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Los 15 años de la Princesa Leonor
La Princesa cumple hoy quince años convertida en uno de los grandes activos de la Corona, pero con los retos propios de una edad complicada
Leonor de Borbón cumple hoy quince años, un día en el que no hay prevista ninguna celebración oficial. La agenda de sus padres está libre de actos, así que todo hace suponer que improvisarán un plan familiar debido a las restricciones sanitarias para festejar una edad que en otras latitudes se acompaña con ritos de paso. Una en la que a los cambios de humor que impone la biología habrá que sumarles las exigencias de un papel que la heredera al trono español ha empezado a asumir convertida en el gran activo de la Corona en tiempos convulsos y hasta una pandemia.
La Princesa de Asturias ha dejado atrás sus rasgos infantiles y su posición institucional se afianza paso a paso mientras se diseña el milímetro su formación académica y militar. Un camino firmemente trazado que deja poco o ningún espacio para la rebeldía. Porque, como recordó este verano doña Letizia durante un acto en Palma en el que una niña le preguntó a su hija qué quería ser de mayor, Leonor será «lo que tiene que (ser), no lo que quiere».
El destino ya está escrito para la Princesa, que se ha hecho mayor alejada de los medios -salvo contadas excepciones, como los Premios que llevan su título por nombre- y que, en los últimos meses, ha ganado aplomo ante las cámaras y ha cambiado su 'look', introduciendo unos discretos tacones que gritan al mundo que ya no es una niña, sino una quinceañera llamada a convertirse en Reina de España. La primera Reina 'millenniall'.
Aunque, a decir verdad, Leonor de Borbón no es 'millennial', sino 'centennial', como denominan los expertos a la generación Z, la de aquellos nacidos a partir de 1995. La primera cohorte en disponer de internet desde bebés. La Princesa de Asturias aludió a ella en los galardones otorgados este año en el Hotel de la Reconquista, celebrados hace escasas semanas: «Los jóvenes de mi generación son conscientes del sentido de la responsabilidad».
Leonor, en los Premios Princesa de Asturias 2020
Y ese es, precisamente, uno de los rasgos distintivos de los coetáneos de doña Leonor, a juicio de Estefanía Rivera, profesora de alumnado de su misma edad en el colegio Amor Misericordioso: «Son personas responsables, reflexivas a pesar de lo jóvenes que son, sociables y que, a diferencia de lo que pueden pensar algunos adultos, tienen bastantes inquietudes sociales y se preocupan por la salud y por los demás».
Rasgos que la pandemia ha venido a agravar. «Solo un ejemplo: cuando empezamos a clase tras el confinamiento, les preguntamos cómo eran antes de la covid y después, y el 90% dijeron que valoraban mucho pasar tiempo con la familia y las cosas materiales que antes no apreciaban», relata esta tutora de un grupo de tercero de la ESO que ha tenido que optar por la fórmula semipresencial, a la que «se han adaptado muy bien, aunque echan de menos estar más con sus compañeros». Y otra cosa que le resulta «sorprendente» es su conciencia ecológica.
Así que en la balanza de los negativo solo sitúa «la falta de confianza en sí mismos», algo lógico por otra parte, argumenta esta docente que se declara «encantada» con unos alumnos cuyo ocio «es tecnológico», que «llevan el respeto y el autocontrol por bandera» y de los que cree «saldrá algo muy potente» en el futuro.
También el psicólogo Alejandro Amigo piensa que «cabe esperar mucho de ellos». Y eso, por varias razones. Por ejemplo, «que sus profesores e incluso sus padres ya trabajan con ellos la inteligencia emocional». O que «están criados en el modelo de igualdad de género». Por no hablar de que «manejan como nadie internet, saben idiomas... En suma, tienen una buena formación».
Aunque -eso sí- matiza que también deberán superar algunos retos, empezando por los que tienen que ver con una personalidad excesivamente influenciada por las redes sociales: «Son críos que están expuestos y eso les hace tener personalidades con rasgos narcisistas. Están preocupados por el tema material, estético, y, además, son muy poco tolerantes a la frustración. Rehuyen el no y el fracaso porque viven en la sociedad del éxito. Al menos, aparente, porque todos sabemos que la realidad es otra cosa».
También las redes y sus ilusiones resultan determinantes para que no sean del todo «conscientes de la crisis de 2008 ni de la que estamos atravesando ahora» y para otro de los obstáculos de esta generación en la que «ya no quieren ser cantantes, sino 'influencers'»: «Cuando muestran sus ideologías e ideales, lo hacen siempre en los extremos, porque lo que les llega por las redes no está matizado. Así que, si no lo trabajan, dentro de diez años defenderán ideas radicales».
Y la cosa se complica si tenemos en cuenta que la generación Z «no tiene adolescencia»: «Pasan de niños a jóvenes. Antes andábamos en bici. Ahora van de tiendas. No hay ese paso intermedio y eso entraña peligros, porque están expuestos a cosas de adultos con mentes de niños». Pero, con todo, están «en una etapa emocionante, tanto a nivel afectivo como por los cambios importantes que se producen», explica Cristina Jurado, psicóloga y directora de El Gabinete, centro especializado en la infancia y la adolescencia.
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Una edad en la que «aparecen nuevas emociones como la vergüenza, el ridículo o el enamoramiento y otras se intensifican, siendo capaces de pasar de la risa al llanto en la misma situación. Es una etapa de una gran sensibilidad». Porque, además, «comienzan a interesarse por las relaciones íntimas y románticas, descubren al otro y se preocupan por su imagen física». Es el tiempo, asimismo, en el que «desarrollan la capacidad de pensar» y «comienza el proceso de la búsqueda de su propia identidad y sus propias opiniones», mientras que «los amigos cobran vital importancia, queriendo pasar más tiempo con ellos que con sus familias»: «Son cada vez más independientes de los padres, aunque a la vez los necesitan para sentirse más seguros». Y ahí entra de nuevo en juego una vez más la covid, como apunta la socióloga Azucena Álvarez, que subraya que «los quinceañeros de la pandemia se sienten injustamente limitados en su vida social en un momento en el que su grupo de iguales lo es todo para ellos».
«Tienen mucha energía que quemar, no tienen miedo a nada y el nido familiar hace tiempo que ya no es el entorno más deseado. Más aún: la frustración actual por no poder llevar esa vida que desean se está plasmando en muchos casos en crispación contra los padres». Y una mala noticia: «Las redes sociales no funcionan como sucedáneo. Cubren una parte de sus necesidades de relacionarse, pero no están diseñadas como antídoto contra la reclusión física», defiende esa socióloga que, a pesar de «todo ese sentimiento de agravio (por qué les ha tocado a ellos, justo a esta edad), no cree que «a largo plazo les deje secuelas sociales».