Todos contra el 'pippermint'
Novedosas medidas venidas de Francia apostaban por combatir uno de los mayores males del fin de siglo: el alcoholismo
Que el mucho beber era un problema fue cosa bien conocida, hace 125 años, tanto por los lectores de EL COMERCIO de aquel entonces como ... por lo es por los de hoy: no pocas veces se han asomado a esta página las denuncias de nuestro periódico hacia la proliferación de tabernas y el vicio de las espirituosas. Precisamente ese tipo de bebidas, también conocidas con el nombre de 'aperitivo', eran las que ahora proponía prohibir en Francia un tal Mr. Lancereaux. Concretamente el ajenjo, el 'bitter' o el 'pippermint', «porque los aceites esenciales que contienen ejercen peligrosa influencia sobre el organismo humano, y desde luego pueden contarse entre las principales causas de despoblación y empobrecimiento, no solo de la capital» -Lancereaux lanzaba sus propuestas desde la Academia de Medicina de París- «sino del país en general».
Decíamos en la crónica que era perentorio llevar a cabo medidas como esa, fortalecida, además, por la reducción del número de tabernas en la ciudad o el recargo de los impuestos sobre el alcohol, porque los efectos de este eran tan nocivos que llegaban a generar «anarquía social» y «peligro nacional». «Existe una ley que prohibe el comercio de venenos; hasta los farmacéuticos mismos no pueden venderlos», razonábamos, «sino cubriendo su responsabilidad por medio de la receta o disposición facultativa». Por eso ahora se proponía la prohibición de cualquier «mezcla malsana» (es decir, alcohol adulterado), usando las pertinentes pruebas para dar con ella y hasta el cierre total de las tiendas de bebidas.
también El informe de Lancereaux afirmaba que el consumo de bebidas era el «enemigo más terrible» de la familia. No solo por lo obvio (muchos problemas generaba, y por desgracia genera, el alcoholismo en el núcleo familiar), sino también porque «los camaradas célibes, viendo el aburrimiento que a los casados cansa la familia, procuran evitarlo, no tomando estado nupcial». El alcohol era, en fin, «el gran disolvente social. En el cafetín, en la taberna, entre los efluvios anisados y el humo acre de las pipas», decía el gabacho, crecía la anarquía. Y así nos iba.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión