Habitantes de Babel
Llegamos a pensar que bastaba hablar el mismo idioma para entenderse, conocer la misma gramática, manejar el mismo vocabulario. Esta idea tan inscrita en nuestro AND es un monumental error
Como casi todo en esta vida, me temo que lo del mito de Babel nos lo tomamos de una forma bastante literal. Aquello de que ... Yaveh llevado por uno de sus arranques de ira ante la ilusa pretensión humana de construir una torre que llegara a los mismos cielos, y para bajarles los humos porque los veía un poco creciditos, decidió romper la hegemonía del idioma que todos compartían (curioso) y de golpe, y con un plan maestro consistente en ponerlos a hablar en miles de idiomas, garantizó tanto las dificultades para la comunicación, como la imposibilidad de comprenderse y, eso sí, el floreciente negocio de las academias de idiomas.
Pero esto no era del todo así. Puede que con ese momento de nuestra ficción creacional se explique la diversidad de idiomas (cómo hicieron los humanos para ir agrupándose en distintos puntos geográficos según su lengua es otra historia con su gracia), pero creo que nos equivocamos. Llegamos a pensar que bastaba hablar el mismo idioma para entenderse, conocer la misma gramática, manejar el mismo vocabulario.
Esa idea tan inscrita en nuestro ADN de que es suficiente tener la misma lengua para entendernos frente a las dificultades que supone (Duolingo y Google Translator mediante) hacerlo con los hablantes de otras, es, sin embargo, un monumental error.
Es imposible entenderse, no sé si se han dado cuenta. Imposible, aunque pronunciemos las mismas palabras, aunque construyamos las frases siguiendo (bueno, esto es un decir y sobre ello habría mucho qué hablar) las mismas normas gramaticales, utilizando la misma sintaxis.
Si no, cómo se explican estas diametrales interpretaciones de cualquier afirmación. Cómo es posible que cuando alguien fórmula una frase con su sujeto, su verbo, su complemento directo, sin entrar siquiera en las posibles complicaciones de las subordinadas, de forma inmediata cada uno entienda lo que buenamente le da la gana. Cómo es posible que una intervención pública sea entendida en un sentido, pero también en su contrario.
Ya. Ya sé que van a hablarme de lo de la carga semántica de las palabras, de la perversión del lenguaje como explicación a un fenómeno con el que convivimos. Y que las palabras cuando se convierten en armas arrojadizas parecen de pronto imbuidas del superpoder de tener un significado y también su contrario, porque depende únicamente de quién esté hablando. Hemos visto demasiadas veces a lo largo de los años acusar de asesinos a quienes eran víctimas, y seguimos escuchando auténticas barbaridades (filoetarras, golpistas, o fascistas, por no hablar de la de repente polisémica, libertad) que son respondidas de inmediato con otras barbaridades de forma que el idioma ya es una jungla confusa en la que las palabras muchas veces son peligrosas serpientes que no sabemos con qué veneno van a matarnos.
Es imposible entendernos aunque aparentemente hablemos el mismo idioma. Si realmente la maldición bíblica de un Babel que transcendía el asunto de las lenguas no se hubiera prolongado hasta el presente, no nos veríamos en la necesidad de tener que perder una parte importante de nuestro tiempo con frases que serían tan innecesarias como nuestras habituales: «En realidad, lo que yo quería decir…». O esa otra, tan socorrida y que define claramente el fracaso de nuestra comunicación, de «Mira, yo solo soy responsable de lo que digo, no de lo que a ti te dé por interpretar».
Que, vaya, no sé si me entienden.
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