Un gijonés en Nuremberg
Para familiarizar a los lectores con la emigración a Europa, EL COMERCIO habló con Antonio Alonso, mecánico en Alemania
Él fue uno de tantos. Por eso su ejemplo era tan clarificador para todos los gijoneses que soñasen, hace medio siglo, no ya con cruzar ... el charco, pero sí los Pirineos. Antonio Alonso Alonso, que así se llamaba nuestro protagonista de ayer y hoy, tenía treinta y pocos años pero ya llevaba algunos afincado junto a su esposa en Nuremberg, Alemania. Concretamente desde finales de los años 60, momento en el cual había decidido emigrar para desempeñar allende nuestras fronteras su profesión: mecánico. Pero no uno cualquiera. Se dedicaba Alonso «a la mecánica fina, como máquinas de retratar, proyectores de cine, etcétera». Allá, en Nuremberg, no estaba solo: 3.000 españoles y casi 150 asturianos poblaban la ciudad.
«Yo hago también de intérprete», decía el gijonés. «Durante muchos años celebrábamos la fiesta de la Santina, pero casi todos se fueron a otros sitios en busca de nuevos horizontes». La emigración también tenía sus altibajos, y aunque ahora el nivel de vida de los que estaban allí era ya más alto, también la dificultad a la hora de encontrar un trabajo había aumentado. No era fácil. Alonso cobraba, como todos los españoles de media, unos 750 marcos, 16.000 pesetas al cambio. En bruto. «Hay sobre el sueldo bruto un 30% aproximadamente de descuentos para todo eso de los seguros», reconocía el gijonés, y, para conseguir ahorrar, había que hacer «horas extras, como lavado de coches, limpieza de oficinas, etcétera. Si a uno no le ayuda su mujer, que viene a ganar tanto como nosotros, de ahorros, ni una peseta. Es vida de gran sacrificio, y es la única forma de labrarse un porvenir».
Trabajando los dos, se salía de casa a las 5 de la mañana, se regresaba a las 15.30, y el ocio se reducía a la televisión, «que tiene tres programas y hay donde escoger», porque todo lo demás «sale carísimo, y, además, a partir de las cinco de la tarde, oscurece y empieza el frío». Decía Alonso que todos sus ahorros eran para una nueva vida, para los hijos y, sobre todo, «para el descanso de la mujer, porque ellas, las esposas, son las más sacrificadas». No era todo miel sobre hojuelas en Europa.
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