Culpas históricas
En los ajustes de cuentas con el pasado hay que ser muy cautelosos y diferenciar la reparación de las víctimas, por ejemplo, de otras situaciones que poseen dinámicas diferentes y obeden a distintos intereses
El Día de Acción de Gracias tuvo lugar este año una manifestación de los descendientes de los indios Wampanoag en la localidad de Plymouth, en ... la Costa de Massachusetts, próxima al lugar al que arribaron los peregrinos del Myflower en 1620. Protestaban, según su manifiesto, por «el genocidio de millones de nativos, el robo de sus tierras y el borrado de su cultura». Quizá esta protesta hizo que a algún estadounidense se le atragantara el pavo.
Barriendo un poco para casa, hay que recordar que la figura de Cristóbal Colón resulta controvertida en muchos países hispanoamericanos: se han derribado estatuas suyas y la de Ciudad de México ha sido retirada a un parque mucho menos visible que la glorieta del Paseo de la Reforma en la que se encontraba ubicada desde 1877. Lo que se cuestiona, claro, es la llamada Conquista de América y el Descubrimiento del Nuevo Mundo. Si ponemos el foco en la actualidad política española, es reciente la polémica suscitada en España durante la tramitación de la Ley de Memoria Democrática por la pretensión del PSOE y Unidas Podemos de sortear en ella lo contemplado en la Ley de Amnistía de 1977, elemento clave de la Transición Española.
En los ajustes de cuentas con el pasado hay que ser muy cautelosos y diferenciar situaciones y motivaciones diversas. Concretamente, pienso que es preciso distinguir la reparación de las víctimas de otras situaciones que poseen dinámicas diferentes y obedecen también a motivaciones distintas. La reparación de víctimas, aunque se gestione a través de colectivos o grupos, debería centrarse sobre todo en el daño sufrido por personas singulares. Se trata de reparar las muertes, violaciones, etcétera, de quienes las han sufrido en su propia carne o de sus allegados. También tiene sentido sanar las heridas causadas por guerras o conflictos recientes, en los que el rastro de la violencia se encuentra todavía vivo.
Lo anterior difiere, en mi opinión, de la resolución de situaciones discriminatorias actuales con prolongadas raíces históricas, como puede ser la de los afroamericanos en Estados Unidos. En estos casos, lo que procede ahora es resolver las injusticias presentes. La apelación a la historia no debería formar parte de su solución. La motivación de los ajustes de cuentas contra la Conquista del Nuevo Mundo, la esclavitud u otros acontecimientos históricos obedece más a un uso simbólico del pasado, de cara a promover y defender nuestros actuales estándares políticos de justicia que a reparar un daño. Esto convierte la historia en territorio polémico, precisamente porque los proyectos políticos lo son.
Como señaló el filósofo francés Rémi Brague en una conferencia sobre la cultura de la cancelación pronunciada en Milán en septiembre pasado, la pretensión de hacer tabla rasa con el pasado resulta mucho más problemática de lo que nos podría parecer desde nuestro empeño por hacer justicia. Un mismo personaje, por ejemplo, puede tener en su biografía, junto con elementos bochornosos otros gloriosos. Pensemos, sin ir más lejos, en el emérito Rey Juan Carlos: ¿Con qué partes de su biografía nos quedamos? ¿Sólo con sus chanchullos económicos o también con su papel impecable en la Transición democrática? Brague también señala que, si queremos hacer justicia con el pasado, no deberíamos llevar a nuestro 'tribunal' histórico sólo las tropelías de Occidente, ya que de ese modo incurriríamos de nuevo en un planteamiento eurocéntrico. Para no incurrir en él, también deberían comparecer en nuestro tribunal los diferentes pueblos, etnias, tribus, etcétera, que pueblan o han poblado la tierra.
El profesor de la Sorbona nos previene igualmente contra las 'utopías retrospectivas', que se alimentan de pasados tan idílicos como falsos. Así sucedió -explica- con «el sueño de un mundo pagano feliz, tolerante, optimista y, en particular, libre de inhibiciones sexuales», imaginado por autores alemanes del clasicismo, y que luego desmintió Ernst von Lasaulx. Es el caso también «del paraíso de la convivencia pacífica de las comunidades religiosas en la Andalucía medieval bajo dominio islámico», también refutada por historiadores como Darío Fernández-Morera.
La visión justiciera y moralizante del pasado resulta, en mi opinión, muy arrogante cuando convierte nuestras actuales convicciones éticas en privilegiada atalaya moral que permite hacer una especie de juicio final de todo el mal perpetrado a lo largo de la historia. Castigando ahora a nuestros antepasados lo que en realidad buscamos quizá es señalar culpables contemporáneos. En definitiva, una cosa es la búsqueda sincera de la verdad, cuando ello realmente es necesario para reparar a las víctimas y lograr la reconciliación tras un conflicto, y otra muy diferente servirse de la historia para afear con el peso de la culpa a nuestros antagonistas ideológicos.
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