Inteligencia optimista
Para combatir el pesimismo es preciso, antes que nada, cuestionar su aura de lucidez
En su web, la OMS recoge los avances en materia de salud experimentados en 2023 a escala mundial. Resumidamente, explica, varios países eliminaron enfermedades infecciosas ... como el paludismo, la hepatitis C y diversas enfermedades tropicales desatendidas; se introdujeron nuevas vacunas contra el paludismo y el dengue, y se avanzó en la vacunación contra el VPH y la hipertensión. Además, la OMS respondió a 65 emergencias, incluyendo conflictos y desastres naturales, y declaró el fin de la COVID-19 y la viruela símica como emergencias sanitarias. Por otra parte, se firmaron declaraciones políticas para mejorar la salud de refugiados, migrantes y poblaciones indígenas.
Este cuadro podría ser ampliado enormemente si nos fijamos no ya en un año, sino retrospectivamente en el crecimiento a nivel mundial de la esperanza de vida y de la alfabetización. Por insufribles que continúen siendo las condiciones de vida de gran parte de la humanidad, el hecho es que la situación de los seres humanos no ha hecho sino mejorar. Los avances tecnológicos, aunque no exentos de riesgos, son también espectaculares. Por otra parte, la cultura de los derechos humanos –aunque no pocas veces se haga un uso abusivo del concepto– ha ido calando en el mundo. Y lo mismo ha ocurrido en relación con el cuidado de la casa común, que es el planeta.
Merece la pena resaltar sucintamente lo que va bien cuando nuestras sociedades parecen encontrase en estado de depresión colectiva, abrumadas por el miedo a hipotéticos e inminentes desastres. Conviene vindicar el optimismo, y una de las primeras exigencias para hacerlo es comprender que el pesimismo es inferior en sus consecuencias cognitivas y prácticas. En 2018 vio la luz un libro titulado 'Factfulness. Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas'. Sus autores proponen la «plena conciencia de la realidad de los hechos» como parte de una dieta psicológica sana y, sobre todo, más ajustada a la realidad.
Para combatir el pesimismo es preciso, antes que nada, cuestionar su aura de lucidez. Ahí está la frase de Mario Benedetti de que un pesimista es sólo un optimista bien informado. Frente a la visión complaciente de la realidad, el intelectual reflexivo –y por extensión cualquiera que se tenga a sí mismo por tal– habría encontrado las ocultas profundidades que maquinan contra el orden y la felicidad. Lo cierto, en cambio, es que señalar problemas no implica más inteligencia que resolverlos, lo cual, o sea resolverlos, invita, por cierto, al optimismo. Optimismo no significa confiar en que las cosas van a ir a mejor, sino descubrir que disponemos de margen para ponerlas a nuestro favor. La única diferencia a este respecto entre optimismo y pesimismo es que éste paraliza, mientras que aquél moviliza.
El optimismo es cognitivamente superior al pesimismo por otro motivo más: el pesimista no advierte la mayor capacidad persuasiva que para el ser humano poseen los peligros frente a las circunstancias favorables. Es lo que se denomina sesgo de negatividad: las malas noticias y sucesos poseen más carga afectiva que las positivas, seguramente quizá para que podamos retirar la mano del fuego o los dedos del enchufe eléctrico. Pero eso no significa que, por así decir, los enchufes eléctricos representen un grave problema para la humanidad. El pesimista es víctima de ese sesgo de negatividad.
Volviendo a la frase de Benedetti, yo diría más bien que el pesimista es alguien muy mal informado; alguien que ha establecido una relación morbosa con la información y se alimenta enfermizamente de noticias, webs, redes sociales, etcétera que le hunden en estados anímicos completamente negativos. Existen verdaderos yonquis de las malas noticias, que necesitan chapotear una y otra vez en el lodazal de las desgracias, los peligros, las amenazas, las crisis, las perversiones, los crímenes; en fin, en todo el mal y toda la estupidez de los que los seres humanos somos capaces, que, eso es verdad, no son cosa de poca monta. Por cierto, las distopías las hemos cambiado últimamente por el 'true crime'.
El pesimismo, por tanto, no es nuestro mejor aliado para avanzar ni personal ni colectivamente, ni como especie. Aunque es verdad que nos enfrentamos con desafíos y riesgos de gran calado derivados de la situación geopolítica, del deterioro de la democracia, de la situación medioambiental, de claros signos de decadencia moral, etcétera, merece la pena apostar por una inteligencia optimista que no procede, desde luego, de la certeza de que el futuro será mejor, sino de la acreditada capacidad humana para intervenir en su configuración, así como del hecho de que la fuente de bondad e inteligencia humanas es, en realidad, ilimitada. Algunos confiamos además en la bondad de la Providencia que gobierna las cosas; pero eso es ya un producto 'premium'.
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