océano.

Oporto, un espectáculo

De la mano de la bodega de Ribera llegó también a esta presentación la portuguesa Quinta das Carvalhas, con su experto Pedro Silva. Y sí, fue un espectáculo, y en más de un sentido. Uno, por la disertación de Silva sobre la zona portuguesa del Duero y sus viñedos, tan heroicos como los del albariño ourensano, y sobre sus añadas, en particular las de 1927, 1945 y 1963. Otro, porque para la ocasión trajo un tawny de 30 años que ya de por sí sería un lujo, pero que introdujo en la cata a los solos efectos de que se pudiera comparar con lo que para los amantes de los vinos veteranos era la joya del acto, un Oporto de 1927 que Pedro Silva, apoyado en Marcos Morán, abrió a la vieja usanza, con un degollador al rojo vivo y agua helada.

Y, en tercer lugar, porque a la vista, al olfato y, sobre todo, al paladar, ese vino de 20 grados y 97 años de veteranía demostró ser lo que Pedro Silva prometía, un «gran clásico de una de las mejores añadas, en la que las lluvias de finales de septiembre mejoraron la maduración y se vendimió a principios de octubre». A la vista, los visos de ese vino comparados con los del tawny de 30 años hablaban por sí solos. Al olfato, los aromas pedían seguir horas con los ojos cerrados. Al paladar, un festival de matices y una permanencia retrogustativa que, lo juro, sobrevivió durante horas a dos cafés. Magia lusa.

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