
Secciones
Servicios
Destacamos
El 19 de mayo, el Comité Autonómico de Participación Infantil y Adolescente, formado por jóvenes de 12 a 17 años, presentó en el Parlamento Asturiano ... el Barómetro de Opinión Infantil y Adolescente de Unicef para trasladar sus propuestas a políticos y técnicos. En ese barómetro, la política y los políticos también salen mal parados. El 40% de los adolescentes ven la situación económica y política española como mala o muy mala (aunque esa cifra baja al 18% al ser preguntados por su localidad). La cosa no mejora en cuanto a valoración institucional: los partidos y representantes políticos constituyen la institución en que menos confían entre todas por las que se les pregunta (universidad, sanidad fuerzas armadas, etcétera).
Ninguna sorpresa, por tanto. Que la sociedad, incluidos sus miembros más jóvenes, valore tan negativamente la actividad política y los políticos, desgraciadamente, forma ya parte del paisaje y obedece seguramente a muchas razones. Pero resulta plausible pensar que una muy importante es la completa fractura entre los propósitos que persigue la clase política y el sentido natural que los ciudadanos damos a la política. Los ciudadanos queremos pensar que la política es el instrumento del que, como colectividad, disponemos para crear mejores condiciones de vida para todos o para acordar soluciones a problemas reales. La continua bronca política invita a pensar, por el contrario, que, para nuestros representantes políticos, resulta más importante alcanzar o permanecer en el poder que cumplir esas expectativas. Cuando todo acaba convirtiéndose exclusivamente en estrategia del poder, los problemas reales mutan a munición partidista. Los menores migrantes, la gestión de las catástrofes, la jornada laboral, la mejora de la educación o de la sanidad, las cuestiones geopolíticas, el crecimiento económico, el desarrollo científico y tecnológico, los problemas territoriales, todo, representan únicamente el campo de batalla entre fuerzas contendientes. Eso resulta muy peligroso, si, como parece, conduce al colapso político. El enfrentamiento partidista nos ha conducido a una situación en la que no hay esperanza de que ninguno de los graves problemas con los que nos enfrentamos los españoles pueda desatascarse.
Lógicamente, bajo estos presupuestos, la actividad política resulta, sencillamente, incomprensible. Incomprensible, quiero decir, en el sentido de que nos resulta prácticamente imposible encontrar alguna relación significativa entre lo que acontece en la arena política y la solución de los problemas a los que se enfrentan nuestras vidas. Ahora, que está reciente el fallecimiento del filósofo aristotélico Alasdair MacIntyre, no viene mal hacerse eco de su insistencia en el carácter finalista de las acciones humanas: lo que dota de inteligibilidad a lo que hacemos es su propósito. La política es la actividad cuyo propósito es que, como colectividad, alcancemos los bienes que necesitamos para, diríamos en lenguaje actual, vivir una vida digna. En este marco conceptual, si el día a día de la política es percibido sin relación alguna con el bien común, la política resulta incomprensible.
Evidentemente, en sociedades tan pluralistas como las nuestras, en un marco creciente de complejidad, los contenidos de una vida valiosa es algo obligadamente polémico: lo que cada uno entendemos como bueno para nuestras vidas personales y para la sociedad en su conjunto resulta enormemente controvertido. Pero, como propone otro gran pensador moral, Michael Sandel, lo peor que podemos hacer ante esa conflictividad social es dejar de argumentar moralmente por qué hemos de proponernos como sociedad unos bienes y no otros. Por ejemplo, ha explicado, la crisis de las subprime se debió, antes que nada, a la idea de que el juego financiero no podía someterse a criterios morales. Frente a planteamientos al estilo de Rawls, en los que lo correcto prima sobre lo bueno, Sandel nos invita a una profunda discusión pública sobre los bienes que la sociedad puede perseguir. Las decisiones políticas no pueden circunscribirse, como Rawls propone en aras del pluralismo moral, a correctos procedimientos de toma de decisiones. En política hay que hablar, insiste Sandel, de los bienes sustantivos que como sociedad hemos de perseguir. La efectiva igualdad en tantos ámbitos entre hombres y mujeres, por ejemplo, no es una cuestión meramente procedimental; es un bien que hay que lograr.
Puede parecer que me he ido por las ramas, pero no, pues no resulta descabellado pensar que la devaluación de la política en mera estrategia de poder guarda relación con el sustrato cultural según el cual la política es tan sólo una transacción de intereses entre ciudadanos que no tienen nada en común y, en consecuencia, un mero juego de poder. Ciertamente, la política tiene un componente maquiavélico y de intrigas de poder muy superior al que nos gustaría admitir, y posee una, llamemos, fealdad congénita por la que no podemos esperar del combate político una especial elegancia. Es verdad, además, que los profesionales de la política se enfrentan con una tarea extremadamente difícil, agudizada por la permanente, y con frecuencia partidistamente interesada, monitorización mediática. Sin embargo, la mejor forma de seducir a los ciudadanos ya no es el garrotazo político, sino el sincero y honesto interés en resolver los problemas que nos acechan.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Así se hace el lechazo deshuesado del restaurante Prada a Tope
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.