La manzana de Arturo
El Jovellanos trajo de vuelta a casa, a sus cuarenta años, al popular actor gijonés, galán por excelencia de los teatros españoles
«Creo que moriré sobre un escenario». Hoy sabemos que Arturo Fernández no mentía: su larga trayectoria como actor solo se paralizó unos tres meses ... antes de su muerte, a causa de su delicado estado de salud, a los 90 años. Cuando las pronunció, sin embargo, el gijonés apenas había dado «cuarenta y tres veces la vuelta al ruedo, y ya ves», reconocía, jocoso, al entrevistador de EL COMERCIO, 'Manolo'. Lo hacía con la excusa del estreno, en el Jovellanos, de la última obra de Arturo Fernández. 'Todo empezó por una manzana', «comedia graciosa, presentada con agradables decorados», pudo haberse llamado 'Una manzana para Arturo', pero «aquello me pareció excesivo», reconocía el actor.
Llegaba a Gijón una innovadora obra de teatro inmersivo, «que actualmente se está haciendo mucho en Europa, pero que aquí, salvo raras excepciones, no se suele ver. El actor se mezcla con el público, se dirige a él, este participa con sus contestaciones y se divierte». Como eje central del argumento, una duda universal: «si en 'lo de la manzana' tuvo la culpa el hombre o la mujer». Todo acompañado de ricos decorados «y un magnífico grupo de actores entre los que destaco a Conchita Cuetos, que, a no dudarlo, dentro de pocos años será una de las mejores actrices del teatro español». No se equivocaba el galán para con su casi paisana, porque quien hoy conocemos como Concha Cuetos es, también, hija de asturiano.
En 'Todo empezó por una manzana', Arturo Fernández cantaba por primera vez sobre un escenario, y tan contento del resultado, «aunque no lo hago como un Bing Crosby». Multidisciplinar y popularísimo ya hace medio siglo, Arturo Fernández se reconocía también víctima de la precariedad del teatro español, por lo que no le quedaba otra más que «trabajar, trabajar y trabajar. No es oro todo lo que reluce y el actor, en España, no posee grandes recursos económicos. Además esta es una profesión que se añora. A veces te encuentras actores jubilados que se ilusionan como niños porque alguien les ha ofrecido un papel en cualquier obra». Él, decía, querría «venir a vivir a Gijón», y también morirse sobre un escenario. Al final, cumplió lo segundo.
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