Unamuno, sin medias tintas
A pocos meses de su destierro a Canarias, el escritor llenó el coliseo los Campos con su charla sobre el conflicto en África
Lleno total en los Campos Elíseos. El desaparecido coliseo se quedó pequeño, según dijo EL COMERCIO de hace un siglo, «para contener al numeroso público ... que deseaba escuchar la palabra del exrector de la Universidad de Salamanca, habiéndose registrado, con tal motivo, algunos incidentes». Espectadores de pie, nerviosismo y expectación aguardaban al sabio bilbaíno, invitado a Gijón por el Ateneo Obrero para disertar sobre el tema más candente de la época: las responsabilidades de la guerra de África. «Yo quisiera, españoles de Gijón», arrancó su discurso don Miguel de Unamuno, «poder callar y oír en estos casos, aunque es muy difícil hablar con la muchedumbre el lenguaje articulado». Y procedió.
Aseveraría ese día el intelectual que «de todo el siglo XIX, la historia más dramática fue la de España», y que la desazón del desastre colonial del 98 estaba aún lejos de ser digerida por el pueblo español. Aún candente, sus causas habían sido, en su opinión, «precisamente las mismas que provocaron la catástrofe de Annual, con los mismos hombres y los mismos procedimientos». Habló, sin pelos en la lengua -la ausencia de los mismos sería, precisamente, la causa de su destierro a Fuerteventura en 1924: no era Unamuno hombre cómodo para el rey- de «los escándalos que ocurrían en África». «Aquello era una timba y una casa de lenocinio». El público, entonces, estalló en aplausos.
«Que el pueblo no piense»
¿Qué hacer de entonces en adelante? Noventayochista hasta la médula, él no veía solución fácil ni rápida. Lamentaba «que sea una triste realidad el que la juventud actual no piense en cuajarse de cultura para dejar una prestigiosa herencia a sus sucesores, y que no se preocupe más que de dar patadas a un pelotón». El día anterior, precisamente, se había disputado en olor de multitudes el encuentro entre el Sporting de Gijón y el Stadium ovetense. «Ese espíritu deportista viene de muy arriba», aventuró don Miguel, «para que el pueblo se entretenga y no piense en nada más. Reñir por la discusión sobre el triunfo o la derrota de un equipo es convertir la juventud en una grey de volatineros». Y así nos iba.
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