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Recientemente, el Gobierno de España ha dado su visto bueno a la caza controlada del lobo al Norte del Duero. Al parecer, ya no existe ... el peligro de extinción del cánido y por fin el ganado asturiano no estará amenazado. El ganadero y ex político socialista Nino Rodríguez mostró su satisfacción por que se hubiera atendido a esta demanda histórica de los ganaderos y dijo que se había impuesto el sentido común. Realmente, no resultaba comprensible que la defensa de una especie hiciera tanto daño al medio de vida de quienes, precisamente, aportan arraigo al territorio.
La invocación al sentido común resulta cada vez más recurrente en política; habitualmente, por parte de la derecha. Aunque el tema dista de ser tan sencillo como la derecha pretende, es cierto que la izquierda ha facilitado enormemente que aquella se haya hecho con la bandera del sentido común. En efecto, las engorrosas artificiosidades del lenguaje inclusivo, sin ir más lejos, junto a su inmoderado carácter impositivo chirrían por todas partes. La idea de que la identidad sexual se reduzca a una mera elección del individuo y que la fundamental distinción hombre-mujer se considere una mera imposición del heteropatriarcado binario representa todo un desafío a la manera ordinaria de comprendernos como seres humanos. Algunos puntos que se plantearon en la ley de bienestar animal, como por ejemplo la equiparación en la custodia de las mascotas con la de los hijos en caso de divorcio, resultan perturbadores para nuestro más elemental sentido de lo humano.
El problema, políticamente hablando es, por una parte, que la delimitación del sentido común no resulta tan sencilla como tendemos a pensar, y, por otra, que los partidos de derechas extienden los límites del sentido común hasta donde a ellos les interesa; dicho de otra manera: la derecha ha descubierto que apelar al sentido común da votos y, además, exime de argumentar lo que se hace. Esto último es así porque una característica del sentido común es su carácter autofundante; en términos castizos eso quiere decir que lo que es de sentido común lo es, y punto. Entiéndase bien lo que estoy diciendo: apelamos al 'sentido común y punto' cuando consideramos que algo ni puede ni necesita ser justificado argumentativamente. ¿Alguien podría argumentar que quien tiene un hijo ha contraído la obligación de criarlo y educarlo? Realmente, es indemostrable. ¡Es de sentido común!
Pero el sentido común es paradójico. Por una parte, apela a la evidencia, a lo que las cosas son de por sí y de manera natural. Pero, ¡ay!, el sentido común es, claro está, común; es decir, algo compartido por una comunidad. Decía Gadamer que consistía en el sentido que tiene una sociedad de lo verdadero, de lo justo y de lo útil, y que eso es lo que funda una comunidad. Pero resulta que las comunidades son históricas, cambiantes, diferentes y creativas. De modo que el sentido común también lo es. La paradoja del sentido común estriba en que sus contenidos se nos presentan como evidencias indiscutibles, mientras la historia los convierte en provisionales.
El fenómeno actual de los terraplanistas nos puede ilustrar sobre esa paradoja y su deriva política. Ciertamente, la humanidad ha sido terraplanista, de modo que durante siglos pertenecía al sentido común la evidencia de que la tierra era plana, como también lo ha sido que el sol giraba alrededor de la tierra. Ser terraplanista ahora va, sin embargo, contra el sentido común. Y va en contra suya porque se sustenta en una visión de la realidad más que cuestionable. En efecto, para ese modo de ver las cosas, la comunidad científica resulta perfectamente moldeable por unas malignas y poderosas élites secretas. El sentido común del terraplanista es todo menos sentido común, y es instrumentalizado políticamente por los populismos antisistema.
La paradoja del sentido común a día de hoy es que nos obliga a ser crítico con él, porque, como sucede con el terraplanista, carecer de sentido crítico representa un atentado contra el sentido común. Nada más ajeno al sentido común ahora que no cuestionarlo nunca. Lo sorprendente del sentido común en el momento presente es que ni podemos prescindir de él ni podemos adoptarlo como guía completa de nuestras acciones.
Todo esto hace que el sentido común tenga ahora elementos de confrontación y de estrategia política. Gramsci ya lo sabía: ganar en la arena política pasaba por adueñarse del sentido común, por generar una determinada visión socialmente compartida de la realidad. El sentido común se encuentra ahora políticamente fragmentado, y ello representa, como ya vislumbraron Hannah Arendt y otros pensadores, un problema para la cohesión y la paz social. La solución a este escenario no pasa tanto por demostrar científicamente que la tierra es redonda cuanto por subirnos a un rascacielos o volar en avión. Separarnos de la tierra y coger altura es lo que puede ayudarnos a que la confrontación política no se apropie de nuestro sentido común; y el sentido común sólo coge altura si es crítico consigo mismo, porque es de sentido común no guiarse sólo por él.
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