«Me encantaba la mar pero ahora la miro con miedo»
Comerciantes y hosteleros del Muro preparan bolsas de arena y tablones para hacer frente a las mareas vivas y evitar desperfectos como los del año pasado
Lucía Ramos
Domingo, 25 de enero 2015, 09:53
Con un ojo puesto en la mar y otro en su tienda. Así vivió Fátima Gutiérrez, gerente de Cascanueces, las mareas vivas de los últimos días. En unas semanas se cumplirá un año de los intensos temporales que en 2014 asolaron la costa asturiana, originando cuantiosos desperfectos a lo largo de todo el litoral. Pese a que los primeros envites de la mar, a principios de febrero del pasado año apenas rozaron la zona de la calle Cabrales más próxima al arenal, la segunda tanda de temporales, un mes después, azotó de lleno esta parte de la costa gijonesa.
«Fue el 3 de marzo. Una ola reventó los cristales de la tienda y arrasó con todo». Fátima jamás olvidará el día en el que empezó a mirar la mar de otra manera. «En los más de diez años que llevamos aquí instalados nunca vimos cosa igual. A mí antes me encantaba mirar la mar y las 'olonas' que se levantaban a veces. Ahora la veo diferente e, incluso, con miedo», reconoce. Los destrozos originados por el temporal alcanzaron los 40.000 euros y obligaron a la comerciante a mantener el negocio cerrado durante casi un mes. «Tuvimos que reformar el local casi por completo, pues el agua lo arrasó todo. Hasta arrancó los muebles de las paredes El recuento de los daños fue largo, pero es de justicia decir que no tuvimos problemas a la hora de recibir el pago del Consorcio de Seguros», explica. Ahora confía en que lo del año pasado fuese un cúmulo de coincidencias que no se volverá a repetir en bastante tiempo. «Eso sí, tenemos unos tablones y sacos de arena preparados y estamos barajando la posibilidad de instalar una doble puerta», apunta.
En el local de al lado, ocupado desde hace un cuarto de siglo por el Asador del Muro, el agua también golpeó con fuerza, pero los daños fueron menores. «Nos entró agua por las ventanas superiores y la fuerza de las olas arrancó las bisagras de la puerta», explican sus propietarios, Arcadio Fernández y Ana Llosa. Ambos residen en un piso encima del local y también recuerdan cómo el temporal arrancó de cuajo la puerta del edificio. Sus empleadas, que ahora viven pendientes de las tablas de mareas, vivieron con angustia aquellos momentos que, de no haber cortado la electricidad, podían haber terminado en tragedia pues el local está repleto de máquinas. Pese a la violencia de los temporales de 2014, Arcadio no se deja intimidar, pues, recuerda, no es la primera vez que la mar muerde con saña la ciudad. «Hace unos veinte años, en Semana Santa, nos entró una ola por el escaparate y salió por la puerta llevándose un montón de empanadas y bollos flotando», rememora. Aún así, él y su mujer aprovechan la situación privilegiada de su piso para vigilar por las noches las mareas. Algo que también hace el propietario del pub Varsovia, Borja Cortina. «No nos entró el agua por la fachada, sino que se filtró la de Cascanueces al piso inferior, estropeando algunos muebles», relata.
En el caso de Auga, el restaurante del chef Gonzalo Pañeda situado en un espigón del puerto deportivo, no fue el agua en sí lo que causó los daños que obligaron a mantener el negocio cerrado durante un par de semanas, sino una burbuja de aire. «El local está situado sobre una parte 'flotante' del espigón, mientras que el paseo se asienta en un dique macizo. El problema es que la presión de las olas fue creando una burbuja que el suelo de la cocina no pudo contener y terminó reventando», explica el cocinero. El resultado fue un impresionante boquete a través del cual se podía contemplar el agua. «Menos mal que ocurrió durante la noche, pues es el lugar de la cocina donde solemos situarnos nosotros para trabajar normalmente», apunta Pañeda. Como en el resto de los afectados, fue el Consorcio de Seguros el que se hizo cargo del desaguisado, que podría haber sido mucho más grave, pues en aquella ocasión no afectó a ningún aparato de cocina. En cuanto a las precauciones a tomar, el chef señala que poco es lo que ellos puedan hacer. «La única solución pasaría por excavar unos túneles en el dique que den salida al aire y al agua cuando la presión es muy elevada. Cuando era pequeño y venía a la rula con mi padre había unos sumideros que funcionaban como los bufones cuando la marea era muy viva. Eso serviría», apunta.
Otro edificio que tampoco se libró de la ira del Cantábrico fue el que alberga actualmente al colegio San Lorenzo, así como la capilla del mismo nombre, situada al lado. «El agua inundó tanto el aula de los niños más pequeños como el interior de la capilla, donde en ese momento se celebraba un mercadillo y se perdió gran parte de la mercancía», señala la directora del centro, Belén Argüelles. Pese a lo aparatoso de los desperfectos, la colaboración de varias profesoras -algunas incluso pasaron la noche allí, vigilando- y del personal de mantenimiento, hizo que colegio y capilla volviesen a funcionar de inmediato. «Pese a su antigüedad, éste edificio está muy bien reforzado y sus puertas y ventanas son bastante resistentes. No obstante, tenemos sacos de arena preparados para utilizarlos en caso de que fuese necesario», indica Argüelles.