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Carril bici en Oviedo. Álex Piña
Las calles y las decisiones frívolas

Las calles y las decisiones frívolas

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Domingo, 28 de febrero 2021, 10:24

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No es la primera vez que escribo sobre la falta de previsión a la hora de peatonalizar calles o de ensanchar aceras. A los munícipes de todo el país y de distinto signo, les pudo, desde hace tres décadas y con especial celo en los noventa, la idea, importada como casi todo, de hacer más grata la vida al viandante, arrinconando los dominios del automóvil. De paso, se contrataban obras y, en muchos casos, se licitaba la construcción de aparcamientos subterráneos. Luego, todo era una cadena: farolas, maceteros, papeleras, bancos, esculturas… mobiliario urbano, que se llama.

Todo lo anterior está muy bien como propósito y encaja en la voluntad de no degradar más el planeta y los pulmones de la ciudadanía con la contaminación generada por los vehículos a motor. El tema es que estos no dejan de existir. Por arte de magia, no se esfuman los coches y en su lugar aparecen escolares y deportistas sin riesgo y mayores felices, en un entorno idílico y floral, porque la jardinería también juega su papel en esta fiebre peatonalizadora.

Ya escribí no hace mucho acerca del dislate de suprimir tráfico rodado o aparcamientos en calles con centros escolares, creando el efecto contrario al deseado: a las horas de entrada y salida, los automóviles, a docenas, subidos a la acera o colmatando una supuesta vía cegada al tráfico. Todo, por no reflexionar y poner todos los datos sobre la mesa; porque no es lo mismo una calle de oficinas que otra con un colegio y un instituto. Pero la estética, en el mejor de los casos, y el evidenciar que se hacen cosas, nos matan. Repito que es algo observable en casi todas las ciudades y villas de España.

Pasa lo mismo con los carriles-bici. En Oviedo, el esperpento improvisado llegó a ser burla nacional. Y es que algo tan saludable como pedalear, requiere que otros ejerciten el cerebro y sepan que, en una ciudad milenaria, hay vías que se prestan a ciclotrayectos y otras que no. Y en las que sí es factible, no basta con pintar unas rayas discontinuas o una señal horizontal de preferencia. Eso conlleva muchos ajustes de tráfico y, en suma, muchas horas de meditación técnica e interdisciplinar.

Pongo otro caso que conozco bien, como residente: si en una calle de noventa metros, con viviendas modernas, hay cinco entradas a amplios garajes comunitarios, ¿se puede decir que esa vía está vedada a los coches, cuando los residentes, más de doscientos, pueden entrar y salir? Sin contar los taxis y otros posibles autorizados, claro está. Y si, como es el caso al que me refiero, en la calle inminente con tráfico rodado, se han agrandado las aceras y suprimido plazas de aparcamiento, carga y descarga, ¿dónde se meten las furgonetas y camiones de reparto? Obviamente -y por dirección prohibida-, en la calle peatonal y, a veces, hasta cegando las salidas de los garajes. Si colgara una foto de la hora de la mañana en que escribo estas líneas, a la definición de calle peatonal seguiría una carcajada de los lectores, porque más parece la feria de ocasión del automóvil. Lo saben bien, por cierto, los hosteleros que han soportado estoicamente el cierre perimetral mediante terrazas en la vía pública, con el añadido de los rigores del invierno: hay que tener un cuidado escrupuloso con las patas de las sillas porque turismos y camionetas, silban y, pese al deseo lógico de consumir en esta libertad condicional, el riesgo lo vuelve menos apetecible.

En suma, que, aunque ya ha remitido algo el furor peatonalizador, las decisiones han de tomarse con responsabilidad, criterio y estudio y no con frivolidad, improvisación y populismo. Creo que, con la mejor voluntad, ese propósito de actuar solventemente es el que ha guiado al Ayuntamiento a nombrar una comisión de expertos -y todos los son y de nivel- para tratar de que, al menos, el casco antiguo de la ciudad, pase a engrosar el elenco de bienes Patrimonio Mundial. Ojalá que algún día se acometan las actuaciones, ambiciosas, que hagan digna tal candidatura, ya desechada no hace tanto por la UNESCO, para una ciudad castigada duramente por revolución, guerra y especulación insaciable. A eso deberá aplicarse, entiendo esa comisión que, aunque tenga dignísima representación eclesiástica, no podrá hacer milagros.

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