Catedrales
Habrán oído que la catedral de Toledo se ha prestado como escenario para la grabación de un vídeo sabrosón. Escenifica la bonita canción que lleva ... por título 'Ateo' bailada por una pareja. Internet para más en detalle. Resumamos, el espacio no estira, que no se trata de pornografía sino de ese erotismo tropical como de festival de la Oti, no sé si se acuerdan. Y ya sabrán que se armó la de Dios, cuál si no. El obispo anatemiza y condena, el deán explica y justifica y acaba dimitiendo. Y yo, que trabajé en catedrales, quiero decir algo al respecto.
Perdonen si repito en este pequeño formato lo que ya incluí en la parrafada catedralicia del miércoles pasado: a mi informado juicio las catedrales bien pueden ser la industria pacífica más significativa y próspera de la historia de Occidente. Próspera porque dio trabajo a miles de operarios de cientos de oficios. Significativa porque en la catedral confluyen la religión y la cultura, conceptos ambos muy densos y cargados de todo lo humano. Así que en una catedral coexisten, sin estorbarse, lo ético y lo estético. Eludo, en este caso, lo primero para centrarme en lo último. Al margen del dudoso encaje ético que el contenido del vídeo tenga en el escenario elegido para su grabación, el encaje estético es nulo, como las pistolas del Cristo, con perdón del tópico fácil. El lugar que contiene, además del milagro constructivo gótico, la obra de Narciso Tomé, El Greco, Goya, Velázquez, Caravaggio, Tiziano, Berruguete, Van Dyck, Bellini, Mengs o Rafael Sanzio podrá contener la actual de José María Cano -ex Mecano- porque no desmerece, en absoluto, de las citadas, pero endosarle una raperada, es decir la más bajuna expresión de la palabra humana con pretensión de arte, es consumar un penoso sacrilegio estético.
Hasta hace no mucho, para sentirse y ser tenido por poeta había que hacerlo como Ángel González o casi. A lo que parece, en los últimos tiempos, tutores de cursillo literario pretenden hacer creer a quien se deje que basta mirarse el ombligo y ponerlo por escrito para acceder al dominio lírico en igualdad de condiciones con cualquier colega, todos somos poetas. Y no, señores del jurado, no. Y no señor deán, no. Sea su Ilustrísima lo permisiva y abierta que quiera con su ética, pero sepa que su condición estética adolece ya de pecado de los que solo remite el Papa. El del sector, digo. Pongamos Sabina.
Por cierto, yo iba a titular esta columna 'Deán sabrosón', pero he preferido homenajear la novela homónima. Si son de las que leen, léanla.
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