Alec López
Empresario ·
Miembro de la directiva local de Otea, es gerente de Alecgroup, que puso en marcha hace veinticinco años y que engloba cafés como Me Piachi, el Cafetón y Nani&CoLa historia de Alec López habría podido escribirse con la caligrafía con que se nombran las ausencias, con la retórica de la emigración, pero aunque ... todas las circunstancias así lo anticipaban, la vida tiene sus propios planes. A Alec lo trajeron al mundo en Lieja, en 1972, una leonesa y un gallego que ya se había trasladado de niño en otro episodio más de emigración a la cuenca del Nalón, y que le transmitieron una herencia genética impagable de constancia y de energía. No se sabe si nació llorando como todos los bebés o ya venía con esa sonrisa de serie que no iba a apear en toda su vida, pero sí que es cierto que en su carácter no quedó mucho hueco ni para la tristeza ni para el desarraigo.
Si algo sobresale en el rostro de Alec tiene que ver justamente con esa capacidad de adaptarse y de sonreír, de proporcionar siempre la sensación de que está exactamente donde desea estar, haciendo justo lo que desea hacer. Por eso sus primeros años en Bélgica fueron felices, y su integración tal, que llegó a España sin hablar otra cosa que francés y sin ninguna dificultad para seguir manteniendo ese carácter extrovertido que sería la seña de identidad de su vida. Por eso su nombre se convirtió en Álex, porque era mucho más sencillo amoldarse a algo más conocido para los niños con los que empezó a convivir que explicar detalles onomásticos.
Y así, como Álex López, se hizo gijonés como quien vuelve a unos orígenes que siempre han sido suyos sin haberlo sido. Su condición de hijo único se compensó ampliamente con la capacidad para convertirse en el centro de todo, para moverse con soltura y simpatía, y tuvo ocasión en sus primeros años de escolar en Gijón de manifestar esa enorme facilidad para relacionarse. El deporte, el fútbol se llevaba su empeño y parecía que lo de los libros no le tiraba demasiado: tanto, que su padre decidió castigarlo sin jugar a fútbol en tanto que sus notas no mejoraran. No tuvo mucho éxito de todas formas, y Alec siguió jugando, aunque su rendimiento académico no estaba muy allá.
Y aunque profesionalmente su futuro no llevaba la camiseta rojiblanca que habría deseado con todas sus fuerzas, sí que sigue siendo un practicante de deporte entregado que comparte con su familia la misma pasión que tiene múltiples manifestaciones y que cada vez le hace sentirse más enamorado de esta ciudad y de esta tierra que depara la posibilidad de practicar cualquier deporte, de esquiar por la mañana y hacer surf a media tarde, que constituye una delicia para recorrerla en bicicleta, o para calzarse las zapatillas de correr.
Voluntarioso y trabajador, Alec López nunca pensó que se dedicaría, y con tanto éxito, a poner en pie algunos de los cafés con más personalidad de la ciudad, porque nada en su trayectoria familiar se relacionaba con la hostelería y porque ni siquiera eran demasiado usuarios de los establecimientos, aunque el aroma del buen café siempre presidió su casa. Pero a veces las cosas suceden y su aprendizaje vino de la mano de un bar que cogió en Pumarín y en el que descubrió cuánto le gustaba y lo importante que era aprender de los que sabían. La pasión por los viajes y el descubrimiento de otros modos, de las ideas atractivas que le seducían en los cafés de otras ciudades, hicieron el resto, y cristalizaron en conceptos que combinaban lo novedoso y lo acogedor, la garantía de encontrar espacios para compartir conversación, para compartir vida, para disfrutar de los momentos que la existencia regala siempre, y que se convierten en inolvidables cuando el escenario es el adecuado, y con el aroma del café se escriben en el aire historias y encuentros, risas y confidencias: lo cotidiano que se hace extraordinario.
No hay espacio para la duda acerca del carácter encantador de este empresario, que puede engañar con el aspecto misterpropperesco de su fortaleza de deportista, pero solo hay que mirar detrás de las gafas para recuperar la ternura del niño que en lo más íntimo sigue siendo Alec.
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