Cuando calienta el sol
El viento y la mar tienen estos días un festín de olas bravas. Los bañistas se calumban en ella con bandera amarilla, silbatazos de los ... salvamentos y tropezones con algún surfista. La tarde discurre en la arena con la vista puesta en el paño de los veleros navegando por la bahía y la raya del horizonte: esa lejanía donde la mar nunca tiene marejada y siempre parece estar segura de sí misma. Y con niños en el espacio ancho de la playa, por la que corren como si toda fuese poco para ellos; y jóvenes con raquetas y pelotas que saltan y botan y de una mano van a la otra. Y la megafonía que avisa: «En la caseta de salvamento tenemos recogida una niña de cuatro años llamada Covadonga». Verano y sol como una libertad de colores que nos ponen a todos en el cándido peligro de pecar (venialmente) y con ganas de acercarse a la mar y al amor, incluso a lo que no se ama. Y como estamos en una especie de 'Requiem eterna' político, económico y social, aquí está uno deseando poner un estribillo amable al mes más central del verano en un Gijón con marcha, cultura de calle y festivales para dar alegría Macarena al cuerpo después de la peste. Y aunque aquí en Asturias ya se están necesitando más cementerios que paritorios, Gijón, con este buen tiempo de sol dentro de la tarde y el sobrevenido bonito del norte a buen precio, está lleno de personal. Y hasta Pelayo, desde su pedestal del muelle, parece que suda con tanto faldamento, adarga antigua y correaje. Hay, sí, mucha orquesta ensordecedora hasta las tantas. Pero bueno, en el verano se acepta todo; incluso el verano mental y gaseoso de la política. De cualquier forma, cada sujeto se adentra en el verano a su manera. Desde esta frontera de arena y mar llenos de música y tiempo, hemos visto naufragar las olas, hemos levantado promesas, hemos gozado amores que juramos guardar toda la vida. También un día fuimos cualquiera de esos niños y jóvenes entregados al hermoso oficio de mantenerse en pie cerca del agua o de combatir las olas.
Sol, mar y playa donde un hombre y una mujer amplían la nostalgia de sí mismos contemplando el horizonte de espaldas a las baldosas de la ciudad, de espaldas a las ventanas, de espaldas a los coches que otra vez han vuelto a desembocar, como un río adúltero y vicioso, a la orilla de la mar. Al atardecer, sangrará el cielo sobre los tejados del barrio alto. Después, se irá extendiendo el mantel de las sombras. Y llegará la noche. Y una nueva amanecida con sol.
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