Escándalos
Aquel paisano no acababa de entender que la gente tuviera la piel tan fina para unas cosas y tan gruesa para otras
Me sucedió un fin de semana de estos, durante las fiestas de la parroquia asturiana de la que soy vecino desde hace ya casi una ... década. Según su tradición, el día grande se organiza una obra teatral en el mismo prao, lo que ahora a algunos les da por llamar una 'performance', para que suene más moderno. La obra es interpretada por varios vecinos de la zona, y se celebra en sesión muy vespertina, ya casi de madrugada, con lo cual el guion tiende hacia la improvisación y el surrealismo, humedecido por el paso previo (y contumaz) de los actores por la barra del bar. Esa peligrosa espontaneidad garantiza irreverencias, ordinarieces, salidas de madre o burradas según se mire, ya que el público es muy variable, y su estado cognitivo, a esas horas, también. Durante todo el 'show' hay carcajadas sin parar, además de alguna que otra persona boquiabierta o tapándose ojiplática la cara, al tiempo que las cajas de sidra y demás digestivos circulan sin pausa, hasta que el cuerpo aguante.
De forma inevitable, el espectáculo se ha tenido que ir modificando con el tiempo, descafeinando su trama para adaptarlo a algo que ahora pueda considerarse como políticamente correcto. El caso es que a día de hoy, lo que se oye y se ve no tiene nada que ver con lo de antaño, que suponía un monumental cachondeo para muchos, y una barbaridad para otros. En resumen, la comedia la protagonizan un paisano y la muyer que, detalle importante, es otro paisano disfrazado, con barba, peludez y demás atributos masculinos. En su versión original, estos están laborando en el campo, refunfuñando y discutiendo como cualquier otra pareja, y de pronto ella se pone de parto. Apresuradamente, el paisano llama a un médico, y éste aparece y atiende a la parturienta allí mismo, despatarrada en el sembrado pues no hay tiempo para finuras. La sorpresa es que de aquella panza sale un guaje de color, del mismo que el de un apuesto mozo que ayuda a la pareja en las labores del campo. Ante tan insospechado desenlace, al paisano se le va la olla, y entre gritos, maldiciones y aullidos agarra una vara y empieza a escorrer por el prao a la muyer, que pese a su convalecencia se levanta de un brinco, como un gato, y despavorida echa a correr a toda pastilla entre el público para evitar los estacazos. Los asistentes en ese momento han de andar vivos, pues además de retorcerse de la risa tienen que vigilar la vara, que vuela muy cerca, y al mismo tiempo evitar que se les caiga el cubata, labor complicada a esas horas.
La cosa es que lo que era una pícara comedia humorística nocturna en la que ninguno salía bien parado, pues le caían estacazos hasta al médico, ha ido suavizándose últimamente, para evitar escándalos y no herir a nadie. No seré yo quien defienda la trasnochada versión original, pese a que la trama del cornudo despechado, la moza pillada in fraganti y el doctor dando fe del asunto sea tan real como la vida misma. A día de hoy, esto sigue siendo una fiesta de los vecinos del lugar y de quien quiera caerse por allí a pasar un buen rato en paz y armonía. Pero por razones obvias, ya no hay neñu de color, ni estacazos a diestra y siniestra, ni muyer corriendo y gritando entre la gente; no vaya a ser que se escape la vara y el mamporro se lo lleve un despistado por no apartarse a tiempo. En ese caso, quizás acabaría la fiesta con llamada al 112, denuncias varias y variadas, la Guardia Civil personándose en el prao, y titulares en prensa y televisión. El niño, los palos, y el lío. Escándalo asegurado.
Tras asistir a la nueva versión, mucho mas 'light', fue la reflexión de uno de los paisanos locales de toda la vida la que me dio esta columna. Posando su vaso, éste me dijo que antes, como también ahora, había bromas, burradas, meteduras de pata, broncas, disculpas, y respeto. Y que también entonces había algún babayu que no entendía lo que era una comedia costumbrista en clave de humor. Me decía que ahora la gente se escandaliza mucho por algunas cosas, y muy poco o nada por otras, que también importan. Como por ejemplo, que los etarras anden sueltos por la calle, o que un chaval no pueda estudiar en su idioma en su propio país, o que indulten al responsable de un agujero de tropecientos millones de euros (nos perdimos los dos al calcular en pesetas) mientras la gente tiene que pensárselo dos veces antes de comprar un kilo de fruta. A su modo de ver, la sociedad había cambiado en muchas cosas para bien, y le parecía muy acertado que ya no se corriera con una estaca detrás de nadie, aunque tan solo fuera una broma. Lo que no acababa de entender es que la gente tuviera la piel tan fina para unas cosas y tan gruesa para otras. Ahí te vi, has dado en el clavo. En este prao, y a estas horas, santos quedan ya pocos, pero tienes más razón que muchos de ellos, le respondí yo.
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