Fernando Sierra
Entrenador. Licenciado en Ciencias de la Actividad Física por la Universidad de A Coruña, fue el gran impulsor del hockey sobre patines en Gijón, como pieza clave y miembro fundador del Solimar Telecable desde 1995
A veces, para empezar a escribir una historia es preciso rescatar del olvido una imagen: la de unos niños en plena euforia tras ver en ... una tele de 1980 al Cibeles de Oviedo ganar la Copa del Rey de Hockey sobre patines, empeñados en construir un precario stick con unos palos y unas puntas. El principio de esa historia, la de Fernando Sierra, había tenido lugar diez años antes, en 1970, cuando vino al mundo en una familia que circunstancialmente vivía en Llanera por el trabajo del padre, que como buen profesor de Educación Física siempre inculcó la práctica deportiva como un elemento más de lo cotidiano.
Algo tan impreciso como innegable se ha quedado instalado en el rostro de Fernando Sierra, como si la infancia no se hubiera querido ir de sus facciones y de los gestos en los que permanece la capacidad para entusiasmarse, el brillo travieso de las ideas cuando se combinan con las pasiones. La memoria de los inicios de este entrenador en el mundo del hockey sobre patines indica rasgos del carácter y de la capacidad para entender que para que los sueños se hagan realidad hay que echarles una mano con el trabajo y el esfuerzo. Lo sabe Fernando Sierra porque lo aprendió el niño que era cuando con un grupo de amigos empeñados todos ellos en hacer un equipo de hockey sobre patines tuvieron que tratar de encontrar financiación a costa de ir explicando su proyecto a las tiendas del barrio.
En el gesto, en la forma en que clava la mirada en el interlocutor es fácil leer la determinación que siempre parece haber sido dueña de su biografía: la que le llevó a mantener la afición al hockey, primero jugador, después como especialista en la carrera de Ciencias del Deporte, más tarde como entrenador y pilar sólido de un equipo que ha sabido ganarse el afecto y el orgullo de toda una ciudad. En las líneas de su rostro se leen también las complicidades de quienes supieron entender esa pasión, mantenerla, incrementarla, y la gratitud hacia ellos, hacia Rufino Ballesteros primero y a Andrés Caramés, referentes imprescindibles.
Fernando Sierra confiesa con humildad que el nivel que ha alcanzado el club Solimar Telecable, el éxito alcanzado, se debe a que su único mérito estuvo en no decir que no a las propuestas, al interés de las niñas por jugar a hockey en unos tiempos que parecen pretéritos y fue anteayer mismo en que eran muchos los que creían que lo de las niñas era hacer patinaje artístico. Pero los milagros no se hacen solos, y llegar a tener el palmarés que tiene el equipo por mucho que pueda deberle al azar, solo se explica por un trabajo sistemático, por aquellos inicios de madrugones inhumanos para viajar en un minibús a otras comunidades a jugar un partido, comerse un par de bocadillos y volver sumando horas de viaje y cansancio al entusiasmo y a la alegría.
Y es que es la alegría precisamente una de las palabras que con más insistencia se asoman a la conversación, lo que repite Fernando Sierra a quien resulta imposible imaginar malhumorado y gruñón. No se cansa de repetir que la alegría, que el respeto, que la ilusión. Y con esos ingredientes van escribiéndose los éxitos, la pelea, la gestión tanto del éxito como de las derrotas, el convencimiento de que no es incompatible ser profesionales y exigentes con la capacidad para disfrutar en la pista, y las chicas parecen haber entendido que algo tan sencillo resulta tan efectivo. Por eso Gijón las ha hecho suyas. Por eso el orgullo.
En la sonrisa de Fernando Sierra, lector y viajero, voluntarioso y risueño, no hay esquinas para que el desánimo se haga hueco. Tal vez porque aún sigue presente sin irse nunca, el niño que un día descubrió que era posible mantenerse en equilibrio sobre unos patines que su madre le enseñó a dominar, sin imaginarse siquiera que estaban escribiendo el prólogo de un sueño que hoy comparte toda una ciudad.
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