La impronta de los populismos
Podemos contribuir a la dignificación de la política obviando los personalismos y atendiendo a iniciativas que mejoran nuestras vidas y procuran la sana convivencia
Ante la proliferación de políticos populistas 'enviados por el destino para resucitar la grandeza de sus naciones', y ante el seguidismo (o culto a su ... personalidad) que provocan, me viene a la memoria aquel concepto de 'impronta' desarrollado por el etólogo Konrad Lorenz tras sus investigaciones con gansos recién nacidos.
¿Por qué necesitamos un rostro, un líder, alguien a quien seguir? ¿Permanece en la arqueología de nuestra mente la aparición de esa primera sonrisa o del gesto primero que el instinto nos empujó a imitar? Desde que nacemos necesitamos modelos y se asientan en nosotros 'improntas', como las que definió Lorenz, que nos empujan al seguidismo y al culto a esa imagen que nos dirige, aunque sea una falsa imagen de cartón. La especie humana aceptó siempre con facilidad los personalismos, los alimentó, los consagró y, por supuesto, los padeció, tanto en ámbitos familiares o sociales como políticos.
El personalismo imperante en la política, multiplicado por la proliferación de modelos populistas, está contaminando la imagen (y la forma de actuar) del resto de líderes, que corren el peligro de olvidarse de trabajar en la proposición de políticas eficientes y realistas para centrarse en la promoción de su imagen, en un camino sin retorno hacia el personalismo. Aunque cada modelo populista tiene singularidades, poseen elementos comunes: falta de una visión coherente del mundo, negación constante de la realidad, desideologización de la política, entronización del instinto y la intuición, incontenible voluntad de poder, ausencia tanto de una filosofía política como de principios morales, ataque extravagante a los engranajes del sistema y deshumanización del adversario, al que de inmediato se convierte en enemigo psicópata e indigno. Hay un elemento principal en todos los casos, y es la transformación de la política en la glorificación del sujeto político que, aunque acartonado y vacío, aparece aderezado magistralmente y consigue eficaz e inmediatamente las 'improntas' de millones de seguidores.
Si los políticos populistas se esfuerzan únicamente en someter a la población a sus hechizos personales, emitiéndoles celestiales señales de humo y eslóganes vacíos de contenido, qué hacemos nosotros, se preguntarán los demás políticos, revalorizando pensiones y salarios, mejorando las condiciones de vida de la gente y legislando en favor de la igualdad de oportunidades. Y esta contaminación, que se está produciendo a nivel global, se prolonga en los ciudadanos, que ya no reflexionamos o conversamos o discutimos sobre políticas concretas, sino sobre personas, que ya no atendemos a los contenidos legislativos que puedan afectarnos, sino que nos movemos por mor de esa 'impronta' que semeja a la que guiaba a los gansos de Konrad Lorenz.
Necesitamos 'obras' y nos sobran 'imágenes'. Las 'obras' nos afectan, los personalismos nos convierten en gansos. La 'obra': política es todo aquello que dictamina o legisla, que se ejecuta y afecta a la vida de muchas personas y en la convivencia de todas ellas. Pero una vez que el culto a la personalidad se ha puesto en marcha ya nada de todo eso importa. Una vez que se produce la 'impronta', es decir, en cuanto el ganso interioriza la imagen a seguir, ya la 'obra' pasa a un segundo plano, porque cualquier palabra que ese político diga, cualquier acción que ejecute (aunque objetivamente sea contraria al interés de quien ciegamente lo sigue) será tenida por buena, será disculpada e incluso santificada.
Los ciudadanos podemos contribuir a la dignificación de la política obviando los personalismos y atendiendo a las 'políticas efectivas y concretas', a las iniciativas legislativas que mejoran nuestras vidas y procuran la sana convivencia. Podemos huir de la trampa de los populismos que consisten en predicar imposibles y podemos atender, no a cómo son, no a 'lo que dicen', sino a 'lo que hacen'.
Este personalismo, este seguidismo ciego, conduce al fanatismo y a la intransigencia. ¿Quién puede dudar del beneficio de la tolerancia para mejorar la convivencia? La tolerancia debe defenderse siempre, incluso con los fanáticos o intolerantes, aun sabiendo que éstos, al ser tolerados, es probable que acaben creyendo que sus ideas merecen alguna consideración. Pero si uno construye excepciones a su tolerancia se convierte, aunque sea excepcionalmente, en intolerante, es decir, por un momento se iguala a los fanáticos. Los populistas suelen ser intolerantes, pero la democracia tolera a los populistas, incluso a aquellos que reniegan de la democracia.
Obviemos la personalidad de nuestros políticos, sus manías, sus vanidades, sus incoherencias, y atendamos únicamente al contenido y a la repercusión de sus políticas. Rechazando los personalismos dejaremos de parecernos a los gansos de Lorenz. Borremos esa 'impronta' en la que trabajan los populistas.
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