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Cada viernes, llueva o haga sol, Marisa dirige sus pasos desde el paseo de la Infancia, donde vive desde hace más medio siglo, hacia el ... Mercado del Sur de Gijón. Desde siempre, podría decirse, es habitual compradora del denominado 'Mercado de aldea', un espacio en el piso de arriba de la plaza de abastos en el que hay alrededor de medio centenar de puestos, pequeñinos, habilitados para que la gente del campo venda sus productos 'de casa'. Asegura Marisa que se acuerda de ir al mercado con su madre, cuando era niña, aunque entonces las vendedoras –en su mayoría eran mujeres– se contaban por decenas en la planta baja. Con una de las últimas reformas, se decidió crear este espacio en la planta bajocubierta, con mostradores metálicos y numerados, aunque en los últimos tiempos cada vez son menos quienes llegan desde los pueblos de los alrededores de Gijón con sus lechugas, su fruta, sus castañas, su sidra dulce, sus hortalizas, sus fabes, o con sus huevos de casa, para vender en pequeñas cantidades.
Tan pocas que tan solo quedan dos: Inmaculada Fernández García y Bernarda López Vicente son las últimas hortelanas que bajan de la aldea para vender sus productos en el Mercado del Sur. «Esto se acaba», resume Inmaculada, de Antromero, quien hace un repaso rápido a los últimos meses. «Éramos tan solo tres, pero ahora somos dos». Y es que Remedios, de Somió, está convaleciente, después de un accidente vascular que la ha dejado sin fuerzas. «Somos las últimas», se resigna mientras despacha a una clienta, igual que ha venido haciendo durante más de 30 años.
Lo cierto es que apenas sube nadie a verlas. «Vendemos muy poco, estamos aquí más por tradición y porque es nuestra vida de siempre que por el dinero que podamos sacar. Tenemos nuestro huerto para consumir en casa, y lo que tenemos de más lo vendemos aquí», resume mientras señala sus cajas, con alguna lechuga, unos puerros y unas naranjas bien hermosas, recién cogidas del árbol.
En otra esquina de la amplia sala tiene asignado su puestín Bernarda López Vicente, a la que cada viernes por la mañana trae uno de sus hijos desde Logrezana. «Venimos a primera hora, cuando pueden acercarme, y a la una y media cojo el autobús para volver», nos cuenta mientras se limpia sus agrietadas manos en el mandil, con ese gesto tan de muyerina de pueblo, tan de abuela de todos. «Cada vez quedamos menos, y puede que yo lo deje el año que viene, porque voy a ser abuela», anuncia Bernarda, quien asegura llevar «casi 50 años» acudiendo con sus productos a Gijón. Junto a unos limones, unas berzas y unas lechugas, además de otros productos, recuerda cómo venía a trabajar embarazada de su primer hijo, «que ahora tiene 44 años», nos explica mientras nos despacha media docena de huevos de kika. Son las últimas que bajan de la aldea, las últimas paisaninas del Mercado del Sur.
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