Aranceles, ¿les gustan tanto a los estadounidenses?
Parece que 'arancel' es la palabra favorita del diccionario de los republicanos de ahora. Es otra de las señas de identidad que los activistas de izquierdas se han dejado arrebatar por los activistas de la derecha más extrema
Cuando era chaval pensaba que la bebida nacional de Estados Unidos era el whisky, por lo que veía en las películas de vaqueros, por eso ... me sumí en la mayor de las confusiones cuando, cursando el bachillerato, me enteré de que no había sido el whisky, sino el té, y que precisamente su afición al té había sido un detonante en la independencia del país. En 1773 unos colonos de Boston, disfrazados de mohawks tiraron al mar 41 toneladas de té chino que traían tres barcos procedentes de la metrópoli, valoradas en un millón de euros al cambio actual. El suceso fue conocido como el Motín del Té de Boston o Boston Tea Party en inglés, y fue un acontecimiento fundamental que logró unir a las descontentas colonias, condujo a la rebelión abierta un año después y concluyó con la declaración de independencia tres años más tarde.
Desde finales del siglo XVII el té se hizo tan popular en Europa y su negocio tan lucrativo, que en Gran Bretaña se otorgó el monopolio de su comercio a la Compañía de las Indias Orientales, que lo transportaba a Inglaterra y desde allí se reexpedía a las cada vez más florecientes colonias. Todo a través de la misma Compañía. Como en las colonias americanas había gran demanda del brebaje, el Parlamento Británico, les había colocado, sin contar con ellos, un arancel del 25% del té que venía de China, arancel no aplicado en la metrópoli. Por ley el té chino no solamente era obligado a comercializarse en el Reino Unido únicamente a través de la Compañía de las Indias Orientales, una especie de Amazon de la época, sino que el arancel, para colmo, en vez de ir a parar al Tesoro, se lo quedaba la propia empresa. Un negocio redondo para los protegidos del Poder y un abuso para los ciudadanos americanos.
A los bostonianos estas imposiciones legales no les gustaron nada, así que la arbitraria ley arancelaria fue la gota que colmó el vaso y a la primera oportunidad se vengaron tirando al agua todo el té que pudieron. El Parlamento Británico respondió a la revuelta limitando el autogobierno de Massachusetts, interfiriendo en los tribunales de la colonia y paralizando todo el comercio por el puerto de Boston, algo que los colonos americanos consideraron «actos intolerables». Las tensiones escalaron y en menos de dos años, al grito de 'No Kings', la cosa acabó en guerra. Espero que los aranceles arbitrarios, las gratificaciones a las poderosas empresas de los amigos, la interferencia en los tribunales, la invasión de derechos de los estados, antes colonias, y el movimiento 'No Kings' acabe ahora de forma menos violenta. A pesar de la contumacia, 250 años deberían servir para algo.
En 1773 unos colonos de Boston, disfrazados de mohawks tiraron al mar 41 toneladas de té chino que traían tres barcos procedentes de la metrópoli
El Boston Tea Party Inspiró el nombre del Tea Party Movement, del que habrán oído hablar hace unos 15 o 20 años de la mano del tejano Ron Paul y de la alaskeña Sarah Palin. Un movimiento conservador de economía libertaria que pretende entre otras cosas reducir (o eliminar, si se pudiese) los impuestos. Su nombre es ambiguo, puede querer decir la fiesta del té, el partido del té o la partida (grupo de personas movilizadas con no muy buenas intenciones) del té, y se consideran a sí mismos representantes del verdadero sentido que originó los Estados Unidos. A mí, el Tea Party original, más que una respuesta ultraconservadora, me evoca una respuesta progresista que dio lugar a un estado moderno que representa la defensa de los intereses populares ante el abuso que supone imponer sin consultar unos aranceles abusivos en favor, no de un estado para sufragar gastos comunitarios, sino de una empresa en la que se sustentaba el gobierno. Pero parece que 'aranceles' es la palabra favorita del diccionario de los republicanos de ahora. Es otra de las señas de identidad que los activistas de izquierdas se han dejado arrebatar por los activistas de la derecha más extrema. También allí sucede.
La gente de mi edad sabemos bien lo que son los aranceles elevados. Cuando a finales de los 70 fuimos a Londres en viaje de estudios, entré con un amigo en una tienda de fotografía para comprar una cámara réflex, el deseo de cualquier biólogo de campo en aquel momento. El vendedor se extrañó al ver qué vendía tantas cámaras de fotos a los españoles, así que, como estábamos recién salidos de una dictadura, preguntó: «¿Es que está prohibida en España la venta de cámaras fotográficas?». «No es que esté prohibida, es que resulta prohibitiva. Cuestan el doble que aquí». Sabíamos entonces lo que representaba para los locales tener unos aranceles desorbitados que pagábamos de nuestros bolsillos. En aquel caso, desde luego, no era para proteger la industria fotográfica, que en España prácticamente no existía, sino que imagino que sería para no perder divisas. El caso es que todo el que tenía ocasión pedía a un amigo o familiar que saliese al extranjero que le trajese una cámara, introduciéndola en la frontera como objeto personal, sin declararla en la aduana. Eso generó una especie de contrabando blando, de aficionados, sin violencias asociadas, que, como delito, supongo que ya habrá prescrito. A ver si todavía veremos algún estadounidense que, al bajarse del avión, disimuladamente, con un jamón o un Mercedes, cuando un agente de aduanas le pregunte: «¿Algo que declarar?». Responda de forma evasiva: «Uhmmm… No sé…, no creo».
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