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El retorno es el exilio, la tierra prometida de unos es el dolor de otros. Las banderas se pintan con colores prestados, o robados
He vuelto a leer 'Intruso en el polvo'. Es siempre saludable releer a Faulkner. El escritor de Misisipi habla de los Estados Unidos como «una ... masa de gentes que ya no tienen nada en común, salvo la frenética codicia del dinero y un miedo básico a un desastre de alcance nacional, y que se esconden unos de otros detrás de una palabrería sonora en torno a una bandera». Nunca me gustaron los patriotismos rancios ni las banderas consagradas. No pocas veces las banderas, las fronteras o los símbolos patrióticos, encubren, como una indecorosa y turbadora niebla, esas ilusiones de pureza racial, de superioridad. ¿Alguien se cree realmente libre de mestizaje? ¿Alguien puede sostener en su sano juicio la idea de la 'pura raza'? El territorio que habitamos ha sido habitado antes por celtas, romanos, godos, judíos o árabes. Somos un pueblo mestizo, como lo son (afortunadamente) todos los pueblos de la tierra. Los Estados Unidos se fundamentan sobre pueblos indígenas, colonizadores españoles, comerciantes de pieles franceses, puritanos o calvinistas ingleses, colonos escoceses, galeses e irlandeses, convictos europeos, neerlandeses, esclavos africanos y aventureros y peregrinos del mundo entero. Y así todos los pueblos. Detrás de cualquier pensamiento discriminatorio se esconde una patética y sobrecogedora ignorancia. El racismo es la mayor de las incongruencias humanas.
Tal vez algunos quieran únicamente, como el negro Lucas, de la novela de Faulkner, «un poco de tierra para que su sudor caiga entre sus propios brotes y plantas verdes». Puede que conformar una nación, más que con el territorio, la lengua, la historia o la bandera, tenga que ver con el intercambio de las formas de afrontar las dificultades diarias. El olor de la tierra trabajada, el trabajo compartido, el propio sudor confundido con el sudor ajeno son banderas más poderosas que cualquiera de las fabricadas ignominiosamente en los despachos de la arbitrariedad y colgadas de los mástiles de la desavenencia. Tal vez los espacios geográficos no sean más que una emoción repentina proveniente de la leche materna y configurada a base de miedo como una alerta permanente contra los diferentes.
Las gentes se mezclan y deambulan por el mundo, y las palabras de las diferentes lenguas (a su vez deudoras de otras lenguas anteriores) se buscan unas a otras, se confunden, se transforman. Y hay fusión y hay dispersión, y el mundo es el reino de los matices, y hasta las matrices se difuminan a la vez que surgen gritos de independencia, y hay luchas por la tierra, y por el pan que da la tierra, y por el poder que otorga poseer el pan y la tierra. Hay luchas por la 'diferencia', por la 'superioridad', por la 'pureza'. Son luchas quiméricas. Los nómadas se vuelven sedentarios. Los sedentarios se cansan de mirar al sol y se levantan en busca de un viento que no traiga balas perdidas. Carabelas, pateras o trenes de alta velocidad. Unos pueblos son el remordimiento de otros. El retorno es el exilio, la tierra prometida de unos es el dolor de otros. Las banderas se pintan con colores prestados, o robados.
La persistencia en la discriminación eterniza la crisis, porque la crisis es a menudo la absurda justificación de la discriminación. Los nacionalismos arrecian en tiempos de crisis, porque de pronto se necesitan chivos expiatorios. Se necesitaron en la Roma de Nerón, en el Imperio Otomano de Osmán, en la China de Mao, en la Alemania de Hitler, en la aventura soviética de Stalin, en la Europa de la Inquisición o en la España de Franco. Se necesitan en Turquía, Israel o Estados Unidos. Y en la España borracha de banderas y en la Cataluña de los delirios. Se necesitan siempre. En el mundo cerca de un 20% de la población mundial no vive en su país de nacimiento. Son muchos los países del mundo que tienen más 'extranjeros' que nativos. El mundo es una maravillosa mezcla y algunos andan preocupados por la pureza de su sangre y suspirando por el mito de la separación.
Ser español o ser chino o ser catalán puede significar algo o puede no significar nada. Crecer, soñar y compartir como seres humanos, ascender de la mano de otros (hayan nacido donde hayan nacido, hablen como hablen o tengan el color de piel que tengan) la escalera de las expiaciones rumbo al futuro puede significarlo todo.
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