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Isaura Álvarez muestra a su hija, Silvia Hernández, fallecida en marzo de 2016 en el piso de su pareja. P. UCHA

«Han juzgado a Silvia, no a su asesino»

La madre de la joven rechaza la muerte accidental en el piso de su novio en Roces

PABLO SUÁREZ / OLAYA SUÁREZ

GIJÓN.

Sábado, 9 de junio 2018, 02:49

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Silvia sufría un trastorno límite de personalidad. Una enfermedad mental que convirtió su vida en un continuo fluir de emociones encontradas, cambios de humor, dificultades en sus relaciones sociales e intenciones suicidas. Una patología psíquica que no solo supuso un infierno para ella. También lo fue para su propia familia, incapaz de ayudarla, de guiarla y reconducirla cuando se asomaba al precipicio. Y más aún, dicen, desde que Tino se cruzó en su camino, ese trayecto empinado en el que se quedó de forma prematura en marzo de 2016. Con 34 años, una minusvalía reconocida del 70% y mucho por hacer.

Murió en casa de su novio, en la barriada de Roces, después de recibir dos puñaladas que le afectaron a órganos vitales. La causa del fallecimiento fue una hemorragia masiva interna. Las circunstancias que rodearon los hechos fueron fortuitas, según sentenciaron los miembros del jurado popular encargados de juzgar a Celestino G. V. en la Sección Octava de la Audiencia Provincial, que lo condena a cuatro años de prisión. Está en la calle desde el jueves tras recibir el autor de libertad provisional. La fiscalía y la abogacía del Estado consideraban que el episodio que acabó con la vida de Silvia Hernández era constitutivo de homicidio. Para la acusación particular y la popular era «claramente» un asesinato. Iban más allá. Solicitaban para su compañero sentimental la prisión permanente revisable. No se tuvo en cuenta ninguno de sus argumentos. Para el jurado popular, Tino no tuvo voluntad de matar. Se trató de un homicidio imprudente. Las puñaladas, que supuestamente no supo que había sufrido, fueron ocasionadas durante un forcejeo cuando él trataba de arrebatarle el cuchillo de cocina con el que Silvia intentaba suicidarse. «No sabía que tenía esos cortes, nos acostamos a dormir cuando ya se tranquilizó. Al día siguiente se levantó tan normal, estuvimos jugando al ajedrez y hablando de música. Le encantaba la música...», relató el acusado durante la vista oral.

«Era un juguete en sus manos»

Pero para Silvia la música había dejado de sonar mucho antes de aquel día. «Poco después de empezar con él ya vimos que mi hija era un juguete en manos de una persona tremendamente posesiva. Muchas veces Celestino no la dejaba llamar por teléfono, controlaba todas y cada una de sus salidas, no nos dejaba que fuéramos a verla a casa. Si quedábamos con ella aparecía donde estuviésemos, la llamaba continuamente...», relata Isaura Álvarez, la madre de Silvia, dispuesta a llegar «hasta donde haga falta para que se haga justicia».

La sentencia que considera al acusado como autor de una acción imprudente cayó como una losa sobre los familiares y amigos de la víctima. «A mi hija la asesinaron. No fue un accidente», ataja contundente su madre, que se halla «completamente rota». «Llevo dos años medicada y lo único que me mantenía en pie era el juicio. Mi hija no va a volver a esta vida, pero por lo menos pensaba que se iba a hacer justicia», acierta a añadir, abatida y decepcionada con el veredicto del jurado.

Tiene continuamente presente el recuerdo de su hija, «una persona normal y muy inteligente», a quien a los 14 años se le diagnosticó una enfermedad conocida como extremo límite de personalidad. «Pasaba por muchos estados, pero nunca se volvía agresiva como se ha querido decir», cuenta Isaura.

Minusvalía del 70%

Su estado se agravó cuando tenía 17 después de un episodio en el que mezcló alcohol con los medicamentos que tenía prescritos para su patología. Ese «accidente», como lo describe su madre, la mantuvo 19 días en coma en el Hospital de Cabueñes y le provocó una minusvalía del 70%. Su vida cambió por completo y mermó en gran medida sus aptitudes físicas y mentales. «Le costó volver a andar y nunca pudo volver a correr. Era como una niña. Por eso decimos que es imposible que se hubiese defendido de un ataque», articula su madre. No solo ole costaba caminar. También tocar el piano, una de sus pasiones desde niña. Sin embargo, el cambio más radical en su actitud llegó cuando comenzó la relación con el ahora procesado, quien «la sometía a un control absoluto y le limitaba a la hora de ver a su familia o amigas». De ahí a la violencia física hubo un paso, según mantienen sus allegados. «De repente, mi hija venía completamente llena de moratones y la situación se volvió aterradora. Tratamos muchas veces de sacarla de ahí, pero resultaba imposible. Le tenía mucho miedo», se lamenta. Luego llegaron las intervenciones policiales en el domicilio, las órdenes de alejamiento mutuas y los pasos por el juzgado. Celestino llegó a pasar un año en prisión por un quebrantamiento de la condena, un periodo en el que Silvia «volvió a ser la niña que siempre fue».

Una botella de alcohol diaria

Esa tranquilidad duró poco. Cuando salió de la cárcel, ella le dio una nueva oportunidad y retomaron la relación sentimental. «En esta segunda etapa, la situación se volvió insostenible. Silvia nos decía que Celestino se bebía una botella de alcohol al día», rememora Isaura, quien defiende que su hija en ningún momento de su vida tuvo malos hábitos. «Se podía tomar un par de copas de vez en cuando como hacemos todos, pero en mi vida la he visto drogarse», manifiesta. Así lo corroboró la autopsia y los análisis toxicológicos que le practicaron al cuerpo: hallaron sustancias medicamentosas en dosis terapéuticas, pero ni rastro de droga ni alcohol.

Isaura Álvarez considera -lo repite constantemente- que la defensa de Celestino se ha aprovechado de la enfermedad de Silvia para darle peso a sus argumentos. «Mi sensación es que se ha utilizado cada rumor para hacer daño a la imagen de mi hija. Se la ha juzgado a ella y no a su asesino», apunta con dolor. De hecho, se le saltan las lágrimas cada vez que menciona el nombre de su hija.

El golpe recibido con la sentencia, asegura, ha sido muy duro. Ahora, estudia junto a su abogada la posibilidad de recurrir la sentencia, si bien el alto coste que supondría le está supononiendo una nueva barrera a la que enfrentarse.

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