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El olimpo del Sporting cuenta con una amplia nómina de jugadores ilustres. Muchos nombres resuenan mucho más allá de los límites de Asturias, con el de Enrique Castro 'Quini' a la cabeza. El que sigue siendo el máximo goleador de la historia del club puso con 29 años rumbo a Barcelona para cumplir un sueño, dejando un vacío muy difícil de llenar. Contribuyó, y mucho, a conseguir que el conjunto rojiblanco no perdiera mordiente en el ataque un futbolista que a punto estuvo de ver cómo su carrera se iba al traste de forma prematura y que con constancia, olfato, garra y una habilidad especial para el gol supo ganarse a El Molinón y a los diferentes inquilinos del banquillo local en la época dorada del Sporting de Gijón: Abel Díez Tejerina. Este martes, este leonés que defendió el escudo en 276 ocasiones anotando 79 tantos, dejó esta vida después de una abrupta enfermedad que se lo llevó a los 72 años. Lo que su dolencia no podrá borrar nunca es el recuerdo que deja en una afición huérfana de goleadores.
La historia de Abel Díez es la de un futbolista que puso todo su empeño en conseguir llegar a lo más alto. Nacido en la localidad leonesa de Boñar, muy cerca de San Isidro, había jugado en la Cultural Leonesa y el Real Avilés. Cuando la temporada 1975-1976 llegaba a su fin sufrió una aparatosa lesión que le llevó a regresar a casa para recuperarse. Iván Rodríguez Vega, conocido cariñosamente como el 'Ronco' por su característica voz, era uno de los técnicos que trabajaba en Mareo buscando talentos. En su cabeza estaba la imagen Abel Díez, un futbolista que entonces tenía 23 años, demasiados para lo que se estilaba en la cantera rojiblanca, donde la práctica era captar y foguear a jugadores más jóvenes que tuvieran opciones de llegar al primer equipo. En aquellos tiempos, quienes alcanzaba esa edad sin haber pisado El Molinón sabían que tenían que buscar su futuro lejos de Gijón.
Con Abel Díez se hizo una excepción. El leonés se integró en el filial del Sporting en la temporada 1976-1977, con José Manuel Novoa en el banquillo. Sus características llamaron la atención de Vicente Miera, preparador del primer equipo, quien le hizo debutar en Castellón entrada la segunda vuelta. Ya no se movería del primer equipo.
Poco tardó en mostrar sus habilidades. Dos semanas después de su debut anotó un tanto en la abultada victoria que el Sporting logró en el Nuevo Mirandilla, antes denominado Ramón de Carranza. En ese partido, su nombre quedó impreso en letras doradas junto a los de Ferrero, Ciriaco y Morán. Su presencia en el primer equipo llegó además en un momento muy especia, el del ascenso a Primera, categoría en la que el club se asentó durante 21 años.
Porque a Abel Díez le tocó vivir la etapa gloriosa del Sporting, aquella en la que el equipo se codeaba con los grandes y peleaba por los títulos, la que dio lugar a alineaciones que los aficionados más veteranos aún recitan de carrerilla y en la que el propio delantero se llegó a ganar un hueco.
El leonés siempre contó para Miera primero y para Novoa y Boskov después. La fina técnica de Ferrero no era la misma con la que contaba Abel, quien sí destacaba por protagonizar potentes arrancadas que le hacían imprevisible. En la primera etapa de Miera compitió con Morán por un puesto en el extremo, a pesar de que las cualidades futbolísticas de ambos jugadores eran bien diferentes. Para el recuerdo queda la sana rivalidad de dos jugadores que, luchando por jugar, lograron hacerse mejores el uno al otro: cuando Abel salía en sustitución de Morán solía marcar y cuando la situación se daba a la inversa lo mismo le ocurría al lenense. Con Quini ya en Barcelona, Abel se convirtió en un fijo en las alineaciones, aportando goles y entrega para tratar de suplir la enorme carencia de no contar con 'El Brujo'. Cuando José Manuel Novoa se puso al frente del banquillo rojiblanco, el leonés le ganó además el pulso a Ico Aguilar.
Luego llegó Boskov, a quien le sorprendía la irregular disciplina táctica del delantero. «Oh, Abel me entiende menos que mi perro», decía el técnico yugoslavo al que, cuando llegaba el domingo, le colocaba en la alineación inicial.
Para el recuerdo queda una gesta de la que pocos pueden presumir, haber marcado tres goles en un partido en el Santiago Bernabéu. Abel Díez lo consiguió el 31 de mayo de 1981 para sellar la victoria por 2-3 frente al equipo blanco en una eliminatoria de Copa del Rey después de haber empatado a un gol en El Molinón. Allanaba así el Sporting su camino hacia su primera final del torneo del KO. Aquel año Abel le tenía tomada la medida al Real Madrid. En el enfrentamiento de Liga en Gijón le endosó dos tantos al equipo de Juanito, Camacho y Santillana.
La carrera de Abel Díez se prolongó durante ocho campañas en el Sporting en las que siempre tuvo un papel relevante. De Gijón se fue a Alicante para seguir jugando en Primera una campaña más antes de regresar a sus inicios, fichando por el Real Avilés. Retirado del fútbol, mantenía su residencia en Gijón, donde era habitual cruzárselo por la calle. Un futbolista que figurará siempre con letras grandes en la historia del Sporting, siendo el undécimo máximo anotador del equipo. Por delante de él, un tal Joaquín Alonso.
Claudio, que defendía la meta rojiblanca en aquella época, destaca la valía de Abel como futbolista. «Siempre cumplía y la gente no le daba el valor que merecía», afirma antes de recordar los recordados tres goles en el marcó en el Santiago Bernabéu al Real Madrid. «Tenía fama de torpe pero era un trabajador incansable y de eso se aprovechaba el equipo», reflexiona el exguardameta rojiblanco. Una consideración que apostilla otro histórico del vestuario sportinguista como David: «Los centrocampistas nos beneficiábamos de su trabajo», subraya. Opina que Abel no fue valorado como merecía. Algunos, incluso, lo tomaban a cachondeo, pero lo cierto, asegura, «es que era un trabajador nato que encima acaba siendo el mejor goleador a pesar de que traían delanteros todos los años».
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