Misterio en San Lorenzo
Los lectores de EL COMERCIO supieron, preocupados, que tres acorazados iban a fondear en la concha sin previo aviso
La nota era tan escueta como preocupante. «A la hora de entrar en prensa el presente número», aseguraba EL COMERCIO en su segunda plana, «están ... a la vista del puerto tres magníficos acorazados, al parecer extranjeros, que parecen disponerse a fondear en la concha». Un asunto preocupante, habida cuenta de que se ignoraba por completo la intención que traían los gigantescos barcos. «No deja de extrañar a todo el mundo el no haber tenido noticia anticipada de su arribo por los consulados y que aún no hayan hecho a la plaza los saludos de ordenanza». Se olía un conflicto, como mínimo diplomático, ante tal falta de modales.
De modo que así nos amanecimos los gijoneses el 28 de diciembre de hace 125 años: con un contingente de curiosos, al parecer, rodeando el arenal de San Lorenzo para ver qué era lo que ocurría, y con los prácticos del puerto dando acelerados consejos a los próceres sobre cómo, valga la casi redundancia, proceder. ¿Cómo es posible?, se preguntará el lector, ¡demonios! ¿Cómo es rematadamente posible que semejante historia no haya pasado a los anales de la historia gijonesa? ¿Cómo puede ser que ni tan siquiera se conserve en los flexibles, pero firmes a la par, mimbres de la memoria? La respuesta es mucho más fácil que todas las que se le podían ocurrir a una sobre el origen y las intenciones de aquellos tres colosos marítimos: porque, en realidad, nunca ocurrió.
«Los periódicos tienen la costumbre de publicar inocentadas, algunas tan estupendas que solo en Babia o en las Batuecas pasarían como ciertas», publicó, al día siguiente, EL COMERCIO. Era costumbre esta tan arraigada que los lectores solían pillar las bromas al vuelo, sin sorpresas. «Si el periódico se publica en puerto de mar», por ejemplo, «dará cuenta de la llegada de un par de acorazados, o de la pesca de un cetáceo monstruo, o de la aparición de una sirena que canta en la mano; si es del interior, escribe que una manada de lobos está a la puerta de la población». Y eso fue, en realidad, lo que ocurrió hace hoy 125 años: que, ayer como ahora, era y sigue siendo el Día de los Inocentes.
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