Festejar las derrotas
Hace once meses la foto de aquella noche electoral del 24 de julio no fue la de Feijóo en el balcón de la sede del ... PP celebrando su triunfo en las urnas. No. La imagen se dio en Ferraz. Y no fue Pedro Sánchez el protagonista, sino la de la entonces ministra de Hacienda y hoy, además, vicepresidenta del Gobierno, María Jesús Montero, dándolo todo, como si estuviera poseida por el espíritu red bull, celebrando la derrota –sí, celebrando– del PSOE. Su repertorio de saltos y cánticos en aquel improvisado balcón ante la sede central del partido me recordaron mucho a ese primo lejano del pueblo que vemos de cuándo en cuándo y que en las bodas se descamisa, pone la corbata en la frente cual Rambo desatado y con el DYC cola en la mano nos deleita con su repertorio de bailes al más puro Tony Manero versión Aliexpress.
Algo parecido vimos el pasado 9 de junio, cuando el PP fue la lista más votada en las elecciones europas por delante del PSOE. Los socialistas volvieron a celebrar una derrota. Si en julio del pasado año argumentaron su alegría porque los números no permitieron a Feijóo ser investido, en esta ocasión porque el resultado de las urnas fue bastante mejor que lo que todas las encuestas barruntaban.
En esta vida cada uno celebra lo que le da la gana. Pero cuando hablamos de política, que al final es hablar de las cosas del comer, cuando uno no gana debe ser más contenido en sus festejos. En el PSOE asturiano parece que han tomado nota. Al menos así lo dejó ver el secretario general de la FSA tras el 9J, Adrián Barbón, cuadno llamó a su gente a «estar atentos al sentir de la calle porque los socialistas aspiramos a ganar todos los procesos electorales».
Esa frase resume un sentir generalizado instalado entre los socialistas. Entienden que está muy bien alegrarse porque sus rivales no consigan gobernar, pero hacer un fiestón por perder es indigesto. En la FSA saben montar saraos cuando ganan de verdad. Acostumbrarse a perder y festejar las derrotas debe desterrarse de un PSOE donde no ganar suele acabar muy mal.
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