Guerra Hamás-Israel
Joanna de Castro, ya en Asturias: «Hemos sido muy afortunados, pero en Israel siguen muchos españoles con miedo»«Queremos volver cuando el conflicto se solucione», afirma desde Llanes tras poder viajar con su familia en el avión del Gobierno
Mientras atiende por teléfono a EL COMERCIO, Joanna de Castro ve aparecer a su madre, Blanca Cobián, en la casa de sus suegros en ... Llanes. Se le quiebra la voz. Han sido muchas las emociones de los últimos días e inevitable pensar en todos los escenarios. «¿Y si a los míos no les vuelvo a ver?», se preguntaba Joanna, a quien el estallido del conflicto bélico en Israel le pilló en la ciudad donde ha residido con su marido, Pedro, y su hija de diez años, durante más de un año, al norte de Tel Aviv.
Ya en la tierrina, deseando descansar, los tres se encuentran «aliviados» de haber dejado atrás días en las que las bombas no paraban de sonar en las proximidades de su casa. «Bum, bum, bum. Las oías por todas partes», viéndose obligados a bajar al refugio antiaéreo de su propio edificio. El martes, de hecho, fue «terrorífico». Veían en las noticias que se había abierto fuego desde el Líbano y creían que empezaba a haber movimiento también en Siria. «Pensamos que se iba a poner peor. No pintaba nada bien». Bajaron dos veces al refugio, con el miedo de su hija cada vez más visible en su cara. Y por ella, por su pequeña, volvió a llamar al consulado.
Los aviones que iba a fletar el Gobierno español estaban destinados a sacar a los compatriotras que hubiesen ido por turismo o se habían trasladado por pequeño periodo de tiempo para hacer negocios. «Pero yo me rompí y le dije al consulado que me ayudara a sacar a mi hija de allí. Me dijo que estuviera tranquila. Le di todos los datos y quedó en que me llamaría». A la media hora, la respuesta sonó a gloria:«¿Podéis estar en el aeropuerto a las 20.30 horas?». Les asignaban plaza a los tres. Eran las 18.30 horas y, aunque tenían hecha una mochila con lo esencial, corrieron para terminar de empaquetar lo más esencial. Un taxi y al aeropuerto. Allí, en Ben Gurion, había estands con la bandera de cada país y el personal, con chaleco identificativo. «Estaba todo superbién organizado». Tras confirmar los pasaportes y que efectivamente tenían asiento asignado, fueron pasando los controles y ya, frente al ventanal en el que se veía un «Airbus enorme», empezaron a ser cada vez más conscientes de su vuelta a casa.
Una vez dentro y cuando el avión empezó a despegar sobre la una de la madrugada, «sonaron los aplausos». La emoción les embargaba a los 209 pasajeros Y, ya más relajados, Joanna, Pedro y su pequeña cayeron rendidos de sueño. A bordo había un médico y una enfemera, que se interesaron por «saber si había personas con enfermedades crónicas y si habían tomado su medicación. A mi hija le dieron una manta bien hermosa. Nos dieron de comer. El trato ha sido fantástico, espectacular».
Al aterrizar en Torrejón de Ardoz, sobre las cinco de la madrugada, la familia no se lo pensó. Alquilaron un coche y viajaron hacia el Principado para reencontrarse con los suyos. «Somos muy afortunados y nos han ayudado a salir. Somos humanos y entendemos las circunstancias. Sin embargo allí quedan muchos españoles con miedo y que también han intentado abandonar el país». Están «aliviados», repite, pero al mismo tiempo «muy tristes». Porque Israel es un país que les encanta, en el que han sido «muy felices». «Es que además no me cansaré de decirlo: la gente es superamable. Cuando bajamos a primera vez al refugio, te encuentras confundida, nerviosa. Y ellos te abrazan, de dan la mano, te hablan, te sonríen, te dicen que todo va a ir bien, te indican dónde tienes que colocarte...».
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Con todos estos sentimientos, la pregunta es : ¿Y ahora qué? Joanna lo tiene claro: «Queremos volver. Esperamos que se solucione, que no escale más y recuperar nuestro trabajo. Allí hemos dejado nuestra casa equipada. Ahora Pedro trabajará en remoto y esperaremos a ver qué nos dice la empresa». Sin tiempo limitado, ahora esperan descansar y recuperar su paz.
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