Jaime Priede
Coordinador de la Feria del Libro de Gijón. Licenciado en Filología Española, es escritor, crítico y profesor de Literatura, además es traductor y coordinador de POEX
A veces no se cumple esa norma no escrita de que los escritores, las personas relacionadas con la literatura, han sido lectores voraces desde la ... más tierna infancia, como si a modo de unción, un designio venido desde quién sabe qué principio de los tiempos hubiera determinado un destino de letras y metáforas. En esa excepción se escribieron los primeros años de Jaime Priede, a quien la luz mortecina de noviembre lo aguardaba en Sama, en 1965. No fue necesaria una niñez de ficciones y de palabras, porque Jaime, un niño flaquito y con gafas, hizo de las fronteras de su mundo: el parque, el puente, la calle, en definitiva, un territorio de aventuras inventadas que no precisaban de las que su hermana mayor leía en los libros de 'Los Cinco', para satisfacer su imaginación y sus juegos. Los libros, por entonces, y ahora le produce una cierta culpabilidad aunque puede entender al niño que pervive en el fondo de sus ojos, eran castigo: la obligatoriedad de un reposo después de las comidas para evitar que el continuo movimiento, el incansable ritmo de juego y de movilidad, no le dejara en los huesos y por lo menos, la comida le aprovechara.
Esos diez años en Sama, esa infancia como paraíso perdido de improviso cuando por el trabajo de su padre tuvieron que mudarse a Oviedo, siguen intactos en la memoria y a poco que se indague en la mirada de Jaime es fácil descubrir ese brillo en el que habitan toboganes y árboles hasta que la ciudad grande y triste apareció en el horizonte, en el instante exacto en que, a mediados de los setenta empezaron a cambiar todas las cosas. Tal vez en ese momento empezó a dibujarse esa mesura que acompaña los rasgos de su cara, una severidad que sería creíble si no la desmintiera la rebeldía del pelo en el que se mantiene el muchacho que tuvo su particular epifanía literaria de la mano de Herman Hesse, las lecturas adolescentes prescritas por un dominico en el colegio en el que se aprendía inglés con canciones de Simon y Garfunkel.
Después, el camino es imparable. Cuando la literatura te atrapa, ya no te suelta, y Jaime Priede se entregó a ella convirtiéndola en pasión y en profesión. Los años en la facultad fueron una locura de lecturas compartidas con quienes luego serían también escritores, Xuan Bello, sobre todo, y el aprendizaje del mundo a través de las palabras de autores que fueron capaces de señalar el camino, de despertar un apetito irrefrenable por los libros, por la poesía y la ficción. También la traducción, Carver, Ginsberg, Berger, Poe... esa forma de introducirse en el alma de un autor para de algún modo interpretarlo a la manera en que un actor es capaz de transmutarse en su personaje.
Jaime Priede, gijonés desde hace ya varias décadas, no termina de sentirse escritor a pesar de los libros publicados, y viene encargándose tanto de FeLiX, la Feria del Libro de Gijón, como de POEX, dedicada a la poesía. Lo hace convencido de la importancia de las convocatorias y del milagro que supone que instituciones, libreros, editores, autores hayan conseguido trabajar juntos en el empeño común, en hacer de la calle un espacio para los libros, para el encuentro, para el conocimiento.
En la mirada tras las invisibles gafas, en la rúbrica de una barba de pocos días que avanza inexorable hacia el gris, no es difícil adivinar al hombre que es feliz cocinando, en casa, con su mujer y sus hijos adolescentes, mientras sigue sin atreverse a tararear porque, dice, lo de cantar no es lo suyo, las canciones de un Leonard Cohen que le enamoró en la adolescencia y que le ha dejado en el semblante un aire inconfundible, una manera de mirar el mundo, de estar en él, acodado en la memoria, asomado a la ventana de las palabras del futuro.
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