El naufragio de las mudanzas
Todas suponen una turbación. Hay cosas que se pierden y cosas que se salvan. Ocurren las mudanzas en medio de algún quiebro de la vida. Cuando te mudas de casa es como si alguna presión innombrable viniera a exprimirte la conciencia
Uno se va construyendo a sí mismo a base de mudanzas, como el mundo. Aunque también la destrucción ocurre de mudanza en mudanza. Las mudanzas ... no deseadas tienen mucho de naufragio y toda mudanza supone una turbación. Hay cosas que se pierden y cosas que se salvan. Ocurren las mudanzas en medio de algún quiebro que da la vida. Cuando te mudas de casa es como si alguna presión innombrable viniera a exprimirte la conciencia. Vas andando sudoroso con los muebles salvados al hombro y el sol se levanta y te señala el nuevo destino, mientras escuchas a tus espaldas los coros ahogados de la nostalgia cantándote los agujeros de las paredes que no te pudiste llevar, y sientes el aire de los bosques avanzar sobre la cómoda de los cien años o sobre el estante de los libros subrayados o sobre el perchero de los sombreros que nunca te atreviste a llevar. Tú miras atrás, y allí están las cosas que no pudiste salvar, esas cosas que tanto saben de ti, saben de tus deseos insatisfechos, conocen tus sueños inconfesables y las fuentes de tu frustración. Esas cosas que dejaste, mudanza tras mudanza, conforman la quimera de un inconsciente que nunca nadie podrá psicoanalizar.
Los muebles son árboles encadenados, seres dolientes que sufren su existencia equivocada, y cuando los movemos se desorientan y claman. También hay cosas que pertenecieron a territorios prohibidos y que cuando las miras te devuelven la certeza de tu mezquindad. Son cosas doblegadas al abandono, cosas que ya no absorben la luz, porque les has conmutado la pena de muerte por la perpetua cadena del olvido.
Un mueble es un destino truncado y por lo tanto esconde, como mínimo, una queja, y toda queja acaba creando un vacío, que en el caso de los muebles se va rellenando con ese pasado nuestro que olvidamos por los cajones y los estantes, tanto, que al final, cuando llega la hora de la mudanza y nos disponemos a vaciarlo todo, a desnudarlo todo, el olor al polvo de la memoria y el olor a infancia son tan evidentes que los ojos se nos revuelven y el alma se nos encoge, y entonces ese mueble ya no es una cómoda o un escritorio o un arcón, sino ese objeto que amamos, porque está hecho de todo cuanto pusimos en él. Hay quien asegura que la cadena del ácido desoxirribonucleico está conformada por antiguos muebles polímeros conservados en la sala nitrogenada de la constancia con la ayuda de los fosfatos de la voluntad. Así que, o con puentes de hidrógeno o con maletas lanzadas al viento, estamos ante las enzimas del cambio tomando el tren de la transcripción y la replicación.
Hay muebles (al igual que hay genes) que mueren de viejos y hay otros que no consiguen engancharse a la memoria de quien los sostiene. Unos y otros acaban olvidados junto a los contenedores esperando aturdidos el camión de los martes. Pasearse ante ellos cuando la luna está llena es una debilidad. Me acerco, los miro y no resisto la tentación de tocarlos, y entonces siento que todas las horas metidas en ellos surgen como gusanos, que todos los árboles encerrados en ellos tiemblan y brotan por las hureras de las polillas abriéndose paso en los cauces reverdecidos de la noche desbordada. Siempre que cambio de casa construyo algún mueble con mis propias manos, y me gusta hacerlo con pedazos de muebles abandonados, así la nueva casa se me llena de tiempos circulares y de preguntas de otros colores.
Las pérdidas más angustiosas de mis mudanzas se refieren a los libros que no pude salvar. Como dije, una mudanza es un naufragio y hay que elegir apresuradamente quiénes pueden subirse al bote salvavidas. Me duelen esos libros que dejé y de los que ni siquiera recuerdo los títulos como si fueran aquellos desgraciados sin nombre que el destino abandonó a la deriva en alta mar. El protagonista de 'La Náusea', de Sartre, dice que los objetos no deberían tocar, puesto que no viven. Luego se queja de esta forma: «Y a mí me tocan, es insoportable. Tengo miedo de entrar en contacto con ellos, como si fueran animales vivos». A mí sí que me gusta acercarme a los muebles para que me toquen. Ahora toco mi papelera, que como decía Hemingway, es el primer mueble de un escritor. En todas las mudanzas cometo el error de no salvar las papeleras de las palabras perdidas.
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