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Dos habituales, tras el baño, en las duchas de La Escalerona.

«Si no vengo parece que me falta algo»

Los incondicionales del baño no le ponen reparos a noviembre. Entre ellos, sanitarias de Cabueñes y del HUCA que necesitan desconectar entre olas

NATALIA VIVAR

GIJÓN.

Martes, 3 de noviembre 2020, 01:33

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«Yo trabajo en el HUCA con positivos en la planta de covid y desconecto del hospital relajándome con el baño». La enfermera gijonesa Mercedes González no dudó en acudir ayer a San Lorenzo, al mediodía, para meterse en el Cantábrico pese a la entrada de noviembre y la bajada sensible de la temperatura respecto a la víspera. Tanto la exterior como la interior, que curiosamente a esa hora se igualaban entre los 16 y 17 grados. Mercedes considera la playa un lugar seguro en estos tiempos convulsos y a ella acude de forma rutinaria, siempre que sus turnos se lo permiten, con un grupo de bañistas de año completo a los que se sumó hace tres años. «Esto es un beneficio para la salud», afirma categórica mientras acaba de vestirse con el fresco del mar aún reactivando su cuerpo.

Junto a ella, otra integrante del grupo, Yolanda Bartolomé, tiene en la mar similar vía de escape. Pues Yolanda es enfermera en el Hospital de Cabueñes y, por tanto, cuando llega a La Escalerona, su lugar de encuentro, lo hace con un estrés acumulado bastante similar al de su compañera. «No puedes estar todo el año metida en casa por miedo a contagiarte», reflexiona para EL COMERCIO. «Aunque llueva se necesita cambiar la rutina. Esto, además, es muy saludable y te revitaliza cada día», explica.

Pero no todo son sanitarias, aunque quizá sean quienes más lo necesiten en este momento. Concha Vázquez, hostelera a punto de jubilarse, se suma a las reflexiones de sus compañeras destacando que un buen baño de invierno es «muy saludable para la circulación del cuerpo», como nota ella misma, asevera, cada vez que se adentra en las olas del Cantábrico.

En Gijón hay muchos aficionados a los baños de invierno. De hecho, en su grupo y a su hora, llegaron a juntarse el domingo hasta catorce integrantes, eso sí, matizan, «siempre guardando la distancia». Rubén Zapico, jubilado de la minería, es fiel a la costumbre «aunque nieve, llueva o haga sol». «Esto de bañarse a diario todo el año empezó como un juego y ahora se ha convertido en una tradición», apostilla. Zapico habla de «desconexión» y «depuración» mientras el día se va nublando. Al final, lloverá con ganas. Pero para entonces ellos ya tendrán las pilas cargadas.

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