Homenaje a Gerardo Barrio: Rumbo a Ítaca
Carlos Fernández Salinas
Jueves, 19 de junio 2025, 17:24
Cuando tras la toma de Troya, Ulises decidió regresar a Ítaca, seguro que no se le pasó por la imaginación que el viaje de vuelta ... le llevaría más de diez años, pero lo que sin duda no le sorprendió fue que la navegación iba a estar llena de peligros y vicisitudes que, no obstante lo dicho, resolvió con la naturalidad propia de quien asume que el mar, a veces generoso, otras traidor, es un elemento imprevisible.
Gerardo Barrio pertenece a esa casta de marinos cercanos a los héroes mitológicos que durante décadas surcó los mares dejando donde fuera una impronta difícil de describir con el cicatero verbo humano. Su colección de anécdotas es tan extensa, que si el propio Homero tuviera que recitarlas, renegaría de su condición de poeta para emplearse como simple pastor de ovejas. Sin ir más lejos, la vivida en el puerto libio de Misratha, en pleno régimen de Gadafi, donde su barco estuvo retenido por tal periodo de tiempo que, al igual que el resto de las naves que se encontraban atracadas en sus inmediaciones, se quedaron sin comida ni agua.
El carisma de Gerardo y su buen hacer con las autoridades locales consiguió que su tripulación tuviese lo necesario para subsistir en una situación extrema. A fin de mantener alto el espíritu de los suyos, en la explanada del muelle, Gerardo organizó un torneo de fútbol con los barcos de las más variopintas nacionalidades, una suerte de campeonato del mundo de marinos, donde como él nos relataba, lo más peligroso era enfrentarse a equipos formados por maquinistas y mecánicos, pues estos jugaban con las botas de seguridad, las cuales están reforzadas en la punta con una pieza de acero en previsión de que durante los trabajos de mantenimiento les caiga en los pies una pieza de las que conforman las descomunales máquinas de los barcos, pero que en una contienda balompédica te podía desgraciar un tobillo o cualquier extremidad que les saliera al paso. Por cierto, la final del campeonato no la pudieron jugar porque el día señalado amaneció con una columna de tanques ocupando toda la explanada, sin un resquicio para colocar las porterías, que no eran otras que bidones vacíos de aceite.
De las infinitas anécdotas de Gerardo les pido dos minutos para que lean aquella que nunca he constatado con él, pero creo que hoy es el momento indicado para sacarla a la luz. Sucedió cuando unos alumnos de náutica nos reunimos para relatar las experiencias que habíamos vivido en nuestro primer embarque. Uno de mis compañeros de estudio nos contó la siguiente historia: Se dirigía su barco hacia un puerto donde unos miembros de la tripulación desembarcarían y serían sustituidos por otros tripulantes, entre ellos el capitán.
Una tarde en la que varios se encontraban reunidos en la caseta del oficial radio, este recibió el telegrama que confirmaba los cambios con nombres y apellidos. Para sorpresa de mi compañero, los presentes estallaron en un grito de júbilo, hasta el punto de que uno de ellos corrió escaleras abajo anunciando a quien se encontraba por los pasillos el nombre del capitán que iba a embarcar en el siguiente puerto, noticia que era recibida con vítores y aplausos.
Hasta el lector menos suspicaz habrá adivinado el nombre del capitán que figuraba en ese telegrama. Este hecho, les doy mi palabra, lejos de ser habitual, es insólito en un buque. Decía Baruch Spinoza que no existen buenas ni malas personas, queulis los seres humanos simplemente nos complementamos. De ser cierta esta frase, una de las más maravillosas que jamás se hayan escrito, Gerardo Barrio podría situarse en un extremo de la balanza y compensar por sí solo la animosidad del mundo.
Firmado: Carlos Fernández Salinas y todos aquellos que tuvimos la suerte de compartir con Gerardo Barrio un mismo espacio.
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